En la tumba de hielo

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Ni siquiera una gema puede soportar indefinidamente el frio del espacio. Ya hacía mucho que Lapis había perdido la noción del tiempo y la dirección. Vagaba sin rumbo, y ella misma no se daba cuenta de lo lentos que se habían vuelto sus pensamientos y sensaciones.

En realidad, aquello era bueno; pues lo último que deseaba era pensar o sentir cualquier cosa. Su vida era un flujo continuo de miseria y dolor. ¿Quién podía querer eso? Al menos, ella no. Había llegado al límite de sus fuerzas físicas y mentales, y en ese entumecimiento le resultaba difícil seguir sintiéndose triste. Eso le ayudaba, ahora que sabía que Steven pertenecía en cuerpo y alma a otra persona.

Quizá acabaría congelándose, porque ninguna fuente de energía del universo es eterna. Ni siquiera la de las gemas, que no necesitaban comer, dormir o respirar. El frio del espacio la embotaba, la congelaba; la hacía perder su voluntad.

Sonrió. Aquél era un final adecuado para una criatura desdichada como ella: el no ser, la inconsciencia eterna. Muy pronto, todos sus pensamientos y sensaciones acabarían por completo. Una lágrima salió de sus ojos y se congeló inmediatamente. Ya ni siquiera quería pensar en Steven. Lo único que deseaba era que todo terminara pronto.

Pero el destino no lo quiso así.

***

Poco a poco empezó a notar un aura de calor frente a ella. Sus pensamientos y emociones volvían a acelerarse, y comenzó a sentirse incómoda. Desconcertada, abrió los ojos; y la visión que se le presentó la llenó de terror.

¡Una estrella! ¡Estaba a punto de ser absorbida por el campo gravitacional de una estrella!

La enorme bola de fuego carmesí llenó todo su campo visual. Era una visión tan aterradora que Lapis cambió de dirección a toda velocidad. Ni siquiera se le ocurrió pensar que, si no se hubiera desviado, su vida y su sufrimiento hubieran sido consumidos inmediatamente en aquel fuego termonuclear. Su instinto de conservación había decidido por ella.

Cuando se hubo alejado un poco, se dio cuenta de que ni siquiera era una estrella grande. Era una enana café, y ya había conocido sus mejores tiempos. Apenas le quedaban unos cuantos millones de años de vida.

Sin pensarlo, Lapis comenzó a mirar en todas direcciones. Algunas estrellas de ese tipo tenían planetas rocosos a su alrededor...

Tras una larga búsqueda lo vio. Era una pequeña esfera refulgente, con un tono blanco-rojizo. Lapis no pudo evitar la curiosidad, y era bueno poder sentir algo más que dolor y tristeza. Cambió de dirección para visitar el pequeño planeta.

Pronto estuvo en su superficie, y tras una extensa exploración se sintió decepcionada. El planeta era una bola de hielo y piedra. El hielo, que debía ser blanco, tenía un tono rojizo a la luz de la pequeña estrella moribunda. Era imposible que hubiera vida de cualquier tipo en la superficie de ese mundo. Quizá en la juventud de la estrella había tenido agua líquida y vida, pero todo eso había desaparecido eones atrás; enterrado bajo gruesas capas de hielo.

Tuvo la tentación de abandonar el planeta, pero ¿qué haría entonces? ¿Seguir vagando por el espacio hasta morir por congelación? Eso podía hacerlo tranquilamente ahí, pues hacía tanto frío que empezó a sentir que sus pensamientos se ralentizaban otra vez.

Aquello estaba bien. Quizá con el tiempo pudiera morir en paz, sin que los sueños y los recuerdos del pasado la atormentaran a cada momento.

Se dirigió a una pequeña cordillera que había visto en su exploración, y pronto encontró una caverna amplia, a salvo de la luz y de las inclemencias del tiempo de aquel mundo desolado.

¿Qué mejor refugio podía encontrar una criatura como ella, con un presente vacío y sin esperanza alguna para el futuro?

Se acomodó en una concavidad del terreno y se echó a dormir.

***

Empezó a dormir por periodos cada vez más largos. Era una manera de desconectarse, y en aquella oscuridad sin sueños podía imaginarse que no existía. Cuando estaba despierta, comenzó a explorar el planeta con todo detalle, sin otra finalidad que dejar transcurrir el tiempo.

Pronto comenzó a aburrirse. El hielo y la roca se extendían hasta donde alcanzaba la mirada. Las mismas montañas carecían de interés. Había muchas cavernas naturales, pero no había un solo rastro de vida en ellas. La erosión correspondía solamente a lo que era de esperar por el peso del hielo y el soplo del aire. Cualquier resto de actividad sísmica que hubiera tenido ese mundo había cesado millones de años atrás.

***

Los recuerdos volvieron a asaltarla, y con ellos el dolor y la tristeza. Gran parte del tiempo se encontraba pensando otra vez en Steven. En la manera en que lo había perdido, y en lo que pudo hacer para ganar su amor cuando tuvo la oportunidad; pero eso solo la hacía sentirse peor. La hacía vivir en carne propia aquello que había escuchado en una de las canciones que reprodujo en la tableta de Peridot: no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió.

Intentó estar ocupada para alejar la tristeza que la consumía. Continuó la exploración de aquel mundo, y comenzó a buscar diferentes lugares para dormir, sin repetirse jamás. Pero aquello nunca dio descanso a su mente. Y el problema de dormir, era que tenía que despertar.

***

Mientras exploraba una gran cordillera, tuvo la impresión de que algo se movía detrás de un bloque de hielo. Se acercó rápidamente, ansiosa de ver a cualquier criatura viva que pudiera habitar aquel mundo. Por supuesto, no encontró nada. Pero al voltear hacia una elevación del terreno, le pareció ver la característica melena rizada de Steven asomándose por encima de una roca.

Su corazón dio un vuelco de felicidad. ¿Steven estaba allí? ¿Cómo era posible?

- ¡Steven! –gritó, mientras corría para hallarlo en la parte trasera de la roca.

Allí no había nada.

Tan solo un pequeño conjunto de piedras negras que efectivamente estaban agrupadas de manera que se parecían a la cabellera de Steven. Quizá estaban allí desde antes de que las gemas evolucionaran en el Homeworld.

- ¡Maldita sea! ¡Maldita sea... ¡No! –grito Lapis, cubriendo sus ojos para evitar que se congelaran sus lágrimas.

***

Una risa alegre y cantarina la despertó. Y luego una voz que pronunciaba dulcemente su nombre.

- ¿Steven? ¿Eres tú? –dijo, mientras se incorporaba corriendo para salir de la cueva.

Nada.

Tan solo el sonido del viento que aullaba contra las rocas.

***

Su mente se deterioraba, y las alucinaciones se hicieron más frecuentes. Todo el tiempo creía escuchar voces que le hablaban, la incitaban, y se burlaban de ella.

Comenzó a dormir a la intemperie, en los sitios del planeta donde se sentía más frio. Sus periodos de sueño se transformaron en auténticas hibernaciones. Al menos, dormida, su mente reposaba y las alucinaciones la dejaban tranquila

***

- Lapis, mi amor –dijo Steven, tomándola de la mano -. ¿Qué haces dormida en la nieve? ¡Ven, vayamos a un lugar cálido en el que podamos estar solos!

- ¿Steven, que... –balbuceó confundida -. ¡No me digas que todo fue un sueño!

- ¿Qué estarías soñando, mi amor? –dijo él mientras la abrazaba y comenzaba a besar sus labios y su cuello.

Lapis suspiró. El contacto de los labios de Steven era tan bueno, tan dulce... le producía sensaciones hermosas y excitantes. Deseaba que la boca de Steven descendiera con esos besos cada vez más; a lo profundo de su ser.

Steven dejó de besarla y suspiró.

- Vámonos de aquí, corazón. Podemos amarnos en nuestra casa, y allí me contarás que estabas haciendo afuera con esta tormenta horrible.

Lapis estaba cada vez más sorprendida. 

¿Acaso todo lo malo había sido un sueño?

Te he esperado tanto tiempo... (Lapiven)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora