épisode trois

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Bajó de su corsé con la mirada perdida entre las ventanas rotas de aquellas chozas de pueblerinos; tirando de su caballo con su zurda se acercó hasta una mujer adulta, aproximadamente tenía ochenta años de edad.

Estaba enferma, con un olor emanando de su cuerpo similar a las heces de animales; aquello parecía no importarle al joven pelinegro que la observaba como el ser más inocente que había visto alguna vez.

— Joven, usted no debería de merodear por éstos lugares... Es peligroso, podría manchar sus zapatos de grasa para carretas.

El rey elevó su barbilla a forma de negación ante la acotación de la mujer, agachándose unos cuántos centímetros hasta estar lo suficientemente cerca para levantar su rostro.

— Soy quién gobernará ahora, debo conocer sus necesidades y carencias... No deseo permitir que se pase por alto la situación de pueblos fantasmas ante los plebeyos de una clase más acomodada.

Observó las prendas rasgadas de la mujer con suma tristeza y preocupación, llenandosele el corazón de impotencia al notar como aquella tela impregnada de barro se pegaba a la piel lastimada de sus muslos; infectando las heridas que formaban inconscientemente escaras.

— No hace falta que su progenitor ni usted se preocupen por nosotros, estaremos totalmente bien... Desde hace años es así, mi marido ha muerto de infección y estoy esperando la hora en la que yo me vaya.

El chico agachó la mirada, con un nudo formándose en la cúspide de su garganta. Quemándolo por dentro, ahogandolo.

Aquella agonía crecía cada vez más dentro de su pecho, causándole un sentimiento de remordimiento en lo más profundo de sus entrañas; por unos cuántos minutos se detuvo a pensar en lo egoísta que era la mayoría de las veces, en como se refugiaba de bienes materiales para escapar del mundo real.

Una realidad que no podría seguir ignorando si era rey, la fémina no podía morir en una situación tan precaria, ella y su pueblo no tenían la culpa del mal manejo de leyes y deberes que había escrito anteriormente su padre.

— No va a morir, su esposo la dejó en este mundo para que saliera adelante sola... Estamos en una época en dónde alguien como usted puede ser perfectamente capaz de conseguir que el tiempo que tenga vida; esta sea plena y en lo posible feliz.

La anciana se acomodó dolorosamente en su mullida mecedora, lloriqueando del dolor al sentir como la piel de su glúteo acababa por romperse.

— Prontamente voy a fallecer muchacho, mireme... Soy la vieja Béatrice, sería más fácil dejarme morir a hacer algo por mí.

Este se levantó para poder tomar su bolso de cuero de alce, acercándose a ella para entregarle una botella con agua y un bocadillo.

— Beba, le hará bien y se aliviará un poco la saciedad... Mañana mismo enviaré a mis soldados a dejar comida para todos ustedes, ropa cómoda y medicamentos para curar sus heridas y darles tratamiento, ¿Bien?

Béatrice sonrió dulcemente, llevando su mano hacía la suave palma del jóven; a quién mirando a los ojos le dijo.

— No se deje abrazar por el sentimiento de poderío, aquél tarde o temprano se irá es provisorio... La gratitud de darle esperanza a gente como nosotros e incluso si usted es feliz con ello, su corazón se sentirá cálido para siempre.

El muchacho le agradeció, levantándose antes de quitar su abrigo para posarlo sobre el cuerpo de la anciana.

— Lo sé, Lady Béatrice... Créame que estoy consciente más que ningún otro de aquello.

Ejerció una pequeña reverencia a la mujer, subiéndose a su caballo nuevamente para dignarse a regresar al castillo.

Se sentía vacío y estoico, su mente vagaba sobre el qué debería hacer; seguir una lógica en dónde triunfaria y se ganaría el respeto y gratificación de su pueblo... U obedecer a la parte de él que le decía que continuara con su plan de obtener poder hasta tener uno absoluto sobre todo el país.

Estresado y abrumado por aquellos pensamientos, galopó de regreso al castillo, o a dónde creía que estaba aquél... Simplemente quería llegar y plantearse que estaba haciendo mal para que sus planes y alusiones se fuesen por la borda tan rápido.

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