17. SOLO AMIGOS

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F

RIDA

¡Me atreví, no sé cómo me atreví, pero lo llamé!

Al principio se asustó, creyó que había pasado algo con Juan, pero de inmediato lo tranquilicé y le dije que solo quería verlo.

Tal vez le extrañó, pero fue muy amable y me propuso ir a algún sitio a tomar café. Le dije que no, qué era muy arriesgado para ambos encontrarnos en un lugar público. Entonces me dio su dirección y aquí estoy, afuera de su departamento, esperando a que me abra.

Allan anuncia mi llegada con un maullido meloso y al poco tiempo, Ele me abre la puerta.

Hoy hace calor, por lo que enciende el aire acondicionado. Aún no ha dicho ni una palabra y eso es un poco incómodo. La computadora portátil está encendida sobre la mesita cuadrada que hace de comedor.

Tiene muy pocos muebles y disimuladamente intento detectar presencia femenina en algún rincón, pero sin éxito. Eso me alegra.

—Espero no interrumpir nada —le digo.

—No, estaba viendo un programa, pero ya se acabó.

Dejo mi bolsa sobre la mesa y me siento en la silla. Él acerca la otra y se sienta frente a mí.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Sí —respondo intentando que no note mi nerviosismo.

—¿Segura?

—Sí, de verdad. Es solo qué... Quería verte.

—¿A mí? ¿Y eso? —pregunta asombrado, incluso incrédulo.

—No lo sé, solo tenía ganas.

Baja la mirada y sonríe como si no lo pudiera creer. Me encanta cuando hace eso, se ve tan tierno.

—¿Quieres café? ¿O té? —Ofrece.

—No, nada, gracias. Tal vez agua.

—Agua, entonces.

Se levanta y va a la pequeña cocina por un vaso donde la sirve y me la trae. Luego se vuelve a sentar dónde estaba.

—¿Quieres hablar?

Bueno, hablar no era precisamente en lo que estaba pensando. Pero tampoco quería verme muy urgida. Doy un trago y dejo el vaso sobre la mesa.

—Debería irme mejor, esto no está bien.

—No estamos haciendo nada. Todavía —sonríe pícaro.

Debe notar alguna incomodidad en mí, porque se levanta y separa la silla haciéndola un poco hacia atrás.

—Me gustas, Ele —confieso sin poder contenerme—. Y no deberías gustarme. Y mucho menos debería estar aquí. Pero no he podido dejar de pensar en ti desde la otra noche.

—¿Quieres...?

—¡Sí, sí quiero! ¡Pero no debo!

—No quiero hacer tambalear tu integridad, pero a tu marido parece no importarle acostarse con... —se calla antes de nombrarla—, otra, y pasearla enfrente de ti. A ti tampoco debería importarte pasar un rato conmigo. O con quién tú quieras. Estás en todo tu derecho.

—Eres el demonio, Ele.

—Ojalá. Así me no iría como me va.

—Sí sabes, ¿verdad? —arrastro la silla para acercarme a él.

—¿Saber qué? —Hace lo mismo y quedamos muy cerca el uno del otro otra vez.

—Qué te usé —confieso en un arranque de sinceridad.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora