Introducción

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Camelot llevaba un tiempo tranquilo así que Arturo había decidido realizar el viaje que siempre hacía una vez al año. Iba a ir al castillo de verano. Uther le había contado que a su madre le gustaba pasar tiempo allí por la enorme biblioteca que tenía y tras su muerte había sido enterrada allí. Cuando Arturo cumplió los 16 decidió ir allí una vez al año. No estaba especialmente interesado en la biblioteca. Solo iba a presentar sus respetos a su difunta madre, la cual no había conocido porque murió el día de su nacimiento. Ir allí le hacía sentirse de alguna manera más cerca de ella. Siempre aprovechaba la ocasión para visitar su tumba y hablarle.

Pero lo mejor de esa cita anual era que eran como unas vacaciones. Iba acompañado de los mejores caballeros y siempre se llevaba unos criados. Lejos de las obligaciones se dedicaban a montar justas entre ellos, pelear y olvidarse del reino durante unos días. Los criados siempre esperaban no ser elegidos para acompañarlos. Los cocineros eran obligados a hacer banquetes todos los días. Los escuderos eran obligados a luchar o servían de blanco escondidos tras una diana de madera que debían transportar por el campo mientras el príncipe y sus caballeros les lanzaban cuchillos. Y los criados debían de asegurarse de tenerlo todo perfecto. Nada podía perturbar al príncipe durante sus vacaciones.

Tras prepararlo todo partió junto a sus caballeros y los criados elegidos. Ya tenía varias cosas pensadas. Iba a ser como los años anteriores. Iba a disfrutar de cada día de descanso. O al menos eso era lo que esperaba porque el primer día resultó ser un día tormentoso que no les permitió salir del castillo. Envió a los cocineros a hacer un buen banquete del que poder disfrutar sin poder salir y se quedó en el interior teniendo una agradable charla con sus caballeros. Pero antes de la cena llamaron a la puerta. Arturo se tensó. Casi nadie conocía la ubicación de ese palacio. Si por algún motivo la familia real tenía que esconderse ese era el lugar donde irían. Así que tras la puerta sólo podía haber problemas. Algo debía haber sucedido en Camelot que requería su presencia. Envió a uno de los criados a abrir la puerta.

Pero tras la puerta el criado solo pudo encontrar a una anciana druida que buscaba refugiarse en el castillo por la lluvia. El criado la hizo esperar y fue a consultar al príncipe.


        - ¿Estas de broma? -dijo Arturo cuando el criado le contó la historia.- Este lugar es secreto. Los lugareños no pueden saber de su existencia. Y los druidas menos. No puede saber que estoy aquí. No la dejes entrar.

       - ¿De verdad crees que una anciana puede ser peligrosa? -dijo Lancelot.- Debe estar hambrienta y cansada.

       - No podemos dejar que se quede en el castillo. Cerca hay un pueblo. Allí seguro que la acogen. Dale la dirección del pueblo y que se vaya. Debería apresarla por ser una druida. Tiene suerte de que la deje en libertad.

       - A sus órdenes. -dijo el criado y volvió a la puerta.


El criado le transmitió el mensaje a la anciana y Arturo la oyó reír. Una risa siniestra que no sonaba a la risa de una anciana.


       - Así que el joven príncipe va a dejar a una desvalida anciana en la calle.


Al oírla el príncipe fue hasta la puerta.


       - ¿Cómo sabes que estoy aquí? ¿Quién eres? ¿Quién te envía?

       - ¿Enviarme? Nadie me envía príncipe. He venido a ver si sois digno de la corona. Si vuestro reinado será mejor que el de vuestro padre o será mucho peor.

       - Una harapienta anciana no tiene derecho a juzgarme.

       - ¿De verdad? Soy la voz del pueblo. ¿No te importa la voz del pueblo?

       - Solo eres una voz entre miles.

       - Entonces haré que esas miles de voces te vean como yo te he visto. Como un monstruo.

       - ¿Osáis amenazar a la familia real?

       - Oh querido, me atrevo a hacer mucho más que eso. Has venido con criados que solo ves como objetos. Has venido con caballeros que solo son tus fieles soldados. Y luego estás tú, que solo eres un monstruo incapaz de acoger a una pobre anciana.


La hechicera levantó las manos y pronunció unas palabras. Los ojos le brillaron. Todos los presentes en ese castillo notaron como la maldición cayó sobre ellos. Arturo notó un dolor intenso recorrerle mientras su cuerpo se llenaba de bello y de sus manos le salían garras, de su boca colmillos y de su cabeza cuernos. Su cuerpo creció. Cuando el intenso dolor pasó, Arturo se puso de pie con dificultad y miró a su alrededor. Sus caballeros, sus criados. Todos habían cambiado. La hechicera le dio un espejo y Arturo vio horrorizado su nuevo aspecto.


       - ¿Qué has hecho?

       - Ahora todos te verán como realmente eres. -Tras decir esto le dió una rosa- Esta rosa representa tu maldición. Solo si alguien logra amar a la bestia antes de que el último pétalo caiga al cumplir los 21 años se podrá romper la maldición.


Tras decir eso levantó la mano y creó un rosal enorme ante el castillo. Había rosas rojas pero en el centro también había algunas negras.

       - Cada una de estas rosas representa los días que tienes para romper la maldición. Si alguna de ellas es arrancada se restará un día al tiempo restante. Cuida bien de todas y cada una de ellas. Incluso de aquellas tan negras como tu corazón. Y ese espejo que te he dado es una ventana al exterior. Podrás ver todo lo que sucede y si alguien se preocupa realmente por ti.


La bestia fue a tirarse sobre la anciana pero esta se apartó.


       - Y si me sucede algo la maldición se volverá irrompible.


Tras pronunciar esas palabras la anciana se fue de allí y Arturo se encerró en el castillo. La noticia de la maldición no tardó en llegar a oídos de Uther que no tuvo más remedio que mantenerlo en secreto. No podía revelar que su hijo estaba bajo un hechizo mágico. Él mismo despreciaba la magia y todo lo relacionado con ella. Y según las leyes su hijo debería ser ejecutado. Así que solo encontró una solución.

Y así fue como Uther anunció la muerte de su único hijo y todo Camelot sintió su pérdida.

El joven príncipe pudo ver como algunos lloraban su muerte. Menos de los que habría esperado. Y otros ni siquiera le importaba o peor, lo celebraban. Los que más celebraron su muerte fueron los druidas. Celebraron que tras la muerte de Uther no hubiera otro Pendragon que ocupara el trono. Y Arturo los odio. Odio a todos los portadores de magia porque era su culpa que esta maldición hubiera caído no solo sobre él y sus caballeros sino también sobre los inocentes criados que había en el castillo.

Su padre siguió con su vida fingiendo que su hijo había muerto y Arturo temió que si alguna vez se atrevía a volver su padre le daría caza hasta hacer que su muerte fuera real.

Así que no tuvo más remedio que quedarse encerrado junto a sus criados y fieles caballeros en el palacio de verano donde nunca iba nadie. No tardó mucho tiempo en darse por vencido y aceptar que así sería el resto de su vida. Porque, aunque alguien le encontrara, ¿Quién sería capaz de amar a una bestia?

The sourcerer and the beastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora