Es sábado, estamos aburridos. Me levanto para ver que hace falta en la alacena. Todo, hace falta todo.Después de estirarme por varios minutos, cierro las puertas y busco a Allan para meterlo en su cajita transportadora y que me acompañe a hacer las compras. Eso nos distraerá a los dos.
Sobre todo de mis propios pensamientos, que cómo a esta hora más o menos, empiezan a torturame. Por eso odio los fines de semana.
Hay días, cómo hoy por ejemplo, en los que me siento muy solo. Solo, confundido, fracasado y sin esperanzas. Y de la nada empiezo a llorar. Entonces Allan se acerca para animarme. En estos momentos, él es lo único que me mantiene con vida. Solo nos tenemos el uno al otro. Pero aun así, tengo miedo de que un día, ni siquiera Allan sea suficiente para retenerme en este mundo.
Pienso constantemente en la posibilidad de morir en la miseria, cómo estoy muy cerca de hacerlo ahora, y luego imagino que alguien encontrará lo que escribo junto a mi cadáver y le gustará; y lo reclamará como suyo, condenádome de esa forma al más injusto y doloroso anonimato, mientras Allan se alimenta con mis restos qué serán cualquier cosa menos abundantes.
Tardaré poco en apestar y cuando la policía me encuentre, creerán que llevo meses ahí, entonces los forenses les aclararán que solo tenía dos días.
Ahora me estoy riendo, seré imbécil. Por eso todos me tienen por loco.
Meto a Allan en su cajita y nos vamos antes de que siga enloqueciendo aún más.
FRIDA
Venir al mercado me relaja. Estar encerrada todo el día en la casa haciendo los quehaceres, me tiene harta, además de cansada. Juanito no da lata y le encanta que lo ponga en el carrito y le vaya hablando. Salió igual de vago que yo.
No suelo venir a este mercado, pero el otro estaba lleno. Es sábado y fue quincena, por lo que está atascado de gente estorbando en todos los pasillos. Este al menos es más grande y caben dos carritos al mismo tiempo, aunque igual se las arreglan para obstaculizar el paso, como la gorda que está hablando con otra allá enfrente. Mejor doy la vuelta y me voy por otro lado.
Ay no, es el pasillo de las mascotas y las croquetas huelen muy feo. No tengo asunto aquí, yo no...
—¿Ele? —pronuncio sin percatarme de que lo hago en voz alta. Él voltea al escuchar su nombre.
—Hola —sonríe, aunque mira tras de mí con cierto nerviosismo.
—Venimos solos. El niño y yo.
Se acercó y se asomó para saludar, a lo que Juanito respondió con su preciosa sonrisa de bebé desdentado, moviendo los bracitos.
Me asomo discretamente en su carrito y veo que solo tiene ahí unas cuantas cosas. Un costal de arena, uno de comida seca y un montón de sobres de sabores variados. Todo para su gato.
—¿Cómo estás? —Se dirige a mí.
—Bien ¿Y tú?
—Bien. Siempre estoy bien —respondió con un gesto estoico que revelaba lo contrario.
Lleva puesta su inseparable sudadera gris, toda llena de pelitos negros, jeans y unos converse blancos algo desgastados.
—Atuendo de supermercado —se excusó al notar que lo escaneaba de pies a cabeza. De pronto, un bulto se empezó a mover dentro de su sudadera y una cabecita negra de largos bigotes blancos y ojos verdes, se asomó.
—¡Qué bonito! —exclamo emocionada de ver al gato.
—Yo también traje a mi bendición —dice acariciando al gato detrás de las orejas—. Saluda, Allan Roberto...
Allan regresó a la comodidad de la que había salido, con un maullido breve, lleno de desdén.
Ele se veía muy diferente ahora qué aquella noche, pero no por ello, mal. No sé si fueron mis ganas de volverlo a ver, pero me resultó encantador con su barbita de tres días y su cabello lacio cubriéndole una parte de la frente, como si de un adolescente se tratara.
Por algunos minutos ni él ni yo dijimos nada, solo nos miramos y fue raro. Ninguno de los dos sabía que decir. Nos conocíamos muy íntimamente, pero eso era todo.
—Tengo que irme —anuncio con cierta pena.
—Nos vemos.
Eso ni él se lo creyó. Y a mí me hubiera encantado creerlo.
—Adiós, príncipe —se despidió así de mi hijo.
—Hasta el próximo año —intento sonreír sin parecer demasiado desilusionada por la despedida.
—Espero que no... Quiero decir, espero que no pase tanto tiempo —corrige.
Sacó la cartera y de su interior, un papel con un número de teléfono anotado.
—Si necesitas algo o tienes algún problema, no dudes en llamar. Sin importar la hora, yo duermo poco de todos modos.
Dudo un poco, pero al fin lo tomo. Lo memorizaré y luego me desharé del papel para no tener evidencia.
—Gracias. Adiós.
—Adiós.
Me alejé sin mirar atrás. No sé si él lo hizo también. Después me arrepentí.
DAVINA
Eleodoro tiene una semana sin hablarme. Nada, ni siquiera me saluda. Y claro, con la carota de Juan a un lado, pues menos.
¡Ni siquiera sé por qué me importa! Me chocaba tanto que anduviera de arrastrado y ahora que ya no, siento que me hace falta su dosis diaria de adoración.
Ha vuelto a sus fachas pandrosas, le duró muy poco el hechizo del hada madrina. Se ve igual que antes. Aunque tampoco igual, igual. Algo cambió, pero no sé qué es y me molesta mucho no saberlo.
Tal vez solo se está haciendo el castigador, ya lo ha hecho antes y días después, me vuelve a hablar.
Aunque ya duró mucho.
Pero como dice la canción, «te vas porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiera te detengo». Sé bien cómo devolverlo al redil.
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ELE (Versión Extendida)
Romance(Ele, versión extendida). Un escritor inicia una relación clandestina con la esposa de su peor enemigo, mientras al mismo tiempo, descubre que siente algo más que una entrañable amistad por su amigo Nicolás. Lee este drama con toques finos de humor...