Sexto compás

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17 de octubre del 2000

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17 de octubre del 2000

María Jesús, la profesora de Lengua española y la tutora de clase, me había sonreído durante toda la hora.

—Lina, ¿podemos hablar un momento? —me preguntó tras sonar el timbre.

Estaba guardando los libros a toda prisa mientras el resto de mis compañeros huían para disfrutar de la hora del recreo.

Esperando mi respuesta, se acercó a la mesa y apoyó las manos con los brazos tan tensos que los codos se le doblaban en un ángulo imposible, hacia mí. Tenía la piel tan pálida que se le notaban las venas. Era algo muy desagradable. Todo el mundo la llamaba la bicho palo por lo delgada que estaba.

Asentí en silencio. Se sentó a mi lado, y como mi mesa estaba junto a la pared, cercó toda posibilidad de que pudiera salir.

Sabía de sobra el motivo por el que quería hablar conmigo. Mi madre me acompañó al instituto esa mañana en contra de mis deseos. Quería hablar con el director sobre mi embarazo y mi futuro. Dijo que quería arreglar las cosas lo antes posible. Aunque había discutido con ella, no sirvió de nada. Probablemente todo el profesorado sabía ya que estaba embarazada. Lo notaba en sus miradas directas a mi tripa.

—¿Cómo estás? —me preguntó.

—Bien.

Apoyó el codo en la mesa y se inclinó un poco, yo quería evitar su mirada a toda costa.

—Tú madre ha hablado con nosotros. Debes estar aterrorizada.

Me encogí de hombros.

—Es una situación complicada, eres tan joven... —continuó— tus miedos son normales. Pero eres una alumna brillante y muy buena chica, lo harás bien. —Sentí su mano acariciándome el brazo.

Levanté la mirada, vi de reojo cómo descargaba la espalda contra el respaldo.

—Es un paso tan grande... ya no solo es tu vida, sino la de otra persona.

Mientras continuaba su discurso me quedé mirando las frases escritas en la pizarra que habíamos analizado durante la clase. Sobre esta había un crucifijo y por irónico que fuera le recé a Dios para perderlo.

—Pero cuando tengas esa criaturita entre tus brazos sabes que jamás te arrepentirás, que es la mejor elección que podrías haber tomado.

—Es que no sé si quiero tenerlo —me atreví a decir en voz alta.

Hubo unos segundos de silencio, donde se escuchó el griterío de fuera. Tenía envidia de ellos. Me pregunté si sería capaz de sumirme en esa masa de despreocupación y risas de nuevo.

—Deberías aprovechar ahora que tienes la oportunidad —me dijo, mientras repasaba un corazón grabado en la mesa con la punta de un compás—. No sabes si en el futuro podrás.

Me tiré de las medias, nerviosa, poniendo a prueba su resistencia.

—Hay tantas mujeres que darían lo que fuera por tener tu suerte. —Me sonrió con cierta tristeza—. Yo... nunca pude tener hijos. Mi marido y yo lo intentamos muchas veces... De muchas formas diferentes.

Lo contaba mientras se acariciaba su anillo de matrimonio. La gente hablaba de ello a sus espaldas. Se decía que se había divorciado hacía un año y aún así lo seguía llevando a diario. Me pregunté si podía pasarme algo similar, si me quedaría sola y adelgazaría tanto que mi piel se vería como la suya.

—Después de dos abortos espontáneos... —Vi cómo su pecho subía y bajaba lentamente—. Por eso te digo que nunca sabes lo que te puede deparar el futuro. Lina, quiero que sepas que desde aquí te apoyamos, que nunca te juzgaremos, que estaremos para ti, necesites lo que necesites.

Casi me dieron ganas de soltar una risotada, pero no tuve fuerzas.

—Por eso hemos pensado después de hablar con tu madre, que si todo va bien, puedes terminar la primera evaluación. También entendemos que ahora mismo tienes muchas cosas en la cabeza, somos comprensivos en ese aspecto. Dependiendo de cómo vaya la cosa, en septiembre te haríamos una recuperación de las dos evaluaciones restantes, o de todas en caso de que haya alguna complicación. Los meses en los que estés en casa, te facilitaremos el temario, iremos actualizándote, podrás preguntar a los compañeros o a los profesores. Nos tendrás a tu disposición. Si te parece bien, por supuesto.

—Sí —dije solamente, rompiendo las medias. Me imaginé a mi madre cosiéndolas de nuevo, dejándoles una pequeña cicatriz casi imperceptible a la vista, pero con un bulto que sentiría en la piel en cuanto me las volviera a poner.

—Bien, sería una pena que una chica tan inteligente como tú abandonara los estudios.

Se levantó de la silla, dejándome espacio para salir. Aún quedaban unos diez minutos de recreo. Salí al patio, y vi a mis amigas sentadas en los bancos, debajo del rosal. No tuve fuerzas para ir con ellas, así que me alejé un poco y terminé apoyada contra la alambrada que separaba las pistas de baloncesto y fútbol. Los chicos estaban jugando al fútbol. Solían hacer torneos entre diferentes clases.

—¡Lina! —me gritó María, acercándose a mí—. ¿Por qué no vienes con nosotras? ¿Dónde has estado?

—Hablando con la profesora.

—¿Y eso? ¿Ha pasado algo?

Miré hacia las pistas, dos chicos se peleaban por el balón.

Solo era cuestión de tiempo que la gente se enterara. Si ya lo sabían los profesores, los demás no tardarían en hablar. Había dejado de controlar incluso cuándo podía desvelar mi secreto, así que preferí que se enterara por mí.

—Estoy embarazada.

María me miró incrédula.

—Estás de broma, ¿no? —me respondió—. Me lo creería de Silvia que siempre lleva la falda varios dedos por encima de la norma y siempre se está juntando con los chicos... —Dejó de hablar en cuanto se dio cuenta de que mi expresión era demasiado seria—. Espera... ¡¿Lo dices en serio?! ¡¿Tú?!

—Baja la voz.

—¿No tomasteis precauciones? —me preguntó acercándose un poco.

Me miró entre sorprendida y confusa. Era la clase de confusión que había visto en los ojos de mi madre. María sabía que salía con Gerard, sabía que nos habíamos besado. No me atreví a contarle que habíamos llegado a más, dejé de confiar en ella desde lo que pasó en su casa meses antes.

—Sí, claro, pero tuvimos mala suerte.

Mala suerte, si se le podía llamar así. Mala suerte es no llevarte el paraguas un día que lloverá. Lo mío era una gran putada.

—Tía, ¿y qué vas a hacer?

—No lo sé. No sé si quiero tenerlo.

—Pero no tienes mucha elección, ¿no? Podrías tenerlo y darlo en adopción, ¿has pensado en eso?

—He pensado en muchas cosas.

—¡Chicas! ¿De qué habláis? —preguntó Sonia, apareciendo de repente—. ¿Y esas caras? ¿A quién de las dos no le ha bajado la regla?

—Nada, que Fran es malísimo jugando al fútbol —intenté disimular—. Se acaba de meter un gol en propia puerta.

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora