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Hyejoo nunca creyó que terminaría así.

El amanecer una vez más por su ventana, los rayos de sol recordándole que no era un sueño, otra vez la noche acabó y no logró conciliar el sueño de nuevo.

Una vez más lagrimas secas en sus mejillas y el estómago anudado.

Por milésima vez los labios hinchados y con apenas aliento.

Otro día más, otro amanecer y atardecer. Una luna menguante o llena, brisas o vientos, soles o tormentas. ¿Cuánto tiempo había pasado?

Ese día en el que el cielo derramo desesperadas lágrimas y la intrépida Chaewon la arrastro a ese jardín de mil colores no supo que sería el inicio de una tortura inexplicablemente satisfactoria. Un pecado que la llenaba de culpa al punto de querer vomitar pero que al cometerlo su cabeza estaba en otro lugar por el placer de ello.

No sabía cuan largo había sido ese lapso ni tampoco quería saberlo. Desde ese día su relación con la rubia dejó de ser la de simples amigas y se torció a un estado que ni siquiera tenía un nombre y tampoco quería saber si lo tenía.

En la misa se ignoraban; al salir en atardeceres de vino o de mar, en ese pequeño paso del día a la noche corrían hasta ese mismo jardín casi abandonado y degustaban de los labios de la otra con un salvajismo que estremecía a Hyejoo. Besos sin un rumbo exacto o un sentimiento claro que transmitir, tan solo eran roces desesperados como si esa fuese la última vez. Y aunque deseara que fuera para siempre el olvidar las reglas y su nombre, volvía al mundo llena de culpa y se largaba prometiéndose que esa sería la última vez. Chaewon nunca decía nada, ni tampoco trataba de frenarla porque ella conocía bien a la ciega mentira que Hyejoo tenía el descaro de repetir todos los días a las siete treinta. El mañana sería igual, aunque lo niegue con toda su alma.

El camino a casa era horroroso y la noche era peor. Con un mal sabor en la boca trataba de dormir, pero cada cuanto se recordaba la sensación de la otra contra ella y lo mal que estaba. Lloraba, gritaba muda, se desmoronaba y creyendo que sería capaz se prometía que el mañana sería distinto por la fe al Padre.

Y se repetía el ciclo.

Caía y se levantaba una y otra vez.

¿Cuándo dejaras de mentirte a ti y a todos?

Era la pregunta con la que iniciaba cada día.

Hyejoo se levantó desganada y fue al baño a limpiar su mísero rostro y pintarlo de pacifismo. Borrar con el corrector sus profundas ojeras violáceas y decorar sus mejillas de rosa. Disimular las heridas de sus labios con un lindo labial cereza y brillo de frutilla. Abrir sus ojos con rímel y sonreír frente al espejo que la vio llorar por más noches de las que podía contar.

Comió sin apetito, le dijo te quiero a su madre sin sentirlo, camino sin ganas y prestó atención sin concentración.

Hyejoo había estado en la misma prestigiosa y antigua institución escolar religiosa desde que tenía memoria. Había aprendido cada cosa que sabía ahí y la mayor parte de sus memorias se forjaron ahí. No tenía amigos fuera de ese lugar de paredes de madera rechinantes ni tampoco una vida cruzando las rejas, no había nada fuera de ello. Ese ridículo colegio que hacía misas los martes y jueves, rezaban al inicio de cada clase y que proclamaba la fe cada que había la oportunidad era básicamente toda su vida.

Ese mismo lugar en donde le marcaron bien las reglas del Señor desde que era una pequeña niña ahora pensaba en el mayor pecado de su vida. Había hecho incontables reflexiones sobre miles de situaciones pecaminosas, en trabajos o en misas. Había visto las formas para jamás alejarse de Dios y sin embargo mirando al mismo cielo azul pensaba en unos ojos de largas pestañas y cintura pequeña. Se daba cuenta ahí mismo que en realidad no sabía cómo vivir.

𝐆𝐎𝐃 𝐒𝐀𝐕𝐄 𝐌𝐄 ❛𝓗𝔂𝓮𝔀𝓸𝓷❜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora