Cap 92. Estani

139 40 8
                                    

Eran las diez y, si la noche anterior me había costado conciliar el sueño, no quería imaginar la tortura que me quedaba por delante después de la gran revelación del matrimonio. Desde que habíamos llegado del restaurante, Hela se había recluido en el dormitorio. No me quedó otra opción que acompañar a Emi y a mi padre a un pueblo cercano para visitar algunos lugares y comprar souvenirs antes de marcharnos a Madrid. Me molestó que acordaran entre ellos cenar fuera sabiendo que Hela estaba sola en la cabaña, pero al menos hice que pidiesen comida para llevar y, en cuanto llegamos, metí la cajita de plástico en el horno para que se enfriara lo menos posible.

Estaba sentado en el sofá del salón frente a los rescoldos de la chimenea que aún me calentaban las piernas. Emi y Vincent se habían ido a dormir para estar descansados porque al día siguiente nos quedaban unas cuantas horas de viaje de vuelta, de ahí que tuviese la guitarra en el regazo y la libreta de composiciones cerrada sobre ella. Había conseguido plasmar todos mis sentimientos en una canción de pop-rock melancólica, pero ya no era hora de seguir tocando. ¿Habrían alcanzado mis notas a Hela?

Decidí que lo mejor sería volver a la habitación y descansar, enfundé la guitarra y la dejé junto a la entrada. Estaba hasta las narices de pensar en los problemas que se me habían venido encima sin encontrar una solución porque, en realidad, no la tenían. Me había impactado tanto la noticia que había sido incapaz de consolar a Hela, y eso que sabía que estaría destrozada. Me atemorizaba tenerla enfrente y hacerme a la idea de que jamás podría volverla a tocar. De que nunca debería haberla tocado para empezar.

La madera de las escaleras chirrió y, ante la posibilidad de que fuese Hela, volví a la cocina a por agua como un necio. Me tragué el vaso de agua de una y miré de soslayo quién bajaba con cuidado envuelta en una manta y con la melena revuelta. Era ella.

Se esforzó en sonreír al verme allí y se acercó cabizbaja.

—Habéis cenado fuera, sin mí —dijo con la voz rota.

—Pareces una vagabunda —intenté bromear para volver a verla sonreír.

—Me siento así —susurró.

Me escudriñó con la mirada como si estuviese llena de rencor y derrota, una mirada muy distinta a la que solía ver en sus ojos cuando no sabía qué hacer con su vida. Ya no parecía un perrito abandonado en busca de cariño, sino uno desconfiado a punto de alejarse.

—En el horno tienes tu plato. ¿Te lo caliento?

—No, gracias —contestó rápida. Ojos entrecerrados, ojeras y labios secos—. Ya lo hago yo.

Al otro lado del sofá, había dejado una cajita cuadrada de cartón envuelta en papel plata de regalo con cintas y un gran lazo rosa. Se lo había comprado a escondidas en la tienda de souvenirs diciéndoles que era un regalo para mi compañera de trabajo, aunque me importaba bien poco que descubrieran que en realidad era para Hela.

Esperé a que cogiese el plato caliente y la seguí hasta el sofá impaciente por saber qué tramaba su silencio. Se sentó tranquila junto a la chimenea, aun envuelta en la manta, y olisqueó la comida meneando el aire hacia ella.

—¿Es un plato típico de aquí?

—Es un cocido montañés —le expliqué, expectante a cualquier cosa que se le ocurriese decir—. ¿Cómo estás?

—Viva, respirando, tratando de conservar al menos mi calor corporal —ironizó.

—Venga, Hela, te lo pregunto en serio.

Me miró con los mofletes hinchados por la comida que masticaba y los labios apretados y no pude evitar reír. Sin embargo, ella no reaccionó. Centró su atención en la leña carbonizada de la chimenea y continuó cenando.

—¿Cuánto tardaremos en vernos como hermanos de verdad? —inquirió entre cucharada y cucharada.

—No pienso considerarte mi hermana.

—Yo ya lo estoy haciendo —espetó seria haciendo que mi paciencia se evaporara.

Le arrebaté el plato para dejarlo en la mesa y la tumbé en el sofá inclinándome sobre ella. Los piercings en sus orejas centellearon. Nos observamos sin decir nada como si de un desafío se tratara y, a pesar de que mantuvo la compostura a la perfección, sus mejillas la delataron ruborizándose. Frunció el ceño porque se había percatado y puso las manos en mi pecho con la intención de apartarme. Consiguió todo lo contrario; me acerqué y le besé la barbilla con suavidad. Luego, la frente y la nariz, y bajé hasta sus labios sin rozarlos.

—Así que ahora me vas a considerar tu hermano.

—Así es —murmuró con un tono que revelaba su alteración.

—Entonces, detenme —la reté dirigiéndome a la comisura de los labios.

Hela no dijo nada, desvió las manos a mi cabeza para pasarme los dedos por el cabello y me atrajo hacia sí con fuerza. El primer beso fue rápido y con una pizca de rabia, aunque durante los siguientes nuestros labios encajaron como dos piezas de un puzle y enseguida se volvieron pasionales y húmedos. La manta me estorbaba para abrazarla, sentirla más cerca, pero se negó a quitarla. Tampoco me permitió desviarme a otras zonas como su cuello. Controló en todo momento lo que quería hacer. Me lamió el labio inferior y me despegó lo suficiente para que pudiese contemplarla.

—Estoy cansada.

—¿Te vas ya?

—Sí, por favor.

—Vale, vale —acepté sin rechistar.

Me reincorporé deseando en silencio que cambiase de opinión, que nos quedásemos sentados junto al fuego extinguido hasta el amanecer y al día siguiente madrugásemos para desayunar a solas. Así podría enseñarle mi nueva canción, una que solo ella podría cantar. Sin embargo, se levantó con su manta y recogió el plato.

—Hela —la llamé inquieto por su frialdad. Me sentía... a punto de ser abandonado. ¿Cómo se sentiría ella?—. ¿Todavía crees que podríamos contárselo a nuestros padres?

—Sabes que eso no funcionará —me imitó—. Se ha acabado, Estani.

—Entonces, ¿qué ha sido eso? —le pregunté refiriéndome a los besos en el sofá, a que ella hubiese tomado la iniciativa de besarme, aun sabiendo que no tenía derecho a recriminarle nada.

Caminó hasta las escaleras y subió varios escalones sujetándose a la barandilla con torpeza. Después, se giró para atravesarme con sus ojos rasgados y esbozó una sonrisa taciturna.

—Ha sido la despedida.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora