Capítulo 5

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A Winter se le dió una hora para bañarse, vestirse y lucir lo bastante presentable para cenar con el resto de la tripulación pirata. Él no quería hacerlo, pero era un rehén en aquella nave y debía obedecer al capitán en todo lo que pudieran. Dicho capitán no lo tocó otra vez más que para bañarlo o vestirlo.

Su cabello seguía impecablemente blanco, sin una mancha en él. El encierro y la falta de limpieza no hacían nada por ocultar su belleza nata, tal como un brillo que se adhería a su piel sin importar el entorno. Ahora solo dormía, no había nada más que pudiera hacer para entretenerse en las vacías paredes de aquella habitación. El pirata venía pocas veces, siempre mirándolo sin acercarse demasiado.

Winter no sabía cuánto tiempo había pasado desde el terrible incendio en Invernovale. No tenía ventanas para ver el exterior o un reloj que le dijera la hora. Él ni siquiera sabía cómo usar un reloj. Solo había visto uno en toda su vida, y era un pequeño reloj negro que el capitán siempre revisaba en las mañanas. Lo extraño es que tampoco sentía frío o calor, así que no podía saber en qué parte del día se encontraba. Si era oscuro o brillante, no había manera de saberlo estando encerrado en una habitación bajo cubierta.

Winter se sobresaltó al oír que la puerta del camarote se abría. Obedientemente adoptó una posición sentado, con las piernas cayendo de manera elegante frente a su cuerpo, por el borde de la cama. Era dócil por naturaleza; tanto que no pensaba en luchar o enojarse con el hombre. Solo obedecía, esperaba y hacía. Su personalidad era tan sumisa que no existía la posibilidad de venganza. En su mente, debía acostumbrarse a la situación en lugar de patalear.

El pirata hizo lo mismo que hacía todos los días. Entró, se quitó el abrigo y tomó asiento sobre la pequeña cama que compartía con el príncipe. Luego acariciaba su cabello.

Cada vez que sentía las manos del pirata en su cabeza, Winter temblaba. El miedo seguía allí, esperando cualquier acción extraña para hacerlo llorar. Sabía que su vida ya no era suyo, no por completo. Ante cualquier falta suya o error inconsciente, el pirata podría decidir que era problemático y que no valía la pena mantenerlo vivo. Podía morir en cualquier momento.

—¿Cómo estás, pequeña alteza?— preguntó Adrian con una sonrisa burlona, tomando el cabello de Winter entre sus dedos.

—B-Bien…— Winter no pudo decir nada más, al sentir un jalón en su cabeza. Hizo una mueca ante el dolor.

—Te ves tan lindo hoy— susurró Adrian. —Casi quiero devorarte. Tu cuerpo me parece una tentación muy grande.

Winter mantenía su mirada en el suelo. Era más fácil ver las tablas de madera que enfrentarse a los hambrientos ojos del capitán pirata. Nunca entendía el motivo de su hambre.

—¿Estás listo para conocer a los demás?— cuestionó un repentinamente alegre pirata.

—E-Eso cre-creo.

Adrian aflojó su agarre en el cabello de Winter por un instante, para luego sujetarle la muñeca con suficiente fuerza para dejar un moretón impreso en aquella pálida piel de invierno.

El pirata sacó a Winter de ese modo. Iba jalandolo por el cabello mientras se acercaban al comedor donde el resto de los tripulantes bebían y comían.

El barco era más grande de lo que Winter pensó al principio. Bajo la cubierta había un espacio tan grande que contenía no solo la habitación del capitán, sino también una habitación grande con literas para los piratas y una bodega donde guardaban la comida y licor. Era muy grande, aunque desde lejos parecía ser un barco mediano.

Winter se sintió abrumado apenas entró en el comedor, la mano del capitán firme sobre su cabello. Había muchos sonidos y voces que le eran desconocidos. Todo se le hacía demasiado abrumador, sobrecargando su mente de mucha información, más de la que en realidad podía soportar. Un ligero mareo lo invadió, pero se fue tan pronto como vino. También ayudó que todos callaran ante una seña del capitán.

Dulce Principe. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora