CAPITULO 8

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EL HONOR DE UNA DAMA
CAPITULO 8
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El carruaje del conde de Birmingham llegó antes de las ocho de la noche, la entrada principal de la residencia de la condesa de la Tour era como un día de verano parisiense, iluminado por antorchas en todo el trayecto a la puerta principal, el cochero desciende para ayudar a su amo y a la señorita. Simplemente no podía creer que esa niña estuviera tan hermosa y tan enérgica.

Era el vivo retrato de su buena madre.

—Te ves, preciosa Candy.

—Muchas gracias, Sean —Exclama la joven con una sonrisa nerviosa, las personas no tardaron en darse cuenta de la joven rubia con llamativo vestido rojo que iba acompañada de su padre encaminándose por el camino de gravilla.

Pero quizás, se escandalizaron cuando la joven se quitó la capa y sus hombros llenos de diminutas pecas quedaron al descubierto. Junto a su padre hace una reverencia al público que ahora los admiraba. Una que otra puritana empezó a susurrar barbaridades sobre la vestimenta de Candice, pero más de un caballero se quedó sin aliento en ese preciso instante.

—¡Conde! —Exclama la condesa de la Tour acercándose ataviada con ese enorme vestido color púrpura que resonaba, en su mano derecha, llevaba una copa de champagne que se derramaba con cada movimiento

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—¡Conde! —Exclama la condesa de la Tour acercándose ataviada con ese enorme vestido color púrpura que resonaba, en su mano derecha, llevaba una copa de champagne que se derramaba con cada movimiento. Ni aún con su obesidad mórbida dejaba de reflejar elegancia y alcurnia —Que bueno verlo aquí.

—No iba a faltar a una reunión como está —El Lord toma la mano de la mujer con la caballerosidad que lo distinguía y deposita un beso en su dorso, provocando que ella se sonrojara.

—Milord... cómo usted pocos caballeros hay —Guiño un ojo la mujer, y posterior desvía la mirada hacia Candice —¡Oh! Señorita, que placer, y que hermosa se ve esta noche.

—Gracias, mi lady.

—Esta demostrando que cuando la primavera llega, no hay lluvia que puede apagar sus colores —La mujer esta sorprendida por la belleza y estilo de la joven White y no deja de admirarla.

—Me hace sonrojar, milady.

—Bueno Candice... —Se acerca al oído de la chica y le comenta algo divertido —Espero que hayas traído tu pala y tú balde para recoger los corazones de todos los hombres que vas a romper esta noche.

Dando un eructo sonoro y después bebiendo rápidamente su copa le sonríe a ambos.

—Y cómo todo inglés, beban y beban hasta caer de la borrachera ¡Y que suene la música! —Dice la mujer dándose la vuelta y gritando como loca. Candice trata de ocultar su carcajada y adentrarse a la fiesta con su padre.

La música elegante resuena en cada rincón, al igual que los cuchicheos. Candice saca de su bolsa un abanico para cubrirse la nariz y la boca, analizando el ambiente cautelosa. Sus ojos verdes detallaban el más mínimo comportamiento hipócrita de los asistentes. Observaba a las damas mayores de sociedad intentando coquetear con su buen padre a sabiendas de que era un solitario viudo, a los idiotas de los hombres que se acercan a ella para sacarla a bailar y alguno que otro a ofrecerle una rosa.

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