『 Treinta y uno. 』

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Tomar la decisión de formalizar la relación con Juliet no había sido algo tomado a la ligera, mucho menos dejándose llevar por sus impulsos, lo meditó lo suficiente como para llegar siempre a la misma respuesta; La quería a ella hasta el fin de sus días.

¿Se consideraba algo apresurado? ¿Era posible enamorarse tan profundamente de alguien en tan poco tiempo? Por supuesto que sí, ellos eran el ejemplo perfecto para confirmar que la conexión, el amor, no dependía del tiempo, sino de que las dos personas estuvieran dispuestas a arriesgarlo todo, a sentirse y a quemarse vivos.

Amor, una palabra que siempre le pareció ajena, estaba fuera de su vocabulario. Que irónico que ahora era su palabra favorita, que al escucharla solo pensara en esa chica de cabellos castaños y ojos negros pero brillantes como la noche estrellada. Indudablemente estaba contento, una alegría que lo hacía sonreír y soltar leves suspiros, los cuales por las bajas temperaturas dejaban a la vista el vaho.

Apresuró el paso apretando los puños dentro de los bolsillos, traía una polera de manga larga, una sudadera negra y sobre estas un abrigo café mientras que su cuello se veía envuelto con una bufanda de las mismas tonalidades. Ese día afirmó lo que decían, que el invierno en Puebla de la Sierra era jodidamente helado, sin embargo, entre quejidos y arrastrando los pies caminó todo el recorrido hasta las puertas de su lugar favorito.

Al abrir, la campanilla sonó, un sonido que ya se hizo familiar, al igual que el olor a pan recién horneado, y el calor eminente del interior, acompañado todo eso con la figura femenina que lo recibía sonriente.

Si en algún momento le llegaban a pedir que definiera felicidad, sin lugar a duda, describiría ese preciso momento.

—Buenas tardes, Kirstein, ¿Preparado para la mejor pijamada de tu vida?—

—¿Eso quiere decir que nos pintaremos las uñas, nos pondremos mascarillas y haremos todas esas cosas que hacen las chicas en sus reuniones?— Alzó una ceja quitándose el abrigo y la bufanda, prendas que dejó en el perchero junto a la puerta.

Ante la interrogante Juliet jugueteó con sus dedos balanceando su cabeza de un costado a otro, notoriamente dudosa o tal vez arrepentida, porque sí, dentro de sus planes se encontraban ese tipo de cosas.

—Bueno, yo pensaba que, no sé, quizás a ti te gustaría que nos pusiéramos mascarillas, y no sé...— Balbuceó, a lo que el chico soltó una tenue carcajada acercándose al mostrador.

—Todo lo que tengas en mente me parecerá maravilloso, además, siempre he creído que me quedaría bien las uñas de color negro.—

Sus dedos se dirigieron al mentón de la contraria, levantándolo y depositando un tierno beso en los labios que inconscientemente sonreían.

𝙬𝙝𝙤 𝙖𝙧𝙚 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙣𝙤𝙗𝙤𝙙𝙮'𝙨 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝𝙞𝙣𝙜?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora