Capítulo XI La derrota

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- ¡¿A qué te refieres con que no es Ivanov?! – preguntó Max confundido – ¡Míralo ahí tirado!

- Me refiero a su mente... no es la misma a la que entré hace dos días – contestó Abigail perturbada –. Es como si se tratara de una persona diferente.

- ¿Y eso qué significa?

- ¡No lo sé, Max! Puede que haya estado siendo manipulado...

El profesor Ivanov continuaba inmóvil en el piso. Se había golpeado la cabeza cuando Max, con sus poderes, lo lanzó contra la pared del pasillo.

- Creo que deberíamos llamar al profesor Engelhart – sugirió Abigail –

- ¿Llamarlo para qué?

- ¡Él podría ayudarnos! Tiene el poder de entrar al subconsciente de las personas. Quizá descubra quién está detrás de Ivanov.

Max estaba asustado. No sabía cómo reaccionaría Engelhart al ver lo que habían hecho, pero no tenían otra opción. Él era el único que podría encargarse a partir de ahora. Se resignó y lo llamaron insistiendo que debía ver con urgencia lo que habían descubierto en el laboratorio.

El profesor Engelhart no tardó en llegar. Miró calmadamente a Ivanov tendido en el suelo. Se agachó a su lado, poniendo la mano derecha sobre su cabeza. Suspiró y se puso de pie, entrando al laboratorio. Caminó entre el desorden de muebles, sillas y herramientas que había provocado Max. Inspeccionó las antenas cilíndricas que continuaban sujetadas al suelo. Se volteó hacia Max y Abigail:

- Señorita Winter, aún está a tiempo para volver a sus clases.

- ¡Pero profesor! Quiero saber lo que está pasando. El profesor Ivanov...

- No te preocupes – dijo Engelhart colocando su mano sobre el hombro de Abigail y sonriendo –, yo y Max nos haremos cargo de este desastre.

- ¿Usted sabía lo de Ivanov y las antenas?

- Esta noche nos reuniremos a las ocho. Allí les contaré la verdad a todos los demás chicos de la fraternidad.

Abigail estaba ansiosa por conocer la verdad, pero hizo caso al profesor y se retiró, dejando a Max y a Engelhart solos en el laboratorio.

- Esto es un verdadero desastre, Max.

- Intenté hablar antes con usted, profesor, pero siempre estaba ocupado – contestó tímidamente –

Engelhart caminó despacio por el laboratorio, ojeando cada rincón:

- Quién diría que tus poderes serían la clave de la investigación y, al mismo tiempo, serías tú quién casi arruinas todo.

Max se aterrorizó. Los nervios y la confusión evitaban que respondiera. Engelhart se detuvo, dándole la espalda y levantando su mano derecha: «Con esta mano soy capaz de leer el subconsciente de las personas al tocar su frente. Me ha resultado muy útil en mi carrera, pero no ha servido para nada más». Bajó lentamente su mano, levantando la izquierda: «Con esta puedo crear un nuevo subconsciente sobre la base del ya existente, programando una nueva personalidad, una nueva consciencia que puedo manipular a mi antojo». El espanto de Max fue aún mayor:

- ¿Quiere decir que usted fue quién manipuló a Ivanov para que le hiciera daño a Seren?

Engelhart volteó hacia Max, diciéndole con cinismo:

- ¡Por supuesto! ¿Pretendías que yo haga el trabajo sucio con estas manos divinas?

Max lo miró con desprecio, apretando sus puños:

- ¿Y usted pretende que me quedaré de brazos cruzados después de haberme confesado la verdad?

- No haría ninguna diferencia si te mintiera – Engelhart miró hacia las antenas y continuó – Ya tengo lo que quería. Ni tú ni el doctor Ivanov me son útiles ahora.

Tres hombres vestidos de traje entraron al laboratorio. Uno de ellos se acercó a Max con una carta en la mano y le dijo:

- Señor Fallen, somos del consejo universitario. Usted se ha ausentado varias veces a sus clases, incumpliendo así con las condiciones de la beca. Además, se ha reportado que ha tenido varios incidentes con los profesores de su fraternidad. Por lo tanto, y con previa aprobación de nuestro director, el doctor Anton Engelhart, queda expulsado indefinidamente de esta Universidad Imperial del Norte.

Max quedó desolado. No podía creer que todo este tiempo habían sido engañados por el profesor Engelhart. No podía creer que terminaría saliendo impune después de todo el daño que había hecho.

Los tres hombres le acompañaron hasta su habitación donde ya tenía todas sus pertenencias empacadas. No permitieron que tuviera contacto con nadie, incluso tenían un transporte preparado para llevarlo de vuelta hasta su casa. Tendría que abandonar a los demás chicos de la fraternidad bajo las manipulaciones de Engelhart.

En la tarde, Max se acercaba a su casa en la calle B. F. Strauss. No imaginó que volvería tan pronto, tan triste, a ese retirado lugar de agradables pinos verdes donde había crecido junto a su hermana Dhara, a quien, dentro de pocos minutos, debía darle una explicación:

- ¡¿Max?! – exclamó Dhara sorprendida al abrir la puerta – ¿Qué haces aquí?

- ¡Lo siento, Dhara! – gritó Max al desplomarse en llanto sobre su regazo –

Dhara no hizo ningún reclamo cuando Max le dio la noticia de que había sido expulsado de la universidad por ausentarse varias veces a clases y haber discutido con un profesor. Ella siempre se había mostrado comprensiva con él, y lo que más le sorprendía era que su hermanito, que siempre había sido tan brillante y obediente, haya sido expulsado de la universidad por un mal comportamiento. Al llegar la noche, Max se encerró triste en su habitación.

***

Mientras tanto, en el pequeño salón de conferencias de la fraternidad, los chicos de Épsilon Psi esperaban al profesor Engelhart, que los había convocado a una reunión:

- ¿Alguno de ustedes ha visto a Max? – preguntó Abigail ansiosa –

- No lo he visto desde ayer – contestó Eisell –

- Escuché que esta tarde expulsaron al profesor Ivanov – dijo Dach –. Dicen que estaba dilapidando los fondos de investigación que le habían asignado.

- ¡Ese desgraciado hizo algo peor que eso! – gritó Abigail –

Abigail se dio cuenta que había hecho un comentario fuera de lugar cuando todos guardaron silencio y la miraron:

- ¿Tienes algo que contarnos, Abigail? – preguntó Levi –

- Bueno... prefiero esperar a que el profesor Engelhart y Max lleguen.

El profesor Engelhart se encontraba preparando una silla en medio de las cuatro antenas cilíndricas del laboratorio. Se colocó el casco de tela negra con electrodos mientras tarareaba una canción. Encendió las antenas con el control remoto que llevaba Ivanov en la mañana. Giraron a máxima potencia, el suelo y las paredes comenzaron a vibrar ante el enorme estruendo que emitían los cilindros:

- ¿Escuchan eso? – preguntó Adah asustada –

- Creo que he escuchado ese sonido antes – dijo Abigail antes de salir corriendo hacia el patio de la fraternidad –

Los demás chicos corrieron tras ella y se detuvieron entre los dos edificios, junto a la fuente de mármol iluminada por la luna. Miraron hacia los ventanales del laboratorio que se encontraba en el tercer piso, de donde provenía el molesto ruido. Una extraña sensación electrizante recorrió sus cuerpos desde la cabeza hasta los pies. Comenzaron a sentir sus consciencias desvanecerse hasta que cayeron uno a uno desmayados en la grama.

Unos minutos después, el doctor Anton Engelhart salió del edificio. Todavía llevaba puesto el casco. Caminó hasta detenerse entre los cuerpos inconscientes de los chicos. Levantó las manos dramáticamente y gritando: «¡Levántense!». Al escuchar la voz de Engelhart, los chicos se pusieron de pie con el rostro inexpresivo. No parecía que fueran los mismos.

Max Fallen y la fraternidad de Épsilon PSIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora