Escena extra, capítulo veintidós

8.3K 1.1K 573
                                    

Moví las piernas aumentando la velocidad en la que trotaba en la caminadora, permitiendo que mi cuerpo entrara en calor después de varios minutos. En aquellos momentos en el que el esfuerzo físico me tenía jadeando, mi mente solía desconectarse de mis problemas. Dejarme llevar por esa falsa sensación de paz provocó que mis piernas se movieran más rápido. El sudor comenzó a recorrerme el cuello y mi respiración a ser más audible, como consecuencia.

La agitación crecía a medida que ponía mi resistencia a prueba. Estaba acostumbrada a exigirme de más, sin embargo, en ese momento me negaba a ello. En cuanto respirar se hizo más complicado, toqué el tablero para disminuir la velocidad, ralentizando poco a poco mis movimientos.

—Aún no terminas —dijo el entrenador que se encontraba a varios pasos de mí.

Bajé con cuidado al mismo tiempo que pasaba la toalla por mi cuello, deshaciéndome del sudor que me empapaba la zona. Ignoré las palabras del entrenador mientras movía la cabeza de un lado a otro buscando a Pablo.

—¿Qué? —solté de mala gana cuando dijo mi nombre de forma autoritaria.

—Aún no terminas tu rutina.

—Ya fue suficiente para mí. Estoy cansada.

Consideré innecesario darle más explicaciones. Había reanudado mis entrenamientos hacía menos de una semana, por recomendación de la terapeuta a la que estaba asintiendo en compañía de mi mamá. Había dejado de ejercitarme después de lo ocurrido, animarme a retomarlo no fue sencillo, tuve que pedirle a Pablo que me acompañara al gimnasio todas las mañanas. Cuestión que aceptó con facilidad.

Di la vuelta para caminar buscándolo entre las máquinas. No tuve que avanzar mucho para hallarlo. Lo vi a unos cuantos pasos sentado sobre una banco negro mientras sus brazos se aferraban a la barra que bajaba con esfuerzo hasta la altura de su pecho. Levantó la vista hacia el espejo frente a él, observando como me acercaba mientras tomaba agua.

—¿Terminaste?

Asentí mientras me sentaba en el piso frente a él, aún aferrada a la botella de agua que vacíe en mi garganta. Le clavé los ojos para observarlo a mi antojo, decidida a frenar cualquier pensamiento negativo que empañara mi entusiasmo matutino. Habían transcurrido casi tres meses del día que acepté la propuesta de mi mamá de retomar la terapia contando con su compañía en el proceso. Los resultados apenas estaban vislumbrándose. Consideré un avance dejar de llorar cada vez que me duchaba y lograr dormir más de cinco horas seguidas por las noches.

—Continúa, no te preocupes —dije al verlo dispuesto a detenerse.

—¿Segura?

Afirmé con un movimiento de cabeza mientras lo analizaba en silencio. Sus brazos se tensaban por el esfuerzo mientras las gotas de sudor comenzaban a acumularse en su piel. Estaba sonriendo como tonta, enfocada en entretener a mi mente con el derroche de testosterona frente a mí.

La terapeuta me había recomendado tomarme un día a la vez, yo decidí hacerlo momento por momento. Cuando la llegada de un pensamiento negativo era irrefrenable, respiraba hondo y me esforzaba por dejarlo ir. En cuanto lo conseguía buscaba con desesperación algo que me hiciera sentir bien, y me aferraba a ello para extender la sensación de bienestar que obtenía.

Sonreí de forma inconsciente mientras mi mirada no se apartaba de su cuerpo. Pablo sabía que no estaba bien, en cuanto la tormenta que habitaba en mi interior se apaciguó un poco, pude percatarme de ello. Me observaba en silencio cuando creía que estaba distraída, y me analizaba por largos segundos. Pese a no presionarme con preguntas, intentaba encontrar respuestas que en algún momento tenía que darle. Había sido paciente, y terriblemente amoroso en esos últimos meses, como si intuyera que necesitaba de su cariño. No obstante, el temor estaba latente. Dejarlo ir me estaba resultando complicado.

Malas Decisiones Escenas extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora