Capítulo 9.

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Se me paró el corazón. No, no era posible que aquel señor hubiera pronunciado esas palabras. No era posible de que fuera consciente de el dolor que me había causado y de que se...¿Arrepintiera? No, no podía ser. Yo siempre había pensado que él estaba feliz, no por estar en la cárcel, sino por haber acabado con mi madre. Con la razón de mis sonrisas. Con mi familia.
Pero, estaba claro que me equivocaba. Estaba clarísimo. Él, en el fondo de su ser, la quería. La amaba más que a nadie. Si no, no se hubiera casado con ella, ¿verdad? Si no la quisiera, si no nos quisiera, no le importaría lo más mínimo haber entrado en la cárcel.
Pero si que le importaba. Él estaba entre esas cuatro paredes, día y noche. Noche y día. Año tras año. Hasta el fin de sus días.
Nunca más vería el sol brillar en la playa.
Nunca más volvería a conducír un coche. Tampoco iría a comprar el pan.
Nunca más volvería a pelearse con mi madre. Por que la había matado. Por que él había decidido hacerlo. Por que él quiso matarla. Él se lo busco.
Pero, por otra parte, no podía odiar tanto a ese hombre. Al finl y al cabo, quien era, era gracias a él.
Cuando mató a mi madre, pasé al cuidado de mis abuelos. Me tubé que mudar al centro de la ciudad, dónde conocí a Johana, mi ex novia. Dónde mi história con Miriam empezó.
Al fin y al cabo, y aunque me costaba reconocerlo, si mi padre no hubiera matado a mi madre, ahora no sonreiría al ver a Miriam cada mañana. Si mi madre aún viviéra, yo nunca hubiese conocido a Miriam. Yo nunca le hubiera pedido matrimonio. Yo no estaría allí, en ese instante. En ese momento.
Nada de eso habría pasado.
Entonces, si mi padre hubiera sido un parde ejemplar, un padre 10, un padre perfecto...¿Yo que sería? ¿Me hubiera convertido en un prepotente, como el ex novio de Miriam?

Por primera vez en mi vida, me alegré de la muerte de mi madre. De que mi padre cayera en las drogas. De tener que mudarme a Nueva York. De todo lo que me había pasado. Todo eso. Cada uno de los errores de mi padre, habían marcado mi vida, para bien, o para mal, pero la habían marcado.
-Gracias- susurré.
Mi padre se me quedó mirando. No entendía que pasaba.
-¿Gracias? ¿Por qué?
-Por haberla matado.- me dí cuenta de que había sonado muy mal, para mi difunta madre, así que me acabé de explicar- Si no la hubieras matado, no hubiera conocido a mi futura mujer.
Mi padre esbozó una sonrisa. Y no por el echo de sentirse satisfecho de haber matado a mi madre. No. No por eso.
Se sentía alegre por saber, que yo, que aquel que era un pequeño mocoso la última vez que le vió, se había convertido en un hombre de píes a cabeza, o eso intentaba, y que había descubierto un lugar, llamado felicidad.
-Así que, ¿te vas a casar?- intentó asimilarlo, poco a poco.
-Se llama Miriam. Llevamos 3 años saliendo. Nos casamos en un par de meses.
Asintió con la cabeza. Sonreía. No era esa sonrisa triumfal. Era una sonrisa orgullosa.
-Me gustaría que vinieras a la boda.
-No puedo, estoy..- señaló a las rejas.
-Puedo hacer que te dejen salir. Podemos intentarlo, papá.
Por primera vez, le llamé papá. Por primera vez en mi vida, empezé a querer a aquel hombre. Empezé a sentir algo, algo que no era odio, resignación ni ganas de matarlo. Ahora, sentía amor, aprécio.
-Me encantaría ir.

Me despedí de él. La hora de visita había acabado. Sólo quería llegar a casa y hablar con Miriam. Contarle que había hablado con mi padre. Que le quería. Que cabía la posibilidad de que viniera a nuestra boda.
Pero me llamó al teléfono su hermana.
-¿Si?
-¿John? Es Miriam. Está en el hospital..

Todo realmente todo, acaba en tu sonrisa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora