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Joaquín espero hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a Dios, por fin estaba tapado. Se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.

— Niko...— suspiró — Me las pagarás por esto

Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su presencia. Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, Joaquín lo miró cautelosamente.

-Así que... ¿Para cuánto tiempo has venido?-¡Oh, qué buena pregunta Joaquín! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!

-Hasta la próxima luna llena — sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo. Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en décimas de segundo. Emilio se inclinó sobre él para tocarle la cara, Joaquín se incorporó de un salto y puso la mesita del café como barrera de separación.

-¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte todo un mes?32

-Si

Conmocionado, Joaquín  se pasó una mano por los ojos. No podía entretenerlos durante un mes. ¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que buscar un pasatiempo.

—Mira — le dijo — Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.-Sabía, por la expresión en su rostro, que a él no me importaban sus palabras. En absoluto.

 -Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocado. Te aseguro que no elegí venir.

Sus palabras consiguieron herirlo.

Bueno, cierta parte de ti no siente lo mismo — le dijo mientras dedicaba una furiosa mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como vara. Él suspiro al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía bajo la toalla.

Desafortunadamente, tengo tanto control sobre esto como sobre el hecho de estar aquí.

Bueno, la puerta está ahí — dijo señalándola — Ten cuidado de que no te golpee el trasero al cerrarse.

— Créeme; si pudiese irme, lo haría.

Joaquín titubeo ante sus palabras, ante su significado.

-¿Quieres decir que no puedo ordenarse que te marches? ¿Ni que regreses al libro?

-Creo que la expresión que usaste antes fue: ¡Bingo!

Joaquín guardo silencio.

Emilio se puso de pie lentamente y lo miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado, está era la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadores habían sabido lo que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer. Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a alguien que no lo deseara físicamente.

Era... Extraño. Humillante. Casi embarazoso. ¿Sería un indicio de que la maldición de debilitaba? ¿De qué quizá pudiera liberarse? No. En el fondo sabía que no era cierto. Aun cuando su mente se esforzaba por aferrarse a la idea. Cuando los dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y un enseñamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.

Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de mil años de encierro y tortura despiadada, había aprendido algo; resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que alguna vez había sido, aceptaba el castigo. Sentía un nudo en la garganta y trago para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su cuerpo a Joaquín.

dios del sexo emiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora