Love me like you do. -XueXiao-

03- Sólo tú puedes encender el fuego en mi corazón.

*Si lees esto primero. Retrocede pues te has saltado un capítulo*

Xiao XingChen está sentado bajo un hermoso y abundante roble. Su posición al sentarse, fue de la más impecable, Xue Yang quiere gritar, pero sabe que no debe. No está permitido, y no desea asustar al contrario.

Se queda a unos diez pasos de distancia, sus ojos se entrecierran al recorrer su cuerpo. Capta la curva de su cintura, a través de la seda de la túnica, hoy de color amarillento, casi blanco de hecho. Le recuerda a un pergamino viejo, uno que desea abrir y ver cada uno de sus secretos. No puede evitar ver como las anchas mangas descansan en un montón de tela, en la curvatura de sus codos, aprecia la forma de sus brazos aun semis-cubiertos de sedas, todo eso lo estaba volviendo loco. El deseo animal de quitarle túnica tras túnica y apreciar esa piel en su cama es mayor cada día. Pero, se recuerda que no es posible. No debe. Y jamás será permitido o siquiera correspondido.

Es un juego en su mente supone. La deliciosa tela, que le permite apreciar el hermoso ser que se envuelve en este. Como sus mechones oscuros como la tinta contrastan a la perfección de su atuendo de ese día. O como sus mejillas se tiñen de carmesí por el sutil calor de esa tarde.

Su alteza. Ese hombre. Xiao XingChen su más grande perdición.

Tal vez, solo son deseos carnales que tiene. En un momento desaparecerán, tal vez solo quiere joder a ese cuerpo. Un simple deseo banal, Xue Yang supone que es eso y si ese es el caso, entonces solo creía que podría encontrar a alguien más.

O eso era lo que creía.

Las semanas pasadas. Todas las oportunidades que tuvo, llevo a ese ser y lo ayudo a desvestirse. Sus manos callosas recorrieron lo que podían esa piel y mientras ayudaba al contrario a desprenderse de la suciedad en su día, y lo ayudaba a lavarse en su manantial. No tenía escapatoria. Supone que es un castigo divino de los cielos, por un pecado cometido en sus vidas pasadas y ahora le dan una lección sobre no caer en las tentaciones. Mientras se burlan de él desde donde se encuentran. Piensa que la suave piel del contrario podría volverlo loco.

Y ahora mismo, cuando se descuidó por un intervalo de tiempo diminuto. Aquel ser que reina en sus sueños primaverales. Casi le causa un derrame nasal. Solo por el cambio de posición en su cuerpo.

Luego de hacer, lo que sea que Xue Yang desconoce. El contrario baja sus manos de su regazo y las apoya a cada lado de su cuerpo, baja su cuerpo lentamente, mientras se recuesta en la grama debajo del roble. Parpadea un par de veces, como si pensara que no hay nadie a su alrededor y levanta una pierna doblada, para que su rodilla apunte al celeste del cielo en ese día. El otro pie –Que no lleva calzado- Se levanta para apoyarse en la otra rodilla, moviéndola juguetonamente, como si disfrutara su alrededor. Pero ese sutil movimiento causa que su túnica se enrolle y cause un bulto en su parte inferior.

Estaba en los adentros del bosque imperial, por lo que no debería estar nadie allí. Causando que el otro no le importara, pues la posición de sus piernas separaba sus túnicas, donde mostraba unos pantalones, muy trasparentes que nadie aparte de su dueño debería apreciar. Y ahora hay estaba Xue Yang logrando ver la carne cremosa de los muslos contrarios. La piel sumamente clara como la luna llena y se apreciaba la suavidad de esta, pues el color rosáceo era más que encantador. Las manos contrarias quieren acercarse y tocarlas. Desea mancarlas del tinte carmín y dejarles unas mordidas marcando que tenían dueño.

No más que fantasías.

Él observa como sus parpados se cierra, mientras una de sus manos juega con las hojas secas caídas de los árboles, una brisa aúlla por el bosque cuando trae pequeños hilos de los dientes de león cercanos, cayendo casi deliberadamente por el cuerpo contrario. Xue Yang deseaba ser esos finos hilos de dientes de león, para descansar encima del cuerpo contrario como ellos. Deseaba ser la brisa que acariciaba cada parte de su cuerpo en las tardes o simplemente la seda que constituía las túnicas que lo arropaban.