—Shifu, estoy aquí —se adentró una persona idéntica a Lan Zhan. Con esos ojos claros y fríos, su cara guapa y blanca como el jade, sus ropas tan blancas como si fuera a un funeral y su postura de suma rectitud y formalidad.
—Wangji —saludó Lan Qinren, y en seguida le entregó la tela que anteriormente se había estado moviendo, escribiendo quién sabe qué en el papel, junto con los dos papeles que Lan Qinren había sostenido durante un tiempo—. Léelo con cuidado, y sé discreto. Estaré atento a tu templo en caso de que sean encontradas más cartas.
—¿De qué se trata? —pidió saber.
—Todo está escrito allí, es mejor hablarlo en otra ocasión.
—Hmm.
No hubo más palabras entre ambos, y Lan Zhan se esfumó en seguida.
Hua Cheng, por su parte, se encontraba sumamente molesto e intrigado, y Wei Ying seguía totalmente estupefacto de ver a Lan Zhan.
Eso solo significaba que el Dios que Hua Cheng había mencionado hace un tiempo atrás, se trataba de Lan Zhan.
¿Por qué Lan Zhan ayudaba a fantasmas también? Si siempre había sido tan estricto con ello y odiaba todo lo que se tratara de energía resentida y cultivo demoníaco.
—Regresemos a Mansión paraíso —fue la burda respuesta de Hua Cheng.
Wei Ying ni siquiera podía recordar las jarras de sonrisa del emperador en la posada, por el momento seguía intentando hilar lo que había sucedido.
Hua Cheng no se anduvo con rodeos y dibujó una matriz para volver lo más pronto que pudieran.
Al llegar a mansión paraíso, Wei Ying no tuvo tiempo de preguntar algo a Hua Cheng cuando este ya estaba adentrándose en la matriz de comunicación para hablar con He Xuan.
En cuestión de minutos, el supremo aguas negras ya se encontraba en mansión paraíso, bastante extrañado de la inesperada petición de Hua Cheng porque se presentara en su casa lo antes posible.
—¿Qué sabes del Dios Hanguang-jun?
—Hanguang-jun —susurró Wei Ying en voz baja mientras escuchaba la conversación de los dos reyes fantasmas.
—No se aparece mucho por el cielo, siempre está trabajando —explicó He Xuan.
—Investígalo mientras estás arriba, o de lo contrario los intereses de lo que me debes incrementarán.
He Xuan miró con molestia a Hua Cheng, pero, en seguida se marchó.
—¿Qué sabes tú sobre ese Dios? —luego, Hua Cheng se dirigió a Wei Ying, se había dado cuenta de que conocía a esa persona.
El mencionado se cruzó de brazos bastante pensativo.
—Cuando estaba vivo fui su compañero, pero honestamente, ha cambiado muchísimo.
—Dime todo —exigió.
—No hay mucho por hablar de él. Es sumamente recto, siempre cumple las reglas, es muy inteligente y noble. Antes odiaba todo lo que tuviera que ver con energía resentida, así que me parece controversial que ahora ayude a fantasmas incluso.
—¿Alguna vez se interesó por los Dioses?
—Realmente no lo sé. Nunca hablaba más de cuatro palabras por oración —admitió—, él... No parecía muy interesado en algo en concreto más que en las reglas —sonrió tenuemente—. Su caligrafía es bonita, ¿Qué más puedo decir? No era fácil conocerlo.
Hua Cheng gruñó por aquella descripción y masajeó su cuello.
—¿Y bien? ¿Ya me dirás qué importancia tenía ese trozo de tela?
Hua Cheng no miró a Wei Ying. Sus ojos se encontraban fijos en una estatua de una persona bonita vestida con ropas costosas de hace muchos años, que sostenía una flor, y también una espada afilada en su otra mano.
—Sé que ese trozo de tela le perteneció a alguien que pensé que había muerto hace mucho tiempo —aceptó Hua Cheng—. Necesito saber por qué tiene relación con ese Dios Hanguang-jun.
Curiosamente, a diferencia de otros Dioses, Hua Cheng no parecía dirigirse a Lan Zhan con sobrenombres o de manera irrespetuosa.
Tampoco era el hombre más cortés que existiera, por supuesto, pero parecía que realmente no tenía ningún problema con él, incluso si no tenía pista de dónde estaba y por qué tenía esa tela blanca.
—¿Es del príncipe heredero de Xian Le? —se animó a preguntar.
—Sí —respondió con una mirada triste—. Era de él.
Wei Ying no se atrevió a preguntar más.
Conocía esa mirada. Sabía qué se sentía saber que las personas más importantes que existían, estuvieran muertas.
A ese punto de su vida, todavía extrañaba a sus padres incluso, y ni hablar de Yanli.
—Voy a investigar este asunto —expresó Hua Cheng con la intención de salir de mansión paraíso.
—Espera —pidió Wei Ying—. Puedo ser de utilidad, llévame contigo.
Hua Cheng no respondió, pero tampoco negó, por lo que Wei Ying siguió de cerca al rey fantasma.
Mientras tanto, Hua Cheng creó un par de decenas de mariposas plateadas y contactó a diversos fantasmas para encontrar el paradero de Lan Zhan, quien nunca estaba en un solo lugar.
Wei Ying podría ser bastante obvio, pero lo que quería, es saber de Lan Zhan. Hace tantos años que no sabía de él, que quería hablarle, quería saber también cómo había sido la vida de su hermana, de Jiang Cheng, de Jin Ling, de todos esos conocidos, y también, quería hablar con alguien que le pareciera tan familiar.
Hua Cheng le compartió a Wei Ying toda la información que poseía sobre Lan Zhan.
Ascendió cuando ya era un adulto tras cultivar y hacer buenas obras a lo largo de toda su vida. Incluso si no era un secreto que apoyaba a los cultivadores demoníacos siempre y cuando hicieran por lo menos un par de buenas obras, y también a pesar de que era bien sabido que su intención era ayudar también a fantasmas a encontrar la paz de una manera mucho más tranquila, logró llegar a los cielos.
Desde entonces, solo eso se sabía. Siempre estaba al pendiente de las peticiones de sus devotos, y le gustaba que, las ofrendas de sus templos fueran repartidas a gente sin hogar después de un par de días de haberse bendecido.
Es por esta razón que Lan Zhan había ganado gran popularidad, llegando a ser casi tan importante como lo era Jun Wu, el Dios marcial más importante y antiguo que existía.
Wei Ying no podía creer aquello, nunca pensó que un conocido suyo llegara a un nivel tan alto, pero también se alegraba por ello.
Si alguien se merecía ese puesto, realmente sí era Lan Zhan.
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Existir por existir
FanfictionHonestamente, Hua Cheng no deseaba vivir, ni tampoco seguir muerto, estancado en un mundo que no podía abandonar de ninguna manera. Siquiera podía destruirse a sí mismo con sus cenizas porque ciertamente no tenía idea de dónde podrían estar. La úni...