Ciertamente, Wei Ying no esperó que Hua Cheng le pidiera en ese momento que lo acompañara a Gusu. Aún así, una pequeña sonrisa nostálgica se dibujó en sus labios y esperó pacientemente sentado en el carruaje donde se trasladaban Hua Cheng y él hasta llegar a su destino.
Mientras tanto, Wei Ying tocaba la misma suave melodía que a Hua Cheng le irritaba. Aunque, de algún modo, en ese aspecto Wei Ying se parecía a él. Tocaba la misma canción, dibujaba a las mismas personas.
Él también lo hacía.
Leía los mismos libros, creaba las mismas esculturas.
Todo se trataba al final de cuentas de personas y recuerdos sumamente importantes, solo por esa razón jamás le pidió a Wei Ying que dejara de tocar esa irritante canción.
El viaje duró más de lo esperado, y Wei Ying se sorprendió de que el camino pareciera tan distinto a como lo recordaba. Tuvieron que tomar un bote en algún punto de su viaje, pero Wei Ying no parecía recordar mucho el paisaje que se alzaba frente a sus ojos en cuanto llegaron a su destino.
Era normal, después de tantos años desde la última vez que pisó Gusu, Wei Ying podía ver tiendas de distintas categorías donde antes había casas, o casas de distintas formas donde antes había tiendas, solo esperaba que siguieran vendiendo ese asombroso vino que tanto le gustaba cuando era joven.
—¡Hua Cheng! ¡Mira! —apuntó con su dedo a un vendedor con un cartel en su negocio donde se podía apreciar el nombre del vino del que tanto hablaba Wei Ying.
—¿Nos llevamos todas las botellas? —preguntó Hua Cheng a su novio.
—¿Podemos con todas?
Hua Cheng levantó los hombros y se acercó al vendedor, para pedir toda su ración de vino dejando el doble de la cantidad que el vendedor sumamente contento le había cotizado, pues se encontraba de buen humor.
Hua Cheng le pasó una botella a su novio, quien totalmente contento, la destapó deprisa y dio un sorbo lento para apreciar la explosión de sabores fragantes y amargos.
El rey fantasma solo negó con la cabeza, y apartó la mirada en busca de un carruaje que les ayudara a transportar toda la cantidad de licor que había comprado.
Antes de merodear por Gusu, Hua Cheng propuso llevar todo a una posada, así que se dirigieron al lugar indicado mientras Wei Ying ya se había terminado otras dos jarras de vino.
—¿Por qué no las pruebas? —pidió saber el fantasma menor, a lo que Hua Cheng tomó una jarra y la examinó por un tiempo.
—¿Realmente es tan bueno como dices?
—Lo juro —admitió—, nada se compara con este vino.
Hua Cheng destapó la jarra y dio un sorbo para degustar los sabores.
No reaccionó como Wei Ying, podía beber, pero no era un fanático del vino como su novio, aunque eso no le quitaba su sorpresa al darse cuenta de que, en efecto, sabía bastante bien.
—¿A que no es el mejor vino?
—No está mal —admitió dándole otro sorbo, mientras llegaban a la posada que el conductor había sugerido.
Hua Cheng se hizo cargo de pedir una habitación y luego descargó todo lo que llevaban al cuarto que había rentado.
En cuanto terminó, miró mal a su novio por no haberlo ayudado, pero este solo dibujó una expresión de inocencia que a Hua Cheng le hizo rodar los ojos.
—Apiádate de este débil y frágil fantasma, tú eres un rey fuerte y poderoso —expresó rodeando el hombro de Hua Cheng mientras caminaban para hacer algo de turismo aprovechando que estaban allí.
En ese momento, Hua Cheng había adoptado la apariencia de un joven de diecisiete años, no tan alto como realmente era, por lo que a Wei Ying se le facilitaba mucho más poder abrazarlo.
—¿A dónde es que vamos? —cuestionó Hua Cheng.
—Realmente no sé qué es bueno ver aquí —sonrió con la palabra disculpa impregnada en su rostro—. Sugiere algo, rey fantasma omnipotente, y sabio —pidió Wei Ying, que tenía muy en cuenta que Hua Cheng siempre estaba informado en los acontecimientos de los tres reinos.
—Solo sé que aquí rige uno de los Dioses más poderosos que han existido —admitió Hua Cheng—. Y, honestamente, no quiero visitar su templo principal, no me agradan los Dioses.
—¿Ah? ¿Qué Dios es? —pidió saber.
—Le llaman el Dios que ama la muerte. Lo apodaron así debido a que no solo está dispuesto a ayudar a los fantasmas. También ayuda a la gente que parece morir por amor.
Hua Cheng parecía que no creía en ese tipo de comentarios, pero siguió hablando de lo que sabía sobre esa divinidad.
—Se supone que es un Dios marcial, pero ahí está la cosa, tiene más devotas mujeres que hombres, quienes le piden que proteja y bendiga sus relaciones y matrimonios. También las personas que tocan música suelen serles fiel porque él normalmente pelea con un guqin, incluso hay una melodía muy famosa en este sitio.
—Un guqin —susurró Wei Ying, de repente recordando a cierta persona.
—Eso es todo, es un Dios que ama la música, el romance, y ayudar a cualquier clase de persona o fantasma.
—¿Ves que no todos los Dioses son malos? No los odies a todos —sugirió, y en cuanto Hua Cheng le miró molesto, Wei Ying decidió callarse.
Hua Cheng podía ser muy paciente con la poca discreta y muy espontánea forma de ser de su novio, pero su odio por los Dioses jamás disminuiría.
—Ya, ya, no te enfades, ¿Cuál es el nombre de ese Dios tan cursi?
—Su nombre es Lan...
—¡Lan Qinren! —expresó Wei Ying y le dio la vuelta a Hua Cheng escondiéndose tras de sí.
Hua Cheng miró a un cultivador vestido de blanco, con una cinta bordada con patrones de nube atada en su frente, ojos molestos y una gran barba que parecía de chivo.
Cuando el aparente Lan Qinren se fue, Wei Ying se alejó de Hua Cheng.
—¿Conoces a esa persona? —inquirió Hua Cheng admirando al hombre.
Wei Ying estuvo a punto de responder cuando vio que el rostro de su novio de repente se volvió rígido y sus ojos se encontraban enormemente abiertos mientras miraba a esa viva imagen de Lan Qinren.
—¿Hua Cheng?
Mientras más actualizo, más nervios me dan de hacerlo. ¿Por qué? No sé. Quizá porque tengo varios posibles finales y todavía no me decido xD unu
Igual, falta todavía muchito para el final xD so... Espero que les haya gustado :3 nos leemos después
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Existir por existir
FanfictionHonestamente, Hua Cheng no deseaba vivir, ni tampoco seguir muerto, estancado en un mundo que no podía abandonar de ninguna manera. Siquiera podía destruirse a sí mismo con sus cenizas porque ciertamente no tenía idea de dónde podrían estar. La úni...