Capítulo 19

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Si hay algo mal escrito, lo corregiré más adelante

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Fue muy amable el pastor que les había oficiado la boda, hasta les dio la dirección de una posada que estaba cerca y donde podía celebrar la tan ansiada y esperada noche de bodas. Yendo con su recomendación, el posadero y su esposa los trataría cortésmente. Lord Myers se encargó de la situación y les dio las gracias por el buen trato recibido.

El trayecto no hubo intercambio de palabras, solo una tensión que se palpaba y que siguió hasta el interior de la posada. Ni la simpatía de los señores Phillipe y Blanche, el posadero y la cocinera, disminuyó dicha tensión. Tuvieron que pedir una habitación ya que debían fingir para continuar con el chiringuito; un baño y unas viandas para saciar el hambre.

- Puede cambiarse y adecentarse mientras estoy fuera.

No le preguntó el porqué de tal consideración; se fue antes de hacerlo.

Entró y no se fijó en los detalles que había en la habitación; pendiente de escuchar sus pasos porque podía haber tomado otra decisión. No los escuchó, lo que le dio cierto respiro para poder refrescarse y relajarse, si era posible de conseguir. Esperó al baño, no se encontró con la puerta abierta cuando se lo prepararon y pudo lavarse. Mientras se lavaba, con el silencio de la habitación, no pudo detener los pensamientos relacionados con Edward y su familia. Lo más seguro era que, a esa altura, los estaban buscando para detener esa locura, sin saber que ya estaba hecho. Ya no era una debutante a la conquista de un marido; ya lo tenía.

Más de uno se alegrará; otros, no tanto.

Como Edward.

Intentó no caer en el agujero de la tristeza porque eso quería decir que no había buscado aquello cuando lo había planeado.

Cerró de un portazo, cualquier pensamiento relacionado con él. Aún así, no desapareció la inquietud de su interior. Justo cuando se había podido secar y haberse colocado la camisola, él tocó para poder entrar.

Los dos se paralizaron al verse, aunque claro, estaban casados, ¿qué raro podía ser aquel panorama? Myers traía una botella de vino y detrás de él, la cocinera y una criada que les traían la comida para cenar.

- Espero que todo esté de vuestro agrado.

- Mi esposa - le extrañó la palabra en sus labios - y yo no tenemos ninguna queja, gracias.

- Es bueno escucharlo. ¡Qué pasen una buena noche!

Los dejaron a solas. Elle retorció las manos y miró sin mucho entusiasmo las viandas.

- ¿No tiene hambre? - empezó a quitarse la chaqueta y el chaleco.

No se había traído su ayuda de cámara, así que se encargó él de desvestirse, aunque no del todo.

- No, ¿y usted?

Con la camisa y los pantalones, dio la imagen de lo más informal, más humano que provocó más desosiego en la joven que no estaba acostumbrada a verlo con poca ropa.

¿Y sin ella?

Sin su permiso, su mente se revolucionó y sus mejillas se sonrojaron.

- Tampoco, aunque es una pena desperdiciarla - se sentó en la mesa, la camisa se estiró, dejando entrever líneas de sus músculos -. Aunque no le apetezca, podía intentarlo.

¿Dónde estaba el hombre déspota? ¿Saldría tarde o temprano de su disfraz? ¿Si era así, la lastimaría de un solo zarpazo?

Lo miró con recelo y se acercó, sentándose enfrente de él. La verdad era que olía muy bien, tanto que se le hizo la boca agua. Él no hizo ninguna mención, ni se burló de ella al verla comer. Descorchó el vino una vez que la cena fue avanzando.

- Ten, lo necesitará.

Le tendió una copa, cuyo contenido era un tono burdeos, recordándole a la sangre, ¿no estaba siendo dramática o era producto de los nervios? Acabó aceptando en silencio su copa, evitando su mirada.

Un destello atrapó su atención; miró la alianza que cubría su dedo anular de su mano izquierda, como si fuera la primera vez que lo veía. No se podía creer que estaba casada con él, y no con Edward con quien había soñado tanto.

Era triste; pero no podía pasar toda la vida suspirando por algo que solamente ella había querido que ocurriese. No era el consuelo que necesitaba; sino la venganza que le demostraría a su amigo que la mejor manera era no haberla engañado. Era la única satisfacción que encontraría. Lo demás no importaba, incluso, lord Myers, su ahora esposo.

Habían acabado de cenar cuando le escuchó decir:

- Ven conmigo.

Reprimió el escalofrío que le nació desde dentro y dejó la copa en la mesa, iba a ser su noche de bodas a menos que alguien los detuviera o una tormenta los azotase. Aunque no creía que la fuerza de una tormenta tuviera ese poder de distanciarlos.

Más o menos, sabía lo que iba a ocurrir en ese lecho. Era lo que tenía que sus hermanos y hermanas se hubieran casado antes que ella o tuviera a criadas chismosas; no era del todo ingenua, aunque fueran susurros escuchados detrás de una puerta o relatos ambiguos que no conducían a nada concreto.

- ¿Sabe lo que va a ocurrir? - pareció leerle el pensamiento.

Se encogió de hombros, queriendo demostrarle indiferencia; podía aprender de él. Ese gesto le permitió que la tela de su camisola se deslizara sobre su hombro, quedando desnudo ante su vista de águila, que no dudó en posar su palma en ese trozo piel, girándola hacia él, sin evitar quedar atrapada en su mirada como una mosca en una tela de araña. Sintió un calambre en su interior, cuando esa palma se deslizó a lo largo de su brazo para coger su mano, llevándosela a sus labios.

- No quiero que me tema.

Su aliento cosquilleó su piel, que ardió cuando sus labios se posaron.

- No le temo - apartó su mano de un tirón, aún sintiendo ese hormigueo.

- ¿Ah, no? - se atrevió a esbozar una sonrisa que jamás había visto en él -. Bueno, es mejor saberlo ahora que más tarde; no quiero lamentos después.

No pudo decir nada porque con su otra mano le cubrió parte de su rostro, y con las puntas de sus dedos acariciaron su mandíbula. Era como si la marcara con su delicadeza inesperada pero que la hacía encogerse. No esperó esa sensación, abrió los labios como si estos esperasen una gota de agua que le aliviara la sequedad repentina que tenía. No dejó de mirarla, de mirar esos labios que se habían abierto para él. No titubeó, inclinó su cabeza para capturarlos bajo los suyos, atrayéndola a su cuerpo.

La noche no había hecho más que comenzar...

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora