Con frecuencia cuando estamos en silencio y en realidad no estamos haciendo nada, comenzamos a analizar lo que pensamos y lo que estamos sintiendo en ese momento, como se siente nuestra piel al rosarla suavemente con las llemas de nuestros dedos, como sentimos el peso de nuestros párpados después de tener un largo día y terminar agotados; en general a mi me ocurre mucho y provoca que mi familia me moleste o me interrogue sobre lo que pienso, y la verdad, es que no estamos pensando algo en concreto.
Creo muy fielmente que la vida no es tan larga como mencionan muchos de los adultos a nuestro al rededor, y por eso, confío en que hay que aprovechar cada segundo que tenemos aquí, y cada momento que compartimos con las personas que amamos, pero en ocasiones eso se vuelve complicado, ya que, como humanidad, nos hemos convertido en odio y desprecio puro, dejamos de desarrollar culturas de empatía.
Hemos odiado tan intensamente y con tanto despecho que en ocaciones, olvidamos la razón por la cual estábamos enojados y nos ponemos a pensar en el motivo de no dejar que alguien ame a quien quiera, sea hombre, mujer, ninguno o ambos a la vez, o derramar sangre femenina por el temor de que sean mejor que nosotros o más valientes o más inteligentes, sea eso cierto o no.Por esta razón creo que analizar nuestros sentimientos y lo que estamos provocando cuando desgarramos nuestro cuerpo y piel al sacarlos de forma violenta, es importante, ya que tal vez en ese momento se sienta como un desahogo pero tiempo después esa piel desgarrada comenzará a doler y dejará cicatrices.