LAS CICATRICES NO DUELEN, LOS RECUERDOS SÍ

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Llegué a casa después de trabajar. Estaba muy cansada, últimamente tenía tanto trabajo que no podía evitar hacer horas extra casi todos los días, pero aún así hoy no podía dormir. Mis manos aún temblaban. Mi corazón aún latía con fuerza.

Me asomé por la puerta de nuestra habitación. Mi esposo no estaba allí. Me dirigí a la habitación de nuestra hija anticipándome a lo que podría haber pasado y en efecto no me faltaba razón. Como solía ocurrir cuando yo llegaba tarde a casa, se había quedado dormido en la cama de nuestra hija de 4 años, mientras trataba de que ella también se quedara dormida.

Entré silenciosamente y me acerqué a ellos. Deposité un suave beso en la frente de ambos y los arropé. Normalmente la despertaría para que fuera a dormir conmigo, pero no esta vez. Salí de allí, cerrando la puerta con cuidado. Esta vez necesitaba estar sola.

Me serví una copa de vino nada más llegar a la cocina. Hacía tiempo que no tomaba vino antes de acostarme. Años quizá. Era una costumbre que había adoptado con ella, pero que desapareció cuando me casé. Nunca entenderé por qué el ser humano deja de hacer este tipo de cosas cuando se casa. ¿Acaso matrimonio es sinónimo de aburrimiento? No odio mi vida, pero tampoco me encanta. Adoro estar con mi hija, pero también me gustaría tener un tiempo para mí sola, cosa bastante complicada cuando vives con dos personas más.

Volví a guardar la botella de vino y me dirigí al balcón. Actualmente vivo en un apartamento en una de las últimas plantas de un rascacielos en el centro de Seúl. Me senté en una silla de madera que se balanceaba y miré al cielo antes de humedecer mis labios con el líquido granate de la copa. ¿Cuántos años llevo sin tumbarme a ver las estrellas? Creo que la última vez estaba con ella. Solía llevarme en su moto a las afueras de Seúl para mirar el cielo nocturno. Conocía un mirador en uno de los montes de alrededor que permitía una espectacular vista, tanto de Seúl como de la Vía Láctea. A mi esposo no le gustan ese tipo de cosas, él me demuestra su amor de otra manera.

Él no es una persona detallista como lo era ella, pero sé que me quiere. Es una persona atenta y cariñosa, me llama todos los días para preguntarme qué tal estoy y qué he hecho, para hablar sobre nuestra hija o simplemente para escuchar mi voz. Él me lo ha dicho, a veces me llama sólo para escucharme. Ella también lo hacía, me llamaba y cuando yo contestaba, me colgaba. Al principio me desconcertaba un poco, no entendía por qué lo hacía. Creía que marcaba mi número sin querer y cuando se daba cuenta de que era la persona equivocada colgaba, hasta que un día me confesó que me llamaba en mitad de su jornada laboral sólo para que mi voz le diera fuerzas para continuar. No contestaba porque sabía que si lo hacía no podría colgarme y le regañarían por no estar haciendo su trabajo.

Y ahora te estarás preguntando ¿por qué te acuerdas de ella después de tanto tiempo? Pues por la misma razón por la que mis manos aún siguen temblando y mi corazón latiendo acelerado.

Hoy la he visto.

Estoy segura de que era ella. Tan segura como que me llamo Im Yeo Jin. Aún seguía teniendo su melena color azabache, aunque se la había cortado por los hombros. Tengo que admitir que no le quedaba mal, aunque prefiero su larga melena de antes. Me encantaba jugar con ella entre mis dedos y hacerle trenzas mientras ella estaba distraída mirando la televisión. Todos los peinados habidos y por haber los probé con ella.

Lo que esta vez no pude ver fueron sus ojos. Llevaba unas gafas de sol negras. Eran un complemento bastante habitual en ella. Pero al llevar las gafas no pude comprobar si seguía teniendo la misma mirada, esa mirada que me hacía enloquecer, esa mirada que me hacía perderme dentro de ella. Podía estar horas y horas simplemente mirándola a los ojos.

Sus ojos maquillados le hacían más sexy, mientras que sus ojos desnudos le hacían más joven, más linda, más... Mejor no sigo o podría estar diciendo cosas sobre sus ojos hasta el día del juicio final.

También me di cuenta de que seguía teniendo el mismo cuerpo escultural que hace años y el mismo sentido de la moda. Siempre vestía de manera única, pero impecable. Podía ir desde un estilo de femme fatale a un estilo masculino, o como yo le llamaba, oppa style. Sin duda su estilo oppa era mi favorito, me encantaba abrazarla y sentir su cálido cuerpo a través de sus camisetas y pantalones flojos. Puede parecer una contradicción, pero cuanta menos piel enseñara, más sexy me parecía.

Su sueño siempre había sido convertirse en diseñadora, pero la escuela de moda era privada y ella no tenía el dinero suficiente como para pagársela, así que se conformaba con comprarse ropa en algún comercio barato y modificarla a su gusto. Hacía auténticas maravillas. En uno de mis cumpleaños me regaló un vestido que me había hecho ella personalmente. Era el vestido más bonito que había visto en mi vida. De color negro, corto y a medida. Encajaba en mí perfectamente, pero nunca me había tomado las medidas... O lo había hecho mientras yo estaba dormida o se conocía mi cuerpo demasiado bien. Aún guardo ese vestido en el fondo del armario. Mi esposo me pregunta por qué nunca me lo pongo y yo le digo que me queda pequeño, pero lo cierto es que sentiría que la estoy traicionando si me lo pongo para él... aunque yo ya la había traicionado hace tiempo...

Sé lo que estás pensando ¿Cómo te has fijado tanto en ella? ¿Has hablado o has estado observándola de lejos? La respuesta es no. No hemos hablado. Tampoco la he estado observando. De hecho, apenas la vi un segundo entre la multitud. Me la crucé mientras iba caminando hacia el trabajo. Probablemente ella ni me había visto. Pero para mí fue suficiente para analizarla al detalle, fue como si un segundo hubiera sido un minuto, como si el tiempo se detuviera justo en el momento en el que mis ojos se clavaron en ella. Mil preguntas rondaron mi cabeza ¿Cómo está? ¿De qué estará trabajando? ¿Aún vive en Seúl?

Llevaba tantos años sin verla que pensé que se había mudado. Me había dicho que si tenía la oportunidad se iría a París, la capital de la moda, a probar suerte en algún taller de diseño. Era una persona muy soñadora, pero a la vez tenía los pies en la tierra. Sabía lo que podía y no podía hacer y sobre todo se preocupaba mucho por los demás, por encima de su propio bienestar en muchas ocasiones. Era sin duda mucho más madura y responsable que yo.

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