Narrado por Nicolás.
Acabo de vivir los días más lentos y dolorosos de mi estúpida existencia. Nunca imaginé que los últimos días de esta tortura fueran a sentirse tan mal. He estado al borde de mi locura estos tres días.
Cuando creces y conoces qué clase de persona eres, entiendes muy bien qué cosas son para ti y qué cosas no. Sabes a la perfección qué es bueno para ti y qué es malo. Por ejemplo, yo sé que me hace muy mal pensar tanto, sé que me ahogo en reflexiones sin sentido y sin salida. Pensar mucho sobre una situación me hace ponerme totalmente paranoico. Y eso no es bueno para mí.
Pero lamentablemente, después de aquella gloriosa llamada con Edgar no he hecho otra cosa más que pensar. Pensar sobre aquello, pensar sobre nosotros, nuestro futuro, pensar en nuestros amigos, pensar en las perras que lo pretenden, pensar en nuestra familia, en el secreto que cargo en hombros cada día, en cómo serán las cosas cuando él vuelva.
Estos tres días me los he pasado pensando y esperando. Acostado en su cama, mirando con absurda atención el techo de su habitación con miles de pensamientos violándome la mente y con el pequeño Nicolás observándome fijamente desde la silla del computador.
No sé que voy a hacer…
Hoy he despertado en mi cama en lugar de despertar en la suya como ya era costumbre. Me he dormido a las 5 de la mañana y he despertado a las 8 sin nada de sueño, sintiéndome sumamente ansioso porque hoy finalmente llega el amor de mi vida. Pero me prohibí a mí mismo levantarme de la cama, es muy temprano aún y no sirve de nada estar despierto. Me obligué a esperar en la cama tres horas más, en las que por más que intenté dormir, no lo logré.
Al salir de mi cama tuve una gran batalla conmigo, debatiendo sobre qué mierda ponerme hoy. Nunca me había sentido tan mujer. Iba a ver a Edgar después de dos semanas y quería lucir perfecto, quería verme radiante y sobre todo saludable. No quería que se notara para nada que perdí totalmente la cabeza.
Cuando finalmente elegí lo que según yo era el “atuendo perfecto” pasé todavía más tiempo en la ducha, como si de cierta forma pudiera limpiar toda la suciedad que tengo en la mente. También invertí tiempo peinándome y rasurándome.
Fue el primer día después de mucho tiempo en el que decidí tomar el desayuno a una hora decente. Bajé a la cocina con una gran sonrisa y mil veces más arreglado que en un día normal. Mi madre se dedicó toda la mañana a mirarme con una sonrisa cómplice, ella sabía que finalmente Edgar había llegado y era obvio que yo iría a verlo. Quizás me arreglé tanto que hasta levanté sospechas, no lo sé. Realmente no me importa lo que piense mi madre a estas alturas.
Lavé mis dientes como dos veces y seguí mejorando pequeños e insignificantes detalles de mi apariencia para después terminar parado frente al espejo del baño examinándome con los nervios de punta.
Mi celular vibra e inmediatamente sé que es un mensaje de él. Veo su nombre en la pantalla y siento una patada de estómago. “¿Por qué no estás aquí?” es lo que dice. Siento otra patada en el estómago. “Llego enseguida” Escribo con mis manos temblorosas y después salgo de mi casa dando pasos rápidos.
El camino a la casa de Edgar me parece eterno pero cuando finalmente estoy parado frente a su puerta siento que llegué demasiado rápido. El carro de su madre está estacionado afuera de la casa, también el de Edgar y yo no me atrevo a tocar, mis manos siguen temblando y mi corazón late como nunca.
Tranquilízate Nicolás, no vayas a arruinar nada, sólo toca la maldita puerta, sonríele a su madre, pregúntale cómo le fue en el viaje y después subes a ver a Edgar. Tú puedes hacerlo, ya has hecho esto antes. Tú puedes.
ESTÁS LEYENDO
Vaso roto
RomanceTodos hemos escuchado alguna vez que lo que no te mata te hace más fuerte pero en la mayoría de las ocasiones lo que no te mata hace que desees estar muerto. Lo que no te mata te rompe, te transforma en un vaso roto... ¿Y qué es un vaso roto? "E...