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Se conocieron de la forma menos pensada, no fue en los pasillos de la escuela ni tampoco se encontraron en uno de los vagones del tren

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Se conocieron de la forma menos pensada, no fue en los pasillos de la escuela ni tampoco se encontraron en uno de los vagones del tren.

Miraba el cielo cubierto por nubes que amenazaban dejar caer a la lluvia sobre la ciudad, sintiéndose obligado a dejar el cementerio sin poder terminar de charlar frente a la tumba de su amigo, dio media vuelta dando paso hacia la salida, pero el estruendoso grito de alguien le hizo saltar del susto y mirar a la pobre alma que era maltratada.

Del otro lado del camino la figura de una chica temblaba del miedo de tener a diminuta rana postrada sobre su cabeza, paso sus manos sobre la cabellera de la joven tomando al anfibio que por el clima húmedo de la temporada era normal verle vagando por todo el lugar.

Vio como esta llevó hacia su cabeza una de sus manos temblorosas tocando con miedo su cabello esperando encontrar al pequeño animal, poco a poco fue abriendo sus ojos topándose con la mirada de su salvador. Invadidos por los nervios y sonrojados ambos intentaron ocultar su rostro, ella por la vergüenza de que le vieran temblar por algo tan insignificante y él por el sentimiento de ternura que florecía en su interior por la reacción de esta.

―Gra-gracias. ―La voz le falló sonando más como un susurro.

La pobre bajó la vista a sus zapatos en cuanto el croar de una rana se escuchó, volvió a temblar al observar cómo se posaba el anfibio a un lado de su pie, ajeno a la presencia de los dos adolescentes y en un intento de huir terminó chocando contra el joven de ojos celeste cayendo al suelo sobre este. No lo soportó dejando salir una carcajada ante las palabras de ella.

―Dime que no tengo una rana encima. ―Y en efecto, no tenía una sino a ambas ranas sobre su suéter.



Sintió como el corazón se le aceleraba dejando caer lo que quedaba de su paleta derritiéndose bajo la intensidad de los rayos del sol, de pie en medio del camino quedó mientras veía a esta seguir caminando con el rostro cubierto por sus manos, sus pasos cesaron para mirarle y volver a hablar o gritar más bien dicho.

―Chifuyu, ¡Me gustas! ―Alzó la voz sin importar quien le escuchara. Quería hacerle saber sus sentimientos y que nada mejor que gritarlo a los cuatro vientos.

Estoico y en silencio solo miraba la escena frente suya, las largas ramas cubiertas por pequeñas flores violetas hacían resaltar la figura de la joven con las mejillas coloreadas de carmín, no podía dejar de ver la forma en que la luz del día resaltaba el color de sus ojos que lo miraban fijamente o como la cálida brisa incitaban a sus mechones de su cabello a bailar. Tan perdido en grabar la imagen en su memoria que en un parpadeo la tenia de pie muy cerca de él y con ambas manos sobre su rostro pidiéndole al borde de las lágrimas una respuesta.

―También me gustas.

Ahí fue donde supo que nunca más la quería volver a ver llorar, acarició con cuidado limpiando su rostro de esas lagrimas que solamente opacaban la luz que solo ella podía emanar, no importaba nada, ni el calor de la primavera o el que la gente pudiera verlos, en ese momento solo eran ellos dos envueltos en un abrazo del cual ninguno quería que terminara.

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𝒮𝒾𝓂𝓅𝓁𝑒𝓂𝑒𝓃𝓉𝑒 𝒢𝓇𝒶𝒸𝒾𝒶𝓈 [𝘊𝘩𝘪𝘧𝘶𝘺𝘶 𝘔𝘢𝘵𝘴𝘶𝘯𝘰]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora