Quinto compás

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Encontré a Gerard en la entrada, saludando a Koala, que agitaba la cola

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Encontré a Gerard en la entrada, saludando a Koala, que agitaba la cola. Mi padre frunció la boca, molesto. Koala solo saludaba así a mis padres o a mí, o al menos eso pensaba él. Muchas de las veces que la sacaba a pasear aprovechaba para verme con Gerard, a raíz de jugar tanto con ella y darle premios, le había cogido cariño como a uno más de la familia.

Por su lado, Gerard estaba más formal que de costumbre, en vez de llevar el cabello engominado de punta se lo había puesto hacia un lado, como un chico de la iglesia, además de que se había afeitado con cuchilla. Olía muchísimo a colonia, intentaba enmascarar que había estado fumando porros. Sonreí tímidamente a modo de saludo. Deseé que me abrazara a pesar de todo, pero ambos estábamos demasiado cohibidos.

—Vamos —apremió mi padre.

Mis padres se sentaron donde siempre y Gerard en la silla en la que había sido sometida antes. Fui a su lado.

Mi padre carraspeó.

—Lina... —dijo mi madre.

—¿Qué? —pregunté siguiendo su mirada.

Y entonces me di cuenta, se me marcaban los pezones a través de la tela. Normalmente me quitaba el sujetador cuando tenía que ir a la cama.

Tuve la tentación de volver a mi cuarto a ponérmelo, pero bastante humillación suponía todo eso como para hacerlo delante de Gerard. Me limité a cruzarme los brazos de una forma bastante incómoda para que no se me notaran.

Hubo un largo y tenso silencio. Recé para que mi madre lo interrumpiera ofreciéndole algo a Gerard, pero no demostró su hospitalidad habitual.

—Antes de nada, siento mucho lo que ha pasado —empezó Gerard, sin saber muy bien dónde meterse. Admiré su iniciativa, conocía a mis padres por lo que yo le había contado, pero jamás lo había preparado para un momento así—. Tomamos precauciones. Tuvimos mala suerte.

—¿Cuánto tiempo... ya sabes? —preguntó mi madre, soltando una risa nerviosa.

—Unos seis meses.

—Siete —corregí—. Conociéndonos, digo.

Necesitaba añadir más tiempo para justificarme, para hacerme menos "puta".

Aquello era lo más parecido a una charla sexual que había tenido hasta entonces, mis padres nunca me habían hablado de sexo. Todo lo que sabía era por cosas que había leído, visto en pelis porno o por Gerard. Me avergonzaba muchísimo que en ese instante ellos pudieran recrear mentalmente, aunque fuera de forma involuntaria, lo que habíamos hecho. Quizá mi madre nos imaginaba haciendo el misionero con la luz apagada.

—Es que en primer lugar nunca tendrías, tendríais que haber hecho... eso. —Mi madre enfatizó «eso» como si la simple mención de la palabra ya supusiera un crimen—. Lina no tiene edad para esas cosas, ni para novios, tendría que pensar en sus estudios... —Su voz se fue apagando.

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora