Capítulo 3. Mordidas

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3: Mordidas

3: Mordidas

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Kayla

Llegué al cuarto de mi hermano acalorada, como si hubiese estado corriendo una maratón. Elliot levantó la cabeza de su cama y me observó extrañado. Frunció el ceño y me preguntó si ahora le temía al sol o qué.

—No seas bobo —repliqué, apoyando la espalda contra la puerta de la habitación, que estaba en penumbras—. Solamente me crucé al imbécil de Mørk Hodeskalle.

Elliot frunció el ceño, se irguió todo lo que pudo y ahí noté que la mayoría de sus heridas habían mejorado. Apenas si tenía raspones visibles. Sobre el edredón descansaban unas cuantas bolsas de plástico de sangre, señal de que se había estado alimentando por montones.

—Si las dejas mucho tiempo fuera se te van a echar a perder —dije, arrugando la nariz. Con razón apestaba ahí dentro.

—¿Y saliste corriendo de él como si fueres una niñita? —replicó mi hermano, ignorando mi comentario—. No, ya sé, no digas nada. Papá me contó lo que dijiste en frente de él anoche.

Se volvió a tender, poniendo los ojos en blanco, como si me considerara un caso perdido.

—¡No salí corriendo! Él sí, para tu información —dije, adentrándome en la habitación, pero manteniendo mi distancia de su cama. Preferí sentarme en sus sillones y poner los pies sobre la mesa de café—. Es terriblemente rápido. Casi creí que había desaparecido.

Con eso, Elliot se irguió otra vez. Se quejó por el esfuerzo, pero pude ver el brillo emocionado en sus ojos grises. Ya no había siquiera un leve rastro de miedo del día anterior. Ninguno que intentara ocultar. Era pura fascinación.

—¿Lo viste? ¡Es jodidamente impresionante! Nunca había visto a un vampiro como él. Podría derrotar a un ejército entero sin siquiera mover un dedo —exclamó y yo fruncí el ceño.

—Sí, y casi te mata —le recordé—. No puedo creer que estés hablando así de él. Casi como el abuelo, como los tíos y papá, que lo alababan como si fuese la última Coca Cola en el desierto.

Elliot se hizo el desentendido.

—No sabes el miedo que da. Aparece de entre las sombras, parece que la oscuridad se lo tragara y lo escupiera. No lo ves venir y, antes de que estés siquiera reconociéndolo, el tipo ya te tiene de boca en el suelo sin respirar. Increíble.

Yo hice una mueca, mostrando los dientes. Así que eso le había hecho, antes de hacerlo sangrar. No supe si quería matar a Hodeskalle o matar a mi hermano por irse de tema.

—No puede darte miedo y no puedes pensar que es increíble a la vez. Lo que te hizo fue exagerado.

—Le quise robar, Kay —contestó él.

—No creas que te estoy justificado —le advertí, levantando la mano—. Pero por lo poco que intentaste hacer, fue demasiado. Si te hubiese matado, hubiese sido un castigo demasiado grande para un robo.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora