Capítulo 85

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Capítulo 85

Miré el rostro de Rosalie durante unos segundos, y después salí de aquella sala de forma vertiginosa, encerrándome en el dormitorio, alejándome cuanto pude de la puerta mientras contenía el aliento. No podía dejar de sentirme peor por momentos al encontrar en mí aquellas ganas de matar a mi propio hijo.

Observé mi reflejo en el gran espejo que tenía en frente, escudriñando aquellos ojos rojo intenso mientras mi mente y moralidad me gritaban lo horrible que era por tener si quiera aquellos pensamientos.  Sin poder soportarme más, rompí la plana superficie de cristal de un puñetazo, haciendo volar miles de pedazos por todas partes.

Carlisle entró segundos después con lentitud, cerrando tras de sí para encaminarse a tomar asiento  junto a mí en la cama.

-¿Qué pasa? –Preguntó dulcemente mientras acariciaba mi mano, mirándome a los ojos.

-Ya lo has visto en el bosque; no puedo verle, Carlisle. Sólo con oler su rastro siento ganas de tenerlo cerca. ¡Por dios, es nuestro hijo! –Comenté con angustia y decepción hacia mí misma, bajando la mirada, avergonzada.

Carlisle sonrió levemente antes de quitare un trozo de cristal del pelo. Volvió entonces a mirarme a los ojos, tomándome de la barbilla.

-Lo que también he visto en el bosque ha sido como te has detenido, olvidándote completamente de la sangre que tenías a trescientos metros, porque me habías hecho daño.

-No iba a dejarte allí después de haberte lanzado contra un árbol a 200 por hora. -Comenté con tristeza mientras sonreía levemente.

-A eso me refiero, Nadine. No le harás daño, a ninguno de nosotros; lo has demostrado hoy.

-No podemos arriesgarnos... imagínate que le muerdo.

-No lo harás, sé que eres capaz de hacerlo. Además, no me alejaré de tu lado.

Sonreí tristemente, para después abrazarle con cuidado de no aplastarlo en demasía. Al instante sentí aquella calma que sólo él podía transmitir.

-Está bien, bajemos a buscarlo. –Susurré observando sus ojos dorados, levantándonos de la cama tras unos segundos de meditación.

Antes de descender por la escalera suspiré profundamente intentando contener mis nervios, pero era más difícil de lo que podía esperar. El miedo me inundaba más y más cada segundo.

Inhalé el olor de la sangre de Albert durante un momento, pero de inmediato contuve el aliento deshaciéndome de aquella horrible sensación, sintiéndome de nuevo culpable y asqueada conmigo misma.

-Tranquila, todo saldrá bien. –Susurró Carlisle deteniéndose frente a mí mientras agarraba mi mano, y juntos descendíamos lentamente hasta llegar al salón.

Rosalie se puso de pie inmediatamente a nuestra llegada, cogiendo a Albert de la mano, quien se levantó junto con ella, observándonos intensamente con algo de temor en sus azules ojos.

Lo miré directamente con seriedad, apretando instintivamente la mano de Carlisle y conteniendo el aliento para ayudarme a soportar la sed de sangre.

-Perdón. –Susurré mirando a mi marido, soltando su mano antes de rompérsela, volviendo a fijarme en el niño, asustado.

Antes de decir nada Albert salió corriendo hacia mí, abrazándome a la altura de la cintura mientras sus lágrimas mojaban mi camiseta. Automáticamente me puse más rígida de lo normal, sintiendo cientos de sensaciones diferentes a la vez. Una de ellas fue más fuerte que las demás sin duda, y me sentí mucho mejor de forma instantánea.

-Tranquilo, cielo. Todo está bien. –Susurré finalmente mientras acariciaba su cabello dorado, apretándolo con suma suavidad contra mí, ante la atenta mirada de los presentes.

-¿Estás bien? –Preguntó de forma trémula, mirándome con los ojos vidriosos.

-Ahora sí, pero necesito que tengas un poco más de paciencia, ¿vale? No sé si estoy del todo lista, y no quiero hacerte daño.

El chico asintió secando el rastro de su llanto, separándose unos pasos hacia atrás hasta acercarse a Rosalie de nuevo.

-Vámonos ya Albert, volveremos a la noche. Me alegro de verte tan bien, Nadine. –Añadió la rubia a forma de despedida, para después salir de la estancia con el niño de la mano, dejándonos solos de nuevo.

Observé la puerta cerrada, totalmente abstraída en mi mente, sintiéndome por primera vez desde mi conversión feliz y orgullosa. Había pasado una dura prueba, casi con excepción la única que me importaba verdaderamente, pues Albert era lo más importante para mí.

-Lo has hecho increíblemente bien. –Susurró Carlisle con una tierna sonrisa, acercándose para tomar mis manos. 

-Aprendo del mejor. –Respondí devolviéndole el gesto, con un humor distinto y renovado. –Gracias, Carlisle.

Un segundo después lo abracé fuertemente apretándolo contra mí, tratando de no pasarme para no hacerle daño, aunque un leve quejido por parte del rubio me hizo soltarle de forma veloz. Él debió ver la frustración en mi semblante, pues enseguida habló con su habitual calma. 

-Tranquila, aprenderás a controlarte.

-¿Cuánto tardará en irse esta super fuerza?

-Unos meses, después no tendrás que preocuparte más.

-Creo que entonces voy a aprovecharla para hacer algo que siempre he querido. –Comenté con una leve sonrisa, mientras el rubio me observaba extrañado sin saber a qué me refería.

Pero pronto lo entendió cuando lo besé con pasión. Después, en un movimiento vertiginoso, agarré su camisa y lo apoyé contra la pared, continuando con aquellos besos frenéticos mientras me deshacía de la prenda con una excitante brusquedad, rompiéndola en dos.

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