En lo profundo de un bosque donde los árboles apenas crecen y los rayos del sol parecen ráfagas de luz, una pequeña y destartalada cabaña seguía en pie. Una joven recogía flores. Las que crecían ahí eran inusualmente bellas, diferentes a las que vendían en el lugar donde vivía. Siempre había sido fanática de las plantas. Amaba su aroma y lo lindas que se veían en los jarrones hechos de vidrio.
Ella quería ser florista desde muy niña, sin embargo, su padre no se lo habría permitido nunca. Era un hombre demasiado realista, tan realista como lo puede ser un veterano de guerra. Él le dijo a su lamentable hija: "las flores no te darán para comer". La joven se enojó demasiado, pero cuando entró en la vida real se dio cuenta de que su padre tal vez tenía razón.
Viendo sus sueños aplastados por la realidad, se dedicó a desarrollar su segunda gran pasión: la costura. Ese era un empleo que le daría comodidad o al menos una vida decente. Se la pasaba la mayor parte de su tiempo en la casa de costura donde solía trabajar, o a veces sola en su pequeño apartamento, sentada en la silla mecedora cociendo una prenda mientras escuchaba la radio.
Al principio fue muy aburrido, pero mientras más practicaba y aprendía, le fue agarrando el gusto. Además, le pagaban bien, ¿qué más daba? Dejó de lado las plantas y las flores y decidió mantenerlo como un simple hobbie. Por eso, cuando visitaba a su abuelita una vez al mes, se ponía el vestido de joven de su madre y se colocaba un sombrero en la cabeza. Ese era uno de esos días perfectos.
Cuando acabó de recoger las inusuales flores azules, las acomodó en la canasta y regresó a la cabaña.
—¡Abuela! ¡Soy yo! —exclamó al entrar.
Una anciana se hallaba sentada en un pequeño sillón verde. Sus ojos perdidos y grises por la ceguera de la edad, apenas podían distinguir la silueta de su nieta.
—¿Encontraste tus flores, cariño? —le preguntó la anciana con dificultad.
—Sí, abuela. Puse unas en un jarrón que tienes en la mesa —explicó la joven.
De una pequeña cesta sacó un pan recién horneado que desprendía un aroma agradable. Lo partió a la mitad y le untó mantequilla.
—Traje pan.
Se sentó al lado de su abuela y le puso un pedazo de pan con mantequilla en la mano. La anciana llevó el pan a su boca y lo saboreó con una sonrisa.
—No debiste traerlo. Es caro —le dijo la abuela a su nieta.
—El que tienes tú es pan duro para tus dientes. Además, últimamente me ha ido bien en la casa de costura.
—Es bueno oír eso —susurró la anciana—, pero también debes guardar algo para ti, Riliane.
—Abuela... Sabes que odio ese nombre. Solo llámame Rin.
Riliane odiaba su nombre. Durante toda su vida había sido objeto de burlas por ello. En la escuela, en el trabajo y en su familia. Sus dos hermanos mayores se lo recordaban a cada rato y se mofaban de ella. Lo que pasa es que su nombre, Riliane, era el que una princesa había llevado hacía muchos años. Pero no cualquier princesa. Ella fue una mujer nefasta, la peor de los gobernantes en la región de Evillious. Fue la encargada de incendiar la mitad del bosque de la confusión, por si no fuera poco, asesinar a casi toda la población de Elphegort, provocando el exterminio masivo más grande de la historia, con más de 2 millones de muertos. Solo el tres por ciento de la población sobrevivió.
Por eso y más motivos, llevar el nombre de "Rilliane", la "Hija del Mal", no hacía más que convertirla en una marginada de la sociedad, repudiada por todos solo por su nombre. Y viviendo en Elphegort, el lugar que más sufrió, solo lo empeoraba. Siempre que tenía que presentarse con alguien desconocido, decía que se llamaba Rin, ya que a nadie le gustaría hablar con alguien por culpa de ese nombre.
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El Karma Del Mal No Terminará (continuación de Story of Evil)
Fanfiction¿Qué hacer si no tienes propósito? ¿Qué tal si ya no tienes nada qué perder? Eso es lo que se planteó la protagonista, quien, al tener una vida aburrida, decide salir en busca de una valiosa joya que su abuela recuerda y así tener la aventura que si...