19. EN SILENCIO

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ELEODORO

Frida dijo que quería verme y me esperaba en una cafetería en donde sabía, Juan nunca iba a ir.

Es una cafetería de chinos a la vuelta de la catedral en la que venden unos bisquets con mantequilla muy famosos en la ciudad. Sobrevalorados si me preguntan, pero no por eso con mal sabor. Estoy divagando otra vez. Concéntrate, Ele.

Dijo que solo quería hablar. Supongo que así será, a menos que tenga una fantasía extraña acerca de hacerlo sobre una mesa ahí enfrente de todos.

Me da un poco de miedo que diga eso. Suena muy serio y lo serio nunca es bueno. Tal vez se cansó de mí y ya no quiere verme.

Llego relativamente rápido y con la suerte de encontrar estacionamiento justo en frente del local.

Busco a Frida en las mesas, pero no la encuentro hasta que agita la mano en el aire.

-¿Fuiste con Nicolás? -Es lo primero que pregunta.

-De allá vengo -me siento y cruzo los brazos sobre la mesa.

-Debe odiarme por apartarte de su lado.

Vaya, ¿qué se supone que diga ahora? No sé que esté imaginando.

-No dije a dónde iba. Solo le dije que tenía que irme -respondo tratando de sonar casual. No es que me moleste lo que dice, solo me saca de onda.

-¿No le has hablado de mí, verdad? -pregunta casi indignada.

-No todavía. Es muy...

-¿Celoso? -completa casi divertida.

-Pues sí -reí nervoso-, mucho.

-Vaya...

-¿De qué quieres hablarme?

Frida sonríe y juguetea con una servilleta de papel entre los dedos sin responder de inmediato. Posiblemente piensa en como mandarme al diablo.

-De muchas cosas -respuesta ambigua-. Lo que pasa es que no quiero que todo entre nosotros sea... Ya sabes, sexo y depravación.

-A mí no me molesta que seas una depravada.

Abrió mucho la boca fingiendo indignación.

-¿Ya comiste? -cambia la conversación de pronto.

-No -contesto y en eso llega una mesera voluminosa para tomar mi orden, pero yo no quiero nada.

-Dos bisquets y dos cafés chicos, por favor -pide ella sin consultarme. Yo no tengo ganas de pensar, así que acepto sus designios.

Saco todo lo que tengo en la bolsa de mi chamarra, consistente en un montón de papelitos, de esos que te dan cada vez que compras algo, para sacar el veintiunico billete que traía para pagar.

Cómo siempre, hago un desastre y salen volando por todos lados por culpa de un ventilador. Frida se ríe, pero me ayuda a recogerlos de abajo de la mesa y me los dia. Todos, excepto uno que llama su atención porque tiene algo escrito por la parte de atrás y que lee.

«Hoy me encontré con tres personas de mi pasado.
Y las tres, en un ataque de sinceridad, me confesaron que en el momento les gusté, o incluso, me quisieron.
Pero ninguna se quedó conmigo.
¿Y de qué vale ahora?
Si la sensación de rechazo fue lo que sí se quedó desde entonces.
El sentimiento de no ser suficiente.
La soledad y las preguntas.
Gracias, pero ya no sirve de nada».

-¿Esto es cierto? -pregunta con algo parecido a la sorpresa.

-Sí -dije un tanto avergonzado. No solo por lo que leyó, sino porque escribí eso en un arranque de coraje después de algo que pasó.

-¡Qué bonito, Ele! -se acomoda de nuevo en la silla- Bueno, no lo que pasó, eso fue triste, sino cómo lo plasmaste. Transmite dolor, rabia...

Cómo no supe qué decir, no dije nada. Solo agradezco con un balbuceo.

-¿Lo necesitas? ¿Me lo regalas?

-Claro, si lo quieres...

-Gracias. Lo guardaré. Pero si lo ocupas, pídemelo, no importa.

-Dos bisquets y dos cafés chicos -recita monótona la mesera cuando deja el pedido sobre la mesa.

-Gracias -dijimos al mismo tiempo.

Frida puso cara de asombro y rió como niña.

-¡Me debes un chicle!

-¡No, tú me lo debes a mí! -Le sigo la corriente.

El billete de cincuenta por fin aparece, pero no alcanza para pagar esos pequeños placeres. Busco más en mi pantalón, pero ella saca un billete de cien y termina de pagar con eso. En realidad, pudimos esperar hasta consumirlo todo, pero dadas las circunstancias, creímos prevenir algún escape de emergencia.

DAVINA

La sonrisa de Mendívil es maligna. Parece amable, pero he sabido de varios qué, después de verla, conocieron el mismísimo infierno.

-Buenas tardes, señor, qué sorpresa -saludo en un vano intento por disimular mi temor.

-Buenas tardes, Davina.

Me quita el teléfono de las manos y luego me mira de la manera más aterradora en la que jamás nadie me vio antes. No creo que tenga derecho de hacer eso, pero supongo que no estoy en posición de contradecirlo. Y la verdad, tengo miedo. Aún así, me atreví.

-Señor, no creo que esté bien que haga eso. ¿Me lo devuelve, por favor?

Juan, a k no saves kn kien estaba el idiota de Eleodoro!» -Lee lo que no le importa y luego me ve con desprecio. Mucho desprecio- Imagino que planeaba mandarle esto a su amante, a Juan Pérez Sandovál.

-Señor, no estamos en el trabajo, así que no está bien que usted...

-Tiene razón, Davina -dio la vuelta y me hizo señas para que le quitara el seguro a la puerta, ¡pero ni loca!

Quise arrancar el carro y no estaban las llaves. Mendívil tocó la ventanilla y me las mostró colgando de el índice con su estúpida sonrisa diabólica.

¡¿A qué hora las quitó?! No tuve otro remedio que abrirle y de inmediato se trepa en el asiento del copiloto.

-Tiene razón, Davina, fuera del trabajo, mi comportamiento no está siendo el correcto, pero, ¿qué cree? ¡No me importa! Ésto es personal. Le haré una sugerencia que espero, tome muy en cuenta a partir de este momento. Usted le dice a su amante o a quien sea, y eso incluye al propio Sánchez, que lo vio aquí conmigo, y puede despedirse de su trabajo.

-Afortunadamente, hay otras empresas, señor -recalqué envalentonada lo de «señor». ¡Pinche joto maligno! ¡Si se le ve desde otras galaxias!

¡Otra vez esa puta sonrisa!

-Creo que no has entendido bien, Davina. No me refiero solo a éste, que todavía tienes, sino a todos los empleos que pretendas detener el resto de tu vida. Incluidos los de prostituta, que tan bien se te dan. Así qué, si sabes lo que te conviene, cierra el hocico y olvida lo que viste.

-¿Me da mis llaves?

-¡¿Entendiste, Davina?!

-¡Sí! ¡Sí! ¡Ya entendí!

-Me alegro. Ah, y conservaré tu teléfono para que no sigas compartiendo estupideces.

-Pero...

Estiré la mano para que me diera las llaves y las lanzó al suelo. Gracias a Dios no había un charco de lodo, si no me obliga a sacarlas con los dientes el hijo de puta.

Y sí, se llevó mi teléfono el infeliz. Lo bueno que acabo de comprar otro. Yo no pensaba decirle a nadie más que a Juan.

¡Maldito marica de mierda, es un psicópata! Tal para cual. Con razón parece ser tan amigo del otro maldito loco de Eleodoro.

No puedo dejar de temblar, necesito un trago... ¡Cálmate, Davina! No puede hacerte nada... ¿O sí?

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora