Volkov odia los martes. Los odia de manera categórica. De hecho, le cuesta entender por qué la gente le tiene tanta manía a los lunes cuando, históricamente, los martes siempre han sido marcados por la desgracia. Son el segundo día de la semana, lo que hace que den una falsa sensación de avance —un día menos para el fin de semana— pero lo cierto es que la aversión de la gente a los lunes termina por resultar en una concurrencia de citas los martes.
En fin, Volkov odia los martes. Especialmente aquellos, como hoy, en los que tiene clientes nuevos. No le malinterpretéis, a Volkov le encanta su trabajo, la fisioterapia y los masajes terapéuticos siempre fueron una rama que le llamó la atención y, aunque no fueron su primera opción, mentiría si dijera que no se siente satisfecho del lugar en que se encuentra.
El problema es que Volkov siempre ha sido reservado, angustiosamente tímido según Michelle, y un cliente nuevo siempre supone ese ritual de presentaciones y primeras impresiones que Volkov que saltaría si tuviera la oportunidad.
"Volkov" la voz de Michelle le alcanza desde la recepción. "Tu cita de las 17:00 ya está aquí"
Volkov termina de extender la toalla sobre la camilla y suspira. Es solo un rato, las segundas veces siempre son menos incómodas. Se da media vuelta y sale de la habitación para invitarle a pasar, revisa la agenda de su móvil para recordar su nombre (un buen truco para fidelizar clientes) y alza la cabeza para buscarle con la mirada. "¿Señor Pérez?"
Al fondo de la sala de espera, un hombre se levanta de su silla en respuesta. Es alto, altísimo, algo más que él mismo incluso. De hombros sólidos y espalda ancha, con unos bíceps que pelean por liberarse de la tela de la camiseta de manga corta que los rodea. Su cara no hace otra cosa que empeorarlo todo, unos ojos avellanas se clavan en él mientras se acerca, y sus labios carnosos, rodeados por una barba sombreada, se perfilan en una sonrisa genuina.
Volkov odia los martes.
"Mejor sólo Horacio, Pérez suena como a viejo" responde del susodicho ampliando la sonrisa, abriéndose paso hacia el habitáculo donde pasarán los próximos 60 minutos. Probablemente los 60 minutos más largos de su vida.
Volkov le sigue de cerca, intentando procesar que la persona que tiene delante es real y no un modelo 3D de musculatura exagerada para aprender anatomía.
Una cresta roja de un tono vivo decora su cráneo y su musculoso torso se cierra sobre su cintura como una pirámide invertida. Es insultantemente atractivo, pero sin ser convencional u objetivo, lo cual molesta a Volkov personalmente. Puede afirmar con férrea convicción que el individuo no le agrada.
Cierra la puerta corredera tras de sí, sin posar la mirada en su acompañante, y hay algo abrumador en su presencia, Volkov se ha dado cuenta de ello en apenas 5 segundos. Podría ser un cliente potencialmente difícil.
Horacio se acerca a la camilla, hace amago de sentarse pero se queda a mitad camino, descansando el peso sobre sus manos, que lo mantienen casi de pie. Le rodea un aura de confianza en sí mismo que le inquieta, se mueve por el espacio como si ya lo hubiera hecho muchas veces.
Desde su posición reclinada, le mira expectante. Volkov se arrepiente de ser tan eficiente porque si no hubiera dejado todo preparado ahora, al menos, tendría algo que hacer con las manos. Le esquiva la mirada, se desplaza hasta uno de los armarios que contienen el material y finge que busca algo concienzudamente.
"Bueno... Horacio", coge uno de los botes de aceite y lo inspecciona como si no tuviese claro lo que es.
'Ah, sí, parece que este bote de aceite efectivamente contiene aceite'. Muy sutil.