No había sustantivo para describir lo que sentía, su felicidad era inmensa, tan real que su sonrisa acaparaba toda la anchura de su rostro, además de que también lo cegaba, pues no podía ver con nitidez como la persona frente a él miraba decayente hacia la ventana.
La palabra feliz era poco para explicar la situación en la que se encontraba, sus orbes, tan brillantes como dos faroles guiando a los navegantes, se centraron en él como si fuese una especie de arte, mirándolo con emoción desde que en esa tarde nublada aceptó acompañarlo a una salida.
La razón por la cual estaba en ese estado, era porque Megumi había aceptado tener una cita.
En la perspectiva de Yuta, todo era color de rosa, bebiendo café en una bonita cafetería con un toque romántico por la baja intensidad de las luces en el interior, además de que la melodía del saxofón en vivo le sumaba puntos al ambiente. No obstante, el pobre de Megumi no lo veía de esa forma, la tristeza aún seguía consumiendo parte de su persona y sus ánimos aún no estaban al cien por ciento, de no haber sido por la insistencia de su padre, juraba de que seguiría atrapado en las mantas de algodón mientras lloraba en silencio dentro de su habitación.
Para Megumi, fue como un flechazo directo a su corazón cuando notó el local al cual Yuta lo había llevado, apenas pisó el interior, los momentos que había pasado con Ryomen en ese lugar lo golpearon dolorosamente, haciendo que casi derramara un par de gruesas lágrimas. El azabache, con los labios temblorosos, estuvo apunto de dejar salir una negativa, resistiéndose a entrar al local, sin embargo, la emoción de Yuta era más importante que la objeción del menor, tomándolo del brazo y guiándolo hacia una mesa vacía en el fondo.
Llevaban casi treinta minutos sentados, Okkotsu degustaba la mayoría del menú y él muy apenas había probado bocado de su plato, su atención estaba más centrada en mirar el ventanal, viendo a las personas que iban y venían con un paraguas en manos, pues en esos meses la lluvia se soltaba en cualquier instante. Y por segunda ocasión, sus ojos casi derraman gotas saladas al captar a una joven pareja riendo al otro lado de la calle, dándose un tierno beso en la esquina esperando a que la luz verde cambiara a roja.
Yuta, al seguir la dirección en la que miraba y notar la atención que les ponía, no dudó ni un segundo en llamarlo, suspirando como un bobo cuando esos ojos se posaron en él.
—Prueba el pastel de fresa. —Comentó, señalando el postre con su tenedor. —¡Está delicioso, Gummi!
Y con aquel sobrenombre, fue suficiente para que su ánimo aterrizara por los suelos.
Se levantó con lentitud de la silla, bajo la inquietante mirada de Okkotsu.
—Lo siento, Yuta pero creo que debería irme a casa. —Murmuró en voz baja, sintiéndose apenado con su amigo.
—Está bien, sólo déjame pagar y te-.
—No es necesario, puedo irme por mi cuenta, mi casa no queda lejos. —Trató de tranquilizarlo con una sonrisa, pero falló en el intento, preocupandolo más.
—Megumi...
—Yuta. —El aludido guardó silencio al ver los tristez ojos posarse en él, un toque de determinación se asomaton en ellos al decir las siguientes palabras. —Por favor no vuelvas a llamarme Gummi, se que no fue tu intención pero no lo hagas, ¿Sí? Sólo... Tú no.
Aquel bajo y débil murmullo, dejó sin habla al azabache más alto.
El tintineo de la campana zumbó en sus oídos cuando Megumi abrió la puerta para salir por completo del local que lo asfixiba.
Las gotas del diluvio iniciaban a pintar la acera de un color más obscuro cuando caían esparcidas por el pavimento, se hizo la idea de que en cualquier momento la lluvia se soltaría sobre él como un castigo por no ir preparado, por lo que apresuró el paso hacia su hogar.
Sin embargo, y sintiéndolo como una broma, no pasaron ni dos minutos cuando su ropa inició a pegarse contra su cuerpo por lo empapado que estaba. Megumi, maldijo por lo bajo e inútilmente puso ambas manos arriba de su cabeza para evitar mojarse más de lo que estaba.
Miró en cualquier dirección para buscar algún refugio mientras tanto, visualizando a un par de locales, uno solitario que se encontraba cerrado y con el techo lo suficientemente amplio para que el agua no lo alcanzara. No dudó más y corrió hacia el lugar, abrazando su cuerpo al llegar para darse calor entre sí.
Megumi estaba apoyado en la pared de un modo que le daba la espalda a la otra esquina de la avenida, por lo que no vió a la persona que se posó a su lado, sólo el sonido de sus pisadas le informaron que alguien había tenido la misma idea de refugiarse debajo del techo.
—Mal momento para salir a caminar, ¿No?
Aquella voz, tan burlona y seductora como la recordaba, una melodia grave que lo llevaba a la cúspide del placer y que actualmente le robaba el sueño cada noche. Su bajo murmullo acarició cada uno de sus sentidos, provocando que su piel se pusiera de gallina al sentir el choque de su aliento contra su oreja, activando sus nervios a la velocidad de la luz.
Apretó sus labios con fuerza y dió la media vuelta, rogando al cielo de que no le estuvieran jugando una pesada broma.
No fue así.
Sukuna Ryomen, tan alto y fornido, estaba de pie frente a él con una vestimenta deportiva color negra, la cual combinaba con la tinta visible de su rostro.
—Me da gusto encontrarnos de nuevo, Gummi—Sonrió.
El tiempo siguió corriendo y la cortina de agua cesaba cada vez más, Megumi sabía que al llegar a casa su padre lo recibiría con la regañiza de su vida por haber sobrepasado el límite de hora de salida, pero le era imposible mover un simple pie cuando el hombre al que sigue amando lo observaba con un destello anormal en los ojos.
Ninguno habló después de que Ryomen lo saludó, los nervios no lo dejaban procesar, parecía que la inmovilidad había tomado posesión de su cerebro. Sukuna pensó que Megumi se encontraba incómodo ante su presencia, por lo que, desanimado por aquello, no le quedó mas que decir adiós. No obstante, al darle la espalda, sintió como unos delgados brazos se aferraban a su cintura con fuerza, deteniendole.
—Sukuna, te extraño.
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𝐏𝐎𝐒𝐄𝐒𝐈𝐕𝐎; 𝑺𝒖𝒌𝒖𝑭𝒖𝒔𝒉𝒊
Teen FictionMegumi Fushiguro es lo más importante para Sukuna Ryomen, lo demuestra con cada mimo, con cada flor que ve en las calles y con cada caricia que le da por las noches. Sin embargo, la llegada de un nuevo alumno en el Instituto en el que asiste su prec...