4. Hogwarts

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Capítulo 4: Hogwarts.

Maggie Snape se encontraba caminando por los pasillos, había perdido a su profesora y a sus compañeros mientras iban dirigidos hacia el gran comedor. Se había quedado charlando con Peeves, el Poltergeist de la escuela. Era agradable en verdad, cuando te tomabas el tiempo de conversar con él, además habían acordado jugarle una broma al conserje Filch y a su gata la Señora Norris que por lo que le había contado ambos eran lo mismo que un grano en el trasero.

El poltergeist se había esfumado cuando le aseguró que sabía a donde ir, aunque ahora se estaba arrepintiendo de no haberle pedido ayuda. Se paró frente a un cuadro inmenso, lo miró curiosa. No había cuadros así en el orfanato donde había vivido ni en la casa de su padre.

En el cuadro lo primero que se veía eran varios caminos y en el centro un poste con muchas carteles con señales que indicaban para todos lados, uno apuntaba a la derecha, otro hacia arriba y el más llamativo era uno en espiral alrededor del poste que no apuntaba ningún lugar en específico. A primera vista no podía verse más que un paisaje algo extraño.

— ¡Hey, niña, si tú, la chica perdida, estoy aquí abajo! —Maggie se sorprendió al mirar hacia bajo, pues casi en el final del retrato se encontraba un hombrecito.

Su altura era tan baja como los duendes de Gringotts y parecía compartir también su mal humor. Su rostro era pálido y tenía una gran verruga negra entre ceja y ceja que parecía ser un ojo más. Casi no tenía cabello pues este tenía forma de "U" inversa con todo lo demás mostrando su reluciente calvicie. Sus ojos eran de un color extraño, eran de color verde neón y brillaban como una linterna. Una mueca amarga curvó sus labios donde se mostraba el inicio de unos dientes amarillentos. Su ropa también era un poco extraña, pues desentonaba totalmente con los otros cuadros, que en su mayoría usaban túnicas de magos. Llevaba un overol de trabajo con una camiseta gris y sandalias estilo griego. En su mano izquierda sostenía un gran manojo de llaves, estas eran extrañas pues eran demasiado grandes para una mano tan pequeña. Cada llave media veinticinco centímetros de alto y cinco centímetros de ancho. Había muchas llaves y cada una de ellas de diferentes formatos. La más llamativa era una casi al final del manojo de llaves pues, al contrario de las demás, esta era muy pequeña para la mano del hombrecito y brillaba tanto como sus fluorescentes ojos. En el borde del marco de oro se encontraba tallado a mano su nombre.

» Patrick, el marca-caminos. « Decía con letra pulcra y de color dorada.

— Lo siento, no lo había visto señor —balbuceó con cierta torpeza la niña, las mejillas se le sonrojaron débilmente. El hombrecito bufó.

— Estos niños insolentes de hoy en día —masculló entre dientes el hombrecito, fastidiado. Dispuesto a irse por uno de los tantos caminos dio media vuelta y se perdió entre todos los cuadros hasta perderla de vista.

Se pasó la mano por su cabello, frustrada. ¿Como llegaría al Gran comedor sola? Bufó, volviendo a caminar arrastrando los pies con pesimismo, al punto de trastabillar y caer sobre una armadura.

La armadura del caballero cayó al suelo estrepitosamente, desarmándose por completo. Todos los cuadros que había cerca se callaron mirándola...No. Miraban algo a su espalda.

Cuando volteo a ver se encontró a un hombre bajo debido a su espalda encorvada. De cabello canoso y despeinado. Tenía enormes bolsas bajo los ojos y su boca entreabierta mostraba unos dientes disparejos y chuecos. Maggie supuso por la detallada descripción de Peeves que sería Argus Filch, el celador. A sus pies se encontraba una gata flacucha y de color grisáceo, sus ojos eran saltones y parecían linternas. Era la Señora Norris a la que, por lo que también le había dicho Peeves, todos querían pegarle una patada.

Las Crónicas de Maggie Snape I: Visiones (Fred Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora