El sonido del goteo de la regadera descompuesta, autos averiados y un tormento de voces; sus oídos sienten los golpes. Un suspiro rasga el aire mientras Doyoung gira sobre si, justo cuando ve la perilla de la puerta girar y ve atravesar a Jungwoo con la bolsa del mandado.
Instantáneamente le sonríe y se acerca hasta donde está recostado, aprieta fuertemente su estómago por el dolor que se arremolina.
—Acá están tus medicinas, con esto te pondrás mejor ¿ok?
El joven se hinca a su costado, colocándose a la par de su rostro; mientras coloca tres cajas llenas de pastillas.
—Esta va primero, cada 8 horas ¿entendido? — dicta mientras muestra una caja amarilla con letras rojas.—Esta otra es cada 12 horas, te quitará las náuseas.
Dice al final, para moverlas hasta la mesa del centro.
—¿Qué hay de la otra?
—Son para mi, tengo alergia; descuida Doyo.
Su tierna sonrisa se asoma mientras se levanta y va por un vaso de agua. Lo ve tomar una cajita, quitando una pastilla acercándosela.
—Siéntate y abre.
Obedece mientras él deposita la pastilla sobre su lengua y le acerca el vaso con agua; acata la orden y bebe.
Últimamente se siente en un sueño, uno donde Jungwoo es su mundo. Básicamente está así desde que lo conoció hace seis meses en un barrio sombrío a media noche, con su mochila y con ojos rojos. Aún lo recuerda bien.
Con sus ropas sucias, llorando y rogando por un techo, su madre lo había echado a la calle en cuanto descubrió sus preferencias sexuales ¿Y Doyoung? Él lo acogió en su casa y en su corazón. Era su chico ahora, no lo abandonaría jamás.
—¿Ya te sientes mejor?
—Si Woo, ya estoy mejor.
Todo gracias a él.