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Yoongi recuerda con claridad esa vez que alguien le dijo que las personas vienen al mundo a complacer y a cumplir expectativas, y que en muchos casos esas expectativas no son más que mandatos; deseos y utopías que alguien más no pudo cumplir por su cuenta. Desde antes de nacer, las añoranzas y los sueños son puestos sobre los pequeños que todavía no han descubierto el mundo ¿Serán el primogénito fuerte y caballero de papá o la princesa hermosa y delicada de mamá? ¿El parecido se acercará al del miembro más agraciado de la familia o el talento será aquello que lo haga resaltar? ¿Llegará más lejos que el más exitoso o se quedará a medio camino?

A medio camino, así se sentía él aquella vez. En mitad de todo, atascado, sin posibilidad de avanzar a ningún sitio.

Su vida, hasta ese punto, había sido una máquina de cumplir expectativas. De sus padres, profesores, agentes en su trabajo, e incluso, amigos. Todos ellos querían que Yoongi hiciera algo, que llegara a una calificación, que aspirara a una responsabilidad mayor, que viajara, que se codeara con gente importante. Que hiciera todo eso que ellos no podían. Absolutamente nadie le preguntaba si quería hacerlo, si estaba de acuerdo con la idea.

Se sentía como un muñeco moldeado a gusto y seña de todos los demás, como un recipiente que nadie nunca veía lo suficientemente lleno. Cada paso que daba estaba calculado, vigilado y medido por alguien más; todos parecían saber qué debía hacer, cómo debía sentirse, aquello que le convenía y hasta cómo debía moverse. La mayoría de la gente a su alrededor, al parecer, sabía más sobre su vida, que él mismo.

La realidad es que, por mucho que intentó alejar la frustración, nunca logró sentirse realmente feliz con la posición en la que se encontraba. Vacío era todo lo que lograba sentir. Un vacío que no parecía que se fuese a llenar jamás, pues la lista de mandatos y expectativas era larga y aumentaba cuando lograba tachar algún ítem. Siempre había alguien más que quería algo de él.

Yoongi suspiró e hizo rodar la taza de café entre sus manos, las fotografías de ese muro enorgullecían a sus padres, la mayoría de ellas, a él le daban igual. Como en esa, frente a la empresa de su padre, en la mayoría no sonreía, ni aunque hubiese conseguido con creces sus logros; pero había otras en las que sí, había algunas que habían sido agregadas y aceptadas con el tiempo, en las que recuerda haber estado lleno de júbilo.

Recuerda bien su ingreso a preescolar, esa etapa en la que se suponía que los niños descubrían el mundo social más allá de la familia, donde aprendían desde el juego y la imaginación. A la edad de cuatro años, Yoongi ya sabía leer y era capaz de garabatear frases coherentes con letras temblorosas, porque a su madre se le había ocurrido que era buena idea que comenzase a educarse desde temprana edad, entonces había contratado a alguien que le enseñó mientras se suponía que debía estar viendo dibujos animados y divirtiéndose sin preocupaciones. Y lo recuerda especialmente, no porque fuese un momento memorable, sino porque fue shockeante no poder congeniar ni adaptarse a lo que los demás niños hacían. El estar adelantado hacía que se aburriera con facilidad.

No tuvo amigos, y esa era una consecuencia directa de ser hijo único de padres pudientes y elitistas, veían a cualquier niño que se acercara a él como alguien con quien debía competir, alguien a quien debía sobrepasar; porque lo único importante era que Yoongi podía ser mejor e ir más lejos que ningún otro.

La foto de los seis años de edad fue agregada mucho tiempo después, y él sabe por qué. Ese día, la escuela había organizado un día de campo familiar; como siempre, su padre estaba demasiado ocupado con su trabajo como para asistir con él, y su madre tenía una reunión con su club de golf que no podía suspender. Esa mañana espectacular de primavera, el sol brillaba y la brisa era fresca, y todos los niños y padres habían llegado a la entrada de la institución a pie, en bicicleta y cargando cestas y manteles. Sonrientes y entusiasmados. Él no, él había llegado en un auto absurdamente caro, conducido por un hombre viejo del que no sabía el nombre, acompañado por Sunhee, su niñera universitaria que, a pesar de ser simpática y realmente amable, estaba allí porque necesitaba el dinero.

Ad Libitum - Yoonmin OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora