Y entonces ella me preguntó “¿Y por que me amas? ¿Por que has estado toda una vida a mi lado? ¿Por que has aguantado mis chillidos, mis rabietas, mis enfados? ¿Por qué seguiste a mi lado, después de todo?”
Y yo le respondí que tenía 11 razones para amarla y sólo una para dejarla de hacer. Ella, se acomodó sobre su cama, con las pocas fuerzas que le quedaban y me pidió que le contara cada y una de las razones. Sonreí. Había 11 razones por las que le amaba, y seguramente, el tiempo que tardaría en explicarle esas 11 se habría llevado el último segundo de su vida.
Respiré hondo. 11 razones por las que te amo.
RAZÓN NÚMERO UNO.
La primera razón por la que la amaba era por el primer día que la vi. Des de ese maldito segundo se que era ella la razón por la que llovía de esa manera aquella tarde de Domingo, por que el sol lloraba, pues su sonrisa podía iluminar más que él.
Por suerte, había una cafetería abierta, un Starbucks. Pese a que era Domingo, estaba abierta. Necesitaba una dosis de cafeína. Aquella misma mañana Johana me había dejado.
Johana era la chica con la que salía des de el instituto, con la que di mi primer beso. La chica a la que había dedicado cada día de mi adolescencia. Y me había dejado por un Canadiense mucho más alto, mucho más guapo. Mucho más yo.
Y ese mismo día, justamente se me había roto la cafetera de casa. ¿Una señal? No, era una auténtica putada. La cafetera me había costado 100 dolares y seguro que en repararla me gastaría como mínimo 50, así que me salía más a cuenta ir a un Starbucks a por una dosis de cafeína, al menos hasta que tuviera la suficiente dignidad como para que la llevasen a reparar, por décima vez aquel mes.
El Starbucks estaba lleno a reventar, y yo no estaba de humor, así que fui directamente a la barra y allí me atendió ella, sonriendo.
Era raro que alguien, un Domingo a las 5 de la tarde sonriera cuando hacía un día de perros y seguramente llevaría toda la jornada trabajando. Miré la chapa que llevaba en el pecho. “Miriam”. Se llamaba Miriam.
-¿Que te pongo?
Me quedé en blanco. La verdad es que hacía ya un tiempo que no entraba a un Starbucks así que no sabía que pedirme. Mire el cartel de arriba que colgaba en el techo. Hoy me tomaría un Frapuchino.
-Un Frapuchino.
Busqué en mi bolsillo los 4'50 que valía ese agua chirri caliente que tanto necesitaba, se lo dejé encima de la mesa y me fui.
Salí a la calle y estaba aún más llena de gente con paraguas que cuando había entrado a la cafetería. Mi apartamento estaba justamente arriba, así que no tenía que caminar mucho. Subí al piso, encendí el televisor, me tumbe en el sofá y me empecé a tomarme aquel café que no me ayudaría en mi depresión.
Tendría que olvidar a Johana. Había salido con ella durante 7 largos años, des de que tenía 13 años. Es más, se había mudado a mi apartamento. Y aquella mañana, en nuestra pelea, se había ido. Aún había cosas suya y eso no me ayudaba demasiado en la faena de olvidar a Johana.
RAZÓN NÚMERO DOS
Su sonrisa. La número uno era la primera vez que la vi, a ella. La número dos, la primera vez que la vi sonreír, realmente, feliz.
Al día siguiente de mi compra en aquel Starbucks, Johana había enviado a una amiga suya, Emma, a recoger sus cosas. Ella, como ya era de esperar, no tenía la dignidad suficiente para dejarse ver. Y como yo no quería ver como mi apartamento se iba haciendo cada vez más mio, más solo, más yo, decidí irme a darme una vuelta.
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Todo realmente todo, acaba en tu sonrisa.
RomanceDos chicas que se aman y ... (Porque no lo lees? Simplemente te encantara) (Siente la novela) (Vivela)