Escaleras

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Sube el cierre de su campera mientras la briza de otoño juega a despeinar su poca y ya blanca cabellera. Apura el paso lo más que puede, el sol ya se ha ocultado y la noche comienza a caer; el paso de los años ha vuelto a la noche todavía más peligrosa.

Su rodilla izquierda comienza a doler, lo que le obliga a detenerse un momento. Toma algo de aliento y soba justo donde el dolor reaparece como un puntazo; deberá cambiar su trayecto para llegar a la casa de su hija. Inevitablemente deberá cruzar por aquella plaza, la cual a evitado desde hace ya casi cuarenta años.

Ahora, con pasos lentos pero continuos, avanza. Parecieran casi no mirar, es que está viendo el camino desde los ojos de la memoria. Por eso cuando sus ojos bajan, el color de la luz que crea a su sombra en el suelo le sorprende; ya no es amarilla, la vieja luminaria ahora a sido remplazada por luces led. Ahora la luz de las farolas permite distinguir correctamente los colores de las losetas de la plaza y las marrones ramas desnudas que chocan entre ellas generando una canción suave que le eriza la piel.

Llega a la escalera y, agarrado con fuerza del pasamano, comienza a subir. Pero su rodilla sigue molestando, así que sube cada escalón con el pie derecho primero. Con la mirada concentrada en cada paso su mente comienza traerle imágenes de aquel fatídico día en esa misma escalera; su mano se aferra con más fuerza, se está mareando. Levanta la vista, como intentando salir de esas memorias que después de tantos años todavía le atormentan... Y es cuando todo cambia.

Parece que el aire se niega a entrar a sus pulmones al momento que sus ojos se cruzan con aquellos de la extraña figura más arriba en la escalera. Un hombre, con un abrigo de lana e iluminado por luces amarillas que no proviene de ningún lado porque al rededor todavía está la luz de las farolas blancas. Pareciera sonreír al momento en que la visión reaparece más cerca del petrificado anciano.

Entonces todo sencillamente sucede. Los brazos de la silueta amarilla se extienden y, con solo un dedo, empuja al hombre que pierde el equilibrio. La rodilla falla doblándose y el cuerpo se va de espalda, pero está fuertemente tomado de la baranda. Aunque, su mano está mojada por la excesiva transpiración, así que resbala e irremediablemente cae desde la mitad de la extensa escalera.

Primero su brazo izquierdo, lo que le hace girar el torso e impactar el costado del cuerpo y, como un chicotazo, luego impacta su cabeza. Sus piernas se levantan en el aire, más no cambian de lugar. El cuerpo se desliza girando sobre sí mismo hasta quedar con el rostro hacia el piso; escalón tras escalón lo primero que impacta es la cabeza y el crujir de los huesos se escucha claramente.

Cuando todo se detiene el cuerpo se ha quedado a dos escalones del final de la escalera, su brazo izquierdo con quebraduras expuestas y su cráneo destrozado.

La sangre cálida comienza a cubrir la fría piedra, se desliza hasta el borde y con un goteo baja al siguiente escalón, así hasta llegar como un pequeño hilito al final.

No hay nadie observando el panorama desde la mitad de la escalera.

Las farolas de la plaza brillan en blanco y las copas de los árboles están desnudas, así que toda la escena se encuentra perfectamente iluminada en mitad de la noche. Noche que desde hace muy poco ya habita en la plaza, lugar donde ahora al final de la escalera, nuevamente, se encuentra un cuerpo.

Un hombre sonrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora