Nueva York, 24 de Octubre de 1929
Caminaba tranquilamente por las calles de Tribeca, cuando un sonido fuerte y seco sonó al final de la manzana, acompañado de gritos de horror. Por desgracia, estaba acostumbrada a aquél tipo de estruendos, aunque el escenario era ciertamente particular. Mientras que habitualmente los sonidos de pánico solían escucharse en solares desalmados, clubes oscuros y callejones polvorientos; esta vez era el elegante barrio neoyorkino el que era testigo del terror. Corrí hacia la multitud, intrigada, cuando me fijé en la causa del alboroto.
Era un hombre, joven, unos veintipocos años, quien con el traje desbaratado y gesto lívido, se había lanzado desde lo más alto de un edificio. Su ropa era cara, sus zapatos, elegantes, y llevaba la corbata aflojada. Me fijé que en las mangas de su camisa había claros signos de transpiración. Aquél hombre había pasado una gran angustia antes de suicidarse pero, ¿qué podría haber hecho que alguien así se arrojase al vacío?
Giovanni me tomó del brazo, instándome a marcharnos de allí.
-Madame, no reconozco a este tipo, pero el edificio es la oficina de un lobby financiero. No es cosa nuestra, ya lo recogerá la policía.- Miré a Gio y asentí con la cabeza.- Será mejor que regresemos a la villa con el Jefe.
-Tienes razón, Gio. Esto no tiene nada que ver con nosotros.- Me apresuré tras Giovanni y pronto llegamos al coche. Me quedé intrigada pensando en aquél suceso, y a los pocos minutos de conducción lo que vi parecía el fin del mundo.
En Wall Street la gente lloraba, gritaba, se peleaba. Era un caos absoluto de papeles, de periodistas, policía y brokers tratando de negociar lo innegociable. No entendía nada de lo que ocurría, y hasta Gio abrió los ojos como platos al pasar por el impresionante edificio de la Bolsa de Nueva York. Al llegar a casa corrí hacia Vitto, quien me miró con seriedad.
-¿Qué te ocurre, Liz? Parece que hayas visto a un fantasma...
-Un fantasma no, mi amor, pero parece que la ciudad se haya vuelto loca. Un hombre se ha suicidado en Tribeca, y Wall Street parecía Dunkerke en la Gran Guerra. ¿Sabes algo de qué pasa?
Vittorio asintió con la cabeza y me invitó a tomarle de la mano, llevándome a una de las salas de estar de la villa. Le indicó a una doncella que trajese unos cafés, y se sentó a mi lado en el sofá.
-Querida, ¿recuerdas que te dije que la Bolsa estaba haciendo cosas extrañas el mes pasado?-Asentí con la cabeza, recordaba el comentario de Vitto y las noticias en el Gotham Times.- Bien... Pues la Bolsa ha caído. Se ha desplomado. No me preguntes cómo, porque mis negocios no tienen nada que ver con las finanzas, pero la mayor parte de las grandes empresas de los Estados Unidos se han ido al infierno.
-Por eso ese hombre ha saltado del edificio... Posiblemente su empresa lo haya perdido todo y él, desesperado, ha acabado con su vida.
Vittorio asintió con seriedad mientras la doncella dejaba sobre la mesa la bandeja con la cafetera y dos tazas. La despachó con un gesto de la mano y me sirvió un café- con leche y dos terrones de azúcar, como sabía que me gustaba- dándome la taza con tranquilidad.
-No tienes que preocuparte por nada. Nuestros negocios están seguros, ya que yo no invierto en finanzas pero...- Ladeó la cabeza levantando las cejas- Nuestros clientes sí que eran de esos, por lo que te pido perdón si en los tiempos que vienen no te puedo dar todo lo que me gustaría darte.- Sorbí la taza de café y le miré mientras me hablaba.- Espero que a pesar de que los lujos disminuyan, me sigas considerando un hombre digno de tí, Elizabeth.
Mis mejillas enrojecieron al escuchar aquellas palabras, y Vittorio hincó una rodilla ante mí, apartando la taza y dejándola sobre la mesa para tomarme ambas manos y besármelas con un deje de adoración.
ESTÁS LEYENDO
Madame Puzo- Una Historia de Time Princess (Liz Colvin)
ФанфикLa Familia Puzo ha sido, hasta la fecha, la más importante del sindicato del crimen neoyorkino. Desde la caída de Francesco Juliano a manos de un misterioso tirador la noche previa a la Asamblea, nadie ha discutido a los Puzo su hegemonía. Pero los...