21 de diciembre de 1960, Nueva Orleans.
Jungkook olía a cigarrillos y fresas cuando nos reunimos en su casa para ensayar, un martes lluvioso y frío.
Dijo que estaba bien si mojaba el piso de madera y la alfombra roja, pero decidí quitarme las botas y el abrigo de todos modos, preservando mi imagen porque, para Jungkook, quería lucir decente y responsable.
La casa de los abuelos de Jungkook era demasiado vieja, pero también hermosa. Tenía muebles y tejidos oscuros, en su mayoría marrones, burdeos y azules. Había una chimenea en la sala principal, una estatua del Arcángel Miguel en el vestíbulo de entrada, enormes estanterías para libros en la biblioteca y varios gabinetes en la cocina. Frente a la puerta grande, la escalera que conducía a las habitaciones superiores daba un aire de gracia con lámparas enrolladas en ambos pasamanos. Al parecer, a la familia de Jungkook le gustaban mucho estas lámparas, pero a mí también me gustaban, así que solo podía admirarlas.
—Siéntete como en casa —dijo Jungkook mientras encendía el fuego.
—Gracias.
Me senté en uno de los lujosos sofás, un poco fuera de lugar en un lugar tan elegante. ¿Cómo esperaba Jungkook que me comportara? ¿Qué esperaba de mí? Si le dijera que nunca había visto una cabeza de alce tan hermosa, ¿pensaría él que soy un completo paleto?
Estas eran las dudas que rondaban por mi cabeza.
—Yo agregaría un poco más de color —dijo mientras el fuego explotaba y se elevaba, reverberando en la madera.
—¿Qué?
—En la casa. —él me miró. —Yo agregaría un poco más de color. Morado, rosa, más brillo también. Solo tu sonrisa ha iluminado esto aquí, ¿imaginas si cambiara la electricidad?
Sentí el calor en mis mejillas, ese ardor de vergüenza que había estado sintiendo tan a menudo desde que conocí a Jungkook, ese ardor ridículo e infantil. Traté de sonreír bonito, lo que no funcionó del todo, pero Jungkook parecía encantado de todos modos.
—Deja de mirarme de esa forma. —Jungkook parpadeó como si hubiera salido de un trance.
—¿De qué forma?
—¡De esa forma! —empujé su hombro juguetonamente, luego me reí. —Como si estuvieras decorando toda mi cara.
—Es solo que creo que eres tan lindo —susurró. —Cuando sonríes, tus ojos se achican y tu alma irradia. Eres arte, Taehyung.
—¿No tienes miedo de decir lo que sientes de esa manera? —mi voz salió ronca, temblorosa, débil. —¿Por elogiar a otro hombre?
—¿Debería? —se sentó frente a mí en el suelo. Sus ojos oscuros estaban clavados en los míos.
—Puede que algún día salgas lastimado si se lo dices a otro hombre.
—Estoy diciendo esto. Solo para ti.
Y la forma en que me sonrió como si acabara de descubrir el mundo hizo que mi corazón girara dentro de mi pecho, quemando todo a mi alrededor. Con Jungkook, las cosas eran así; impredecibles. En un momento me sentía confundido; otro, afortunado; otro, especial. Eso me hizo feliz por unos segundos, antes de que el peso de la conciencia cayera sobre mí como una roca.
—No sabes lo que estás diciendo
—Lo sé muy bien, chéri. Muy bien.
Miré hacia abajo, deseando fervientemente que Jungkook detuviera estas cosas, pero me enfurecí al darme cuenta de que deseaba que él también continuara, ir más lejos, tomarme en sus brazos y susurrarme todo de nuevo al oído. No podía admitir esas cosas, no podía permitir que mis pensamientos fueran tan lejos, que llegaran a un nivel tan sucio y depravado. Solo que había algo en esos labios, algo en la profundidad de esos ojos, en el brillo en ellos y la forma en que vibraban en cada uno de mis movimientos, que me hacía perder la cabeza fácilmente.
ESTÁS LEYENDO
la vie en blues, taekook
Cerita Pendekkim taehyung era un saxofonista perdido y cansado que vivía en la vieja nueva orleans. después de diez años de intentar seguir el camino del éxito en los blues, decidió que era hora de dejar de perseguir un sueño que nunca se haría realidad. en una...