Mi nombre es Alexander, tengo 22 años, actualmente me encuentro viviendo sólo en un departamento en un lugar que me encanta. Mi vida no ha sido fácil, es un poco complicada de contar, pero para eso, lo escribiré.
Todo comenzó cuando yo tenía 6 años, vivía con mis padres en una casona lejos de la ciudad. Tenía a mi hermano gemelo Valentino, con quien pasaba horas jugando a la pelota. Y tenía dos hermanas, la pequeña era hija de mi madre, y la segunda, era por parte de mi padre, ella era la mayor.
Yo siempre vivía con una pregunta rondando en mi cabeza, ¿En qué trabaja mi papá?, Cada ves que le preguntaba eso a mi madre ella terminaba enojada conmigo, odiaba que yo le preguntará eso. Era una pelea constante, una duda que me intrigaba. Día y noche veía llegar a mi papá con cajas y bolsas llenas de regalos, y bolsos que sólo él podía tocar y abrir.
Un día, le comenté a mi mamá con tono de broma que había abierto uno de los regalos, cosa que realmente no hice ya que estaba prohibido acercarse a ellos. Y mi madre reaccionó mirándome con rabia, se acercó a mí y me lanzó una cachetada que me dió vuelta la cara. Me gritó diciéndome que esas eran cosas de adultos, que yo no debía meterme en esos asuntos y que era última vez que lo hacía.
Después de ese día, mi intriga era aún mayor, no entendía porqué se enojaban tanto cuando yo tocaba el tema o me involucraba en sus asuntos. Esos regalos que yo nunca veo, esos bolsos tan misteriosos e intocables, era algo que yo debía investigar.
Día con día, noche tras noche, salen y entran bolsos y cajas del cuarto de visitas, que por cierto, pasaba bajo 7 llaves. Algo me decía que ese lugar escondía todo lo que yo quería saber, pero lamentablemente yo era pequeño y no podía hacer nada al respecto.
Era sábado, como de costumbre mis padres salen a compartir con sus amigos y me dejan a mi y a mi hermano a cargo de mi hermana mayor. Ella como siempre, pegada al televisor, veía sus novelas, mientras mi hermano Valentino y yo salimos a jugar al patio.
Le comenté a mi hermano mis intrigas y el me dijo que solo debía hacer como que nada pasaba, o nuestros padres se enfadarían mucho con nosotros. Pero para mí eso no era problema, a esas alturas ya me daba igual si ellos se enojaban.
Ya estábamos a sábado por la noche, era el día de las reuniones, así le decía yo al momento en que mis padres tenían para estar con sus amigos de trabajo. Ya era costumbre verlos a todos llegar los sábados. Unos en autos de lujo, otros en camionetas de último modelo, otros pocos en autos deportivos etc. Prácticamente era un desfile de autos bonitos y llamativos. Pero como también era de saber, nosotros los niños no estábamos invitados a la reunión de adultos así que nos mandaban a nuestros cuartos a dormír.
Esa noche yo no pude pegar un ojo en toda la noche, mi intuición me decía que debía bajar y ver qué estaba pasando. Pero corría el riesgo de ser descubierto y castigado por toda la eternidad. Algo debía hacer, no podía quedarme ahí esperando a dormir si mis posibilidades de averiguar todo estaban cada vez más cerca. Lo pensé un momento, no sabía si era correcto lo que estaba por hacer, algo me decía que debía bajar pero a la vez no.
Me armé de valentía, me puse mis pantuflas y caminé hacia la puerta, la cuál abrí lentamente. No había nadie en el pasillo, se escuchaba música, gente reír y un olor fuerte me invadía mi nariz. Me asomé con cuidado, puse un pie fuera de mi habitación y comencé a dar pasos lentos y silenciosos. Algo me decía que ese olor no era normal ni de perfumes ni alguna comida que estaban preparando.
Sentí unos pasos subiendo por las escaleras, retrocedi rápidamente y me escondi bajo una mesa. Esperé a que esa persona se fuera del lugar pero no fue así. Era un hombre alto, de cabello largo hasta los hombros, usaba una bufanda color café y tenía algo extraño en su boca que le hacía expulsar humo.
Caminó un par de metros por el pasillo, entró al cuarto misterioso mirando para todos lados pero se olvidó de cerrar la puerta que tanto cuidaban y me dió la oportunidad de entrar. Silencioso, me arrastré hasta la puerta mirando a ambos lados, no había nadie, así que tomé impulso y entré sin dudarlo.
Estando ahí dentro, veo de espaldas al tipo de bufanda café, algo estaba haciendo, no podia verlo completamente. Sólo Pude ver qué del bolsillo derecho de su chaqueta saco unas llaves con un accesorio de Acha dorada, con la cuál abrió un cajón del mueble de color negro. Introdujo su mano en el cajón y saco un puñado de papeles que rápidamente guardó en sus bolsillos. Al terminar de sacar esos papelitos, se percató que uno de ellos se le había caído al suelo, pero el papel se desarmó, no era un trozo de papel normal, dentro de él y en el suelo quedó un polvillo blanco muy parecida a la harina. Él procedió con rapidez y nerviosismo a recoger dicho papel con su polvillo extraño. Aún no entiendo que hacen con esos papeles con polvo, ¿Porqué son tan importantes y tan valiosos cómo para tenerlos escondidos?, Era la pregunta que me hacía desde niño.
Al día siguiente, me encontré con mi papá a la salida de mi cuarto. Cerré la puerta y lo saludé. ¡Buenos días papá!, Pero él no respondió. Me miró y siguió caminando en dirección al living. Yo lo seguí, lentamente iba trás sus pasos, y le solté una pregunta que lo hizo enfurecer. -¿Para que sirven los papelitos con harina?-, Yo en mi inocencia pregunté sin necesidad de hacer daño, era una duda existencial, algo que no me dejaba dormir tranquilo. Pero para mi papá era la estupidez más grande de la vida. Se volteó a verme luego de que le hiciera la pregunta, se acercó a mi con su mirada penetrante y me dió un golpe a puño cerrado en mi rostro.
Yo con 6 años, pequeño de estatura pero de mente madura, caí al suelo viendo en los ojos de mi padre un cierto remordimiento por el golpe que me dió, pero no fue suficiente cómo para ayudarme a levantar.
Él se fue dejándome en el suelo, de mi pequeña boca sale un fluido de sabor metálico, algo que solo había sentido cuando se me caía un diente, pasé mi mano por mi boca y me di cuenta que estaba sangrando. Me levanté lentamente, me arreglé el cabello, mire para atrás, y suspiré preguntándome, ¿Porqué me pegó?, ¿Hice algo mal?.