𝚌𝚊𝚙𝚒𝚝𝚞𝚕𝚘 #2

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No espero ninguna respuesta de su parte, y giro sobre mi propio eje para caminar de largo por el pasillo, lo escucho decir algo, sin embargo, eso no me detiene ni hace que mis pasos sean lentos.
Solo continúo.

En el plantel, hay personas de aquí para allá, con libros en mano o sacando cosas de su casillero, quizás para su siguiente clase o entrar desapercibido a la que han llegado tarde.
Antes de doblar para entrar a la biblioteca, una pequeña escena para por completo mi recorrido, me giro un poco a la derecha y diviso a ese grupo de chicos y chicas que están en aquella mesa en el jardín del campo.
Entonces la veo.

Rebecca Dankworth. La rubia de ojos grisis, la gimnasista del instituto con promedio y rango económico lo suficiente bueno como para rechazar una beca completa de intercambio.
La mayoría de las chicas se lamentaban porque para ellas, Rebecca era un once de diez comparada al lado de cada una, algo estúpido en verdad, era un prototipo de todo lo que estaba bien y todas aspiraban a ser.
Y luego estaban las amigas de Becca, quienes seguían todo a su par, algunas eran porristas y otras simplemente resaltaban por el dinero de sus padres.
Ni hablar de los chicos que estaban a su alrededor, los jugadores estrellas, ese característico detalle repetitivo en la mayoría de los planteles estudiantiles, los musculosos que trataban de intimidar a los demás por el simple hecho de que iban a campeonatos e intentaban dejar el nombre del instituto en lo más alto.

Notase que dije «intentaban» porque solo eso hacen, jamás han podido ganar el primer lugar a nivel nacional o estatal, ellos son una estafa a comparación de Rebecca que sí lo logra.
Quisiera aclarar y decir que la chica no me mueve el piso como a la mayoría de todas las personas de aquí, pues eso sería una mentira.
Porque lo hace.

Oh por un demonio, vaya que sí.

Desgraciadamente, de entre los mil quinientos alumnos, yo era otro del montón, un ordinario chico de buenas calificaciones con una obsesión hacia la astronomía...
También de la comida china.

Ladeo mi cabeza y observo como se pone de pie, haciéndole una pregunta al capitán de rugby, Brendon, este le responde y ella suelta una risa mientras rueda sus ojos grisis.
Aquellos ojos que ni en mis más locos sueños podré tener frente a frente
-¿Cuál es la raíz cuadrada de ochenta y uno?

Aitor pregunta de la nada, rompiendo el silencio en el que nos encontrábamos sumergidos desde hace algunos minutos. Dejo de teclear en mi computadora portátil para mirarlo sobre esta, él está con la mirada fija en la pantalla de su celular, mi ceño se frunce confundido, no porque desconozca la respuesta, si no por su pregunta.
¿Desde cuándo le importa saber la raíz cuadrada de un número?

-Nueve, es nueve.

Él asiente y escribe en su celular, lo observo por un tiempo hasta que siente mi mirada y eleva la suya poco a poco, entrecierra sus ojos y nos mantenemos así. Trama algo, lo sé. No pienso preguntarle directamente, seguiré mirándolo hasta que se sienta presionado y ceda para decirme lo que ocurre.

Conozco lo suficiente a Aitor para saber que está a punto de hacer algo, así como él a mí para darse cuenta que ya lo he atrapado en la movida. Solo tengo que esperar a que se sienta atrapado y el sentimiento de culpabilidad lo traicione, estúpido y efectivo a la vez.
-Agh, como te odio a veces - gruñe en un lamento, dejando el celular sobre la mesa para tallar su rostro con una de sus manos -. Me ha pasado el examen de aritmética y he quedado con otros chicos para resolverlo, es

como un trabajo en equipo en donde nadie puede decir de qué se trata. Aunque bueno, tú me has hecho romper una de las reglas.
Le doy una mirada neutra y niego unas cuantas veces, Aitor pone los ojos en blanco y posiciona sus codos sobre la mesa para encararme como si fuera un agente a punto de cuestionar a uno de los sospechosos.

𝑺𝒊 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂𝒔  𝒇𝒖𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒄𝒐𝒏𝒔𝒕𝒆𝒍𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora