Es un día soleado, como casi todos en Astra, en este el sol se hace rutina, la lluvia queda en los recuerdos, la monotonia es parte de la vida, vivido un día aquí, vividos todos.
Hanz el hijo del alcalde, como siempre sale a las 8:00 A.M, para dirigirse a la parada del autobús, el tiempo que tarda en llegar es mayor que los grados aquí, tras una larga espera puede montarse en el autobús de líneas amarillas y azules, el conductor con sonrisa alegre, pelo canoso y estatura media-baja, con su uniforme ensuciado de su famosa mancha de café, le cede el paso tras pasar su tarjeta.
Hanz se dirige hacia la última fila,en un asiento paralelo a la ventana, lentamente saca sus cascos, nada del otro mundo, grandes y grises, recubiertos de una almohadilla color carbón, mientras se acerca el final del trayecto, escuchándo su canción preferida, triste y melancólica, con la que él se siente identificado.
De repente un brusco golpe y un chirrido ensordecedor le hacen saber que ha llegado a su destino. De un movimiento rápido cuelga su mochila sobre sus delgados hombros, y tras bajar dos pequeños escalones, levanta su mirada tristemente, volviendo a ver ese edificio desgastado, de paredes blancas, con numerosas partes desconchadas y barrotes situados en las ventanas.
Después de tres meses sin pisar su suelo, aún parece más viejo.
Quizás el vago recuerdo que tenía del instituto fue cambiando con el paso de los años y ahora...
