Era una noche más del crudo invierno madrileño, hacía frío y apenas si se podía parar por la calle. Todo eran prisas y atropellos, le gente, contagiada por el hipócrita espíritu navideño del gasto sin control se agolpaba en las tiendas en busca del codiciado regalo navideño.
Intentaba pasear tranquila, es algo que siempre me ha gustado, pasear, no atravesar las calles empujada por la marabunta de gente desquiciada y con prisa. Como he dicho, lo intentaba entre empujón y empujón, entre disculpa y quita de en medio (le gente siempre tan amable), pero a penas lo lograba, así que decidí cambiar de rumbo y adentrarme en las oscuras, pero tranquilas calles del viejo Madrid.
Sin darme cuenta me encontré en el Puente Segovia, ¿Cómo había llegado hasta allí, o cuanto había tardado?, no lo sabía, tan solo estaba allí parada, mirando desde la barandilla como en tantas otras ocasiones, pero esta vez estaba sola, nadie me abrazaba diciendo TE QUIERO.
Entonces empecé a recordar, todos esos sentimientos que durante meses había conseguido bloquear, o mejor dicho, congelar en mi memoria, fueron haciéndose reales poco a poco. Todos esos fantasmas del pasado aparecían en mi mente como una macabra orgía de amor, dolor y odio, transformándose finalmente en tres simples palabras que, con un grito ahogado, atravesaron mi pecho... Aun te amo.
Esas fueron las únicas palabras que fui capaz de pronunciar tras un interminable silencio. Aun te amo dije entre sollozos, aun te amo dije a gritos, y eso me está matando, dije entre susurros.
Estaba allí, en nuestro rincón, donde tantas veces habíamos jurado amor eterno, donde tantas veces me habías preguntado: "¿Me querrás siempre?, y donde tantas veces te había contestado: "Toda la eternidad..." Y ahora, la eternidad me envolvía en el silencio de una pregunta sin respuesta: " ¿Por qué? .
En esos momentos sonó el móvil, un número desconocido aparecía en la pantalla y decidí no contestar, seguramente sería una equivocación, pero tras varias llamadas y tanta insistencia, decidí contestar:
- Hola.- Dije tímidamente.
- Hola.- Me contesto una voz al otro lado.- Te llamaba porque estábamos quedando para el sábado y...
- ¿Puedo saber quién eres?.- Pregunte algo sorprendida interrumpiendo su conversación.
- ¿No me digas que no sabes quién soy?.- Contesto ella con una voz dulce y suave, por un momento pensé que me acariciaba.
- Pues la verdad es que no, no reconozco el número y tu voz no me suena de nada.- Conteste deseando que continuara hablando.
- Vamos a ver, ¿Tú eres Lauren no?.- Pregunto ella.
- Si.- Dije un poco avergonzada.
- Entonces, no me he equivocado, eres la persona con la que quería hablar.
- Vale, pero sigo sin saber ¿Quién eres tú?.- Dije un poco aturdida.
- Bueno, es que... La verdad es que no nos conocemos.- Dijo un poco avergonzada, y, suavizando tanto su tono de voz que logro que un escalofrío recorriera toda mi espalda.
- Pero entonces... ¿Cómo has conseguido mi número y sabes mi nombre?.
Se produjo un interminable silencio, cuando lo que más deseaba era volver a escuchar su voz, me contuve para no gritarle que por favor continuara hablando y, cuando estaba a punto de colgar, se produjo el milagro.
- ¿Sigues ahí?.- Pregunto, mi cuerpo volvió a electrificarse.
- Sí, estoy aquí esperando una explicación.- Dije disimulando voz de enfado.