27. Revelaciones

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—No puede ser —Andrómeda negaba con la cabeza—. No puede ser, es imposible.

—Es verdad —insistió Ted.

—¿Cómo puede ser, si yo tengo mis recuerdos desde antes de cumplir nueve años? Timothy... —no tenía sentido, nada de eso le hacía sentido.

—Lo sé, lo sé, yo también tengo esos recuerdos —Teddy se pasó una mano por el cabello, nervioso, se había prometido a sí mismo nunca revelar a nadie lo que había hecho, no tenía idea de las consecuencias que eso traería.

—Cómo vas a recordar algo que nunca viviste —Andrómeda le dio un golpe en el brazo. Nadie los estaba escuchando, supuso que los demás creían que hablaban de su padre.

—Andy, yo...

—Cállate, no hables —ella miró hacia los lados, dándose cuenta de que John se acercaba a ellos.

—Merlín, estoy exhausto —exclamó el muchacho, limpiándose los ojos hinchados con el dorso de la mano—. Mamá me pidió que les dijera que ya es hora de volver a casa.

—Lo es —Andrómeda miró amenazadoramente a Teddy, quien tenía la cara congestionada por la acumulación de toda la información que había revelado.

Al llegar a casa, Andy jaló del brazo a su hermano mayor y lo metió a su habitación, cerrando la puerta con seguro.

—No creo que eso detenga a nadie que quiera entrar —comentó él, sentándose en la cama.

—No, no hables —Andrómeda caminaba de un lado a otro en la habitación. Tomó el libro que tenía en su mesita de noche y lo arrojó a la pared—. Hoy, tenías que decirme esto hoy —le espetó con molestia, quería darle un golpe en la cara.

—No podía dejar que siguieras echándote la culpa por esto —respondió Ted con pesar, se cubrió la cara con las manos un momento—. Aún hay algo más que debes saber.

—No me digas, ¿mamá morirá también?

—Andrómeda —Teddy se puso de pie y la tomó por los hombros, obligándola a detenerse y mirarlo a los ojos, casi siempre los tenía de color miel como los de sus hermanos y su padre, le gustaba identificarse así con ellos, pues su cabello solía cambiar dependiendo de su estado de ánimo—. Yo era Darien.

—¿Qué? —ambos se giraron rápidamente, John los observaba con la boca abierta— ¿Qué dijiste, Ted?

—Mierda —el muchacho soltó a su hermana y obligó a su hermano a entrar en el cuarto, cerrando la puerta de nuevo.

—Repítelo —exigió él. Al ver que Teddy no respondía, se giró a Andy—. Andrómeda, repíteme lo que dijo.

—John... —comenzó ella, pasaba su mirada entre los dos hermanos, no sabía qué decir— Teddy dijo que... que...

—Que yo era Darien —completó él. Quería tirarse al piso y desaparecer—. Cuando estabas planeando el viaje en el tiempo, creías que yo estaba cuidando a papá, pero en realidad estaba contigo, con la forma de Darien.

Teddy desvió la mirada, no se atrevía a ver a su hermana a los ojos. Le había mentido descaradamente y lo sabía. Andrómeda respiró hondo, mientras unas pocas lágrimas caían de sus ojos y ella no intentaba detenerlas.

—Me manipulaste, Ted —estaba herida, pero sobre todo conmocionada, aun no aceptaba la idea de todo lo que le había dicho su hermano—. Sal —ella le dio la espalda, sentándose en la cama, pero el muchacho no se movió.

—Teddy, ve a la sala con mamá y los Black —John lo tomó del hombro y lo sacó del cuarto, recargó su espalda contra la puerta por un segundo, para después sentarse junto a su hermana.

Andrómeda Lupin y la tercera generaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora