Loto Azul

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Nota de autor. Todo contenido verídico ha sido modificado, así como el reemplazo de nombres para la adaptación.

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El Cairo, Egipto; 1.795 a.C.

La capital soleada era infernal para esa época del año donde los ciudadanos seguían con su arduo trabajo día y noche en la restauración del templo solar, mismo que fue desmantelado por los sacerdotes del pueblo. ¿Por qué tanto empeño en un lugar practicante cerrado al público?

El faraón se encontraba desesperado.

Los años de su mandato transcurrían, tan solo era el séptimo de la dinastía; su pueblo lo aclamaba, los hombres trabajaban gustosos por él, las mujeres agradecían sus derechos; sin embargo, de nada le servía ser un hombre democrático si ya había fallado a su primera prioridad: su mujer.

Faraón estaba desesperado; cumplió con ella en cada noche que tuvo esa oportunidad, cumplió sus fantasías, la trató como la reina y la amó como princesa, la cuidó como su joya más preciada, pero no lograban engendrar a ese hijo que tanto pedían. ¿En dónde estaban sus dioses? ¿Qué tenía que hacer para tener un niño entre brazos?

— Querido... — la hermosa mujer de piel morena y ojos olivas vio con vacilo a su marido. Ella fue tan comprensiva, pero la angustia de su cónyuge, era de ella por igual, así como ese deseo de procrear. — ¿Seguro no hay otra forma? — El faraón asintió con firmeza a su mujer.

— Estoy seguro que Ra tendrá compasión, pero tengo fe en que Isis nos dará el milagro. — Su cónyuge curveo sus labios dorados cual sol al tomar su áspera mano morena, suspirando las preocupaciones antes acumuladas en su pecho.

— Y yo confío en ti. — Aseguró la mujer. Su marido brilló con la luz del sol por su respuesta; sin duda era una mujer tan calmada y sosegada a pesar de ese carácter imperativo.

Se dijo entre los habitantes, de boca a boca, de pueblos entre pueblos; que el faraón y su mujer emprendieron un viaje a orillas del río Nilo acompañados por sus fieles soldados, bajo la luz del gran Ra y guiados por los vientos entre arenas del frívolo desierto durante un par de días y noches cálidas, con solo un solo destino fijo.

Con lujosas ofrendas, oro y zafiros, gran variedad de alimentos; frutas, luminosas y pan, hermosos cálices con cantidades considerables de cerveza hecha con aguas del río rojo y, sobre todo, su fe... Los faraones pisaron con todo ese peso sobre la ofrenda de Isis; diosa de la fertilidad.

Día y noche bajo los cielos de Ra e Iah, implorando bajo largas líneas de pagarías en papiros, la mujer con la mano en su vientre imploraba que su deseo fuese concedido por esa diosa emplumada, su joven corazón rogaba ser madre; el faraón deseaba un sucesor.

Pero ya conocían sus refranes, «La semilla incluye todas las potencialidades del árbol...» muy complejo para entenderlo;
y así como tanto imploraron, a su vientre la vida llegó.

¡Los faraones alabaron! Agradecieron, besaron a los pies de la diosa; su amor por esos seres divinos se volvió el fuerte del pueblo.

Con el largo pasar de las semanas, entre los días bohémicos, ese deseo esperado fue escuchado por los dioses, dando como resultado la llegada de una hermosa niña, cuyo natalicio se dio en el solsticio de invierno durante el inesperado eclipse lunar.

¿Quién diría que los dioses conspirarían contra esa vida que brindaron? A la orilla del río Nilo, dónde los frutos de loto marchitaban, un peculiar loto azul broto; sin embargo, jamás abrió.

Una pequeña incógnita que se mantuvo durante los pueblerinos que recogían agua para el sustento del pueblo, más no se atrevieron a tocarla con el afán de creer que en algún punto se abriría. Por otro lado, otra incógnita floreció entre los labios de los egipcios: ¿por qué la princesa no había salido a la luz?

Flor De Loto || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora