CAPITULO 11

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León

Llegamos a una cala idílica, a las afueras de la urbanización.

En la parte más alta y con el viento impactándonos en contra, Danielle señaló las vistas entusiasmada.

Desde la moto, ojeamos a lo lejos una bahía paradisíaca con forma de concha y rodeada por un acantilado.

Abrazó mi espalda como si hubiera estado pidiendo eso a gritos.

Para el pecho dormido de León, llevarla allí no tenía ninguna lógica, pero la voz de Hugo era la única que yo obedecía.

Ver a esa chiquilla mal me doblaba.

Últimas curvas y nos situamos en la zona más baja, próxima al mar.

Abandonamos la carretera y caminamos por un camino de piedras, uno cerca del otro, hacia la orilla de la playa.

Ralenticé mi avance y observé los alrededores.

La arena fina y clara, se entremezclaba por nuestro calzado y el olor a sal invadía los olfatos de cualquier ser viviente.

Estamos solos.

Fue cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.

El rey de mi tenebroso mundo custodiando los pasos de una mujer.

Ver para creer —me negué a mí mismo.

No me reconocía pero me importó un santo cojón.

Contemplé cada detalle de ella.

En especial, su particular forma de andar, que reclamaba mi atención sin esbozar un sola palabra.

Debía ser alguna adicción nueva.

Peor que una jodida droga, altamente adictiva.

El colmo era que no parecía ser necesario ni probarla.

Mi semblante serio permaneció durante todo el trayecto pero
Danielle me sonreía con los ojos, disfrutando del paisaje.

Aguas tranquilas y cristalinas, dejaban entre ver las maravillas de su vida marina.

Conseguí engañarme a mí mismo, convenciéndome de que no quería engancharme a su sustancia.

No es ninguna raya blanca —ella no coloca, ¿o sí?

Cualquier sitio parecía ser mejor con Danielle, como si mi corazón bombeara mejor así. Viéndola feliz.

A escasos metros del agua la paré, cogiéndole por la muñeca.

Alguna parte de mí hubiera cumplido como el Ramayana, llevándomela para mí.

Ella se detuvo y reparó en mí búsqueda, entreabriendo un poco su boca.

Recibí una mirada desconcertada que se paralizó en mí.

Aún no era la hora donde el sol se esconde.

Llevé su mano a su vientre, reposando la mía sobre la suya.

La brisa ondeaba algunos de sus oscuros mechones hacia atrás.

Mi camisa y su vestido ondulaban a juego.

Me coloqué tras ella y su dulce aroma impregnó mis sentidos.

Dirigí su atenta mirada al mar.

Colé mi rostro, cerca de su sonrojada mejilla, y le hablé al oído.

- Hace meses que no puedes acariciarla —ella se congeló, supo que hablaba de su madre. El color intenso de sus ojos verdes rodaron y penetraron en mi retina - pero puedes seguir viéndola Dani, porque sigue aquí –señalando su sien.

Las olas impactaron de repente con violencia contra el acantilado como si alguien más pudiera escucharme.

Hasta yo pude ver a su madre gritándole al viento, desde donde estuviera.

Danielle apretó sus labios y devolvió su vista al mar, su mirada se humedecía.

Nadie remplaza el amor de una buena madre.

- Cierra los ojos, Dani.

Quería que la buscara en su mente, ahí aún vivía.

Ella bajó despacio sus párpados hasta abandonar lo que pueden ver los ojos.

Abracé sus manos desde su espalda, acurrucándola contra mi pecho.

- Puedes. Escuchar su voz, repetir sus consejos y oír su risa. Puedes. Seguir hablando con ella y sin que te responda, sentir sus palabras. Puede, el olor de su perfume llegar a tu olfato aunque saborear su ausencia no sea fácil. Puedes. Continuar compartiendo vuestros mejores recuerdos —Danielle tragó saliva, no podía contener más que sus ojos se inundaran en lágrimas - Así es como puedes seguir abrazándola, Dani.

Ella abrió sus ojos y rodó entre mis brazos, volteándose.

Clavó su mirada en mí como si acabara de ver, oír y hasta sentir a su madre.

Su expresión incrédula y agradecida no necesitaba palabras.

- No aprendas a estancarte en ese pasado, en ese día. Fue solo un día Dani, que podría haber sido cualquier otro, aunque a ti te marcara.

Ella me escuchaba como quien no comprende que no hay vida sin muerte, o viceversa.

Le costó asentir pero acabó haciéndolo, dejando caer un poco su mirada. 

Sus pupilas casi ahogadas viajaron inquietas por mis ojos, como quien necesita algo más.

No supe interpretar qué.

- Nadie permanece aquí para siempre, Dani. Tu madre merece que la recuerdes de otra forma —Parpadeó y esas primeras gotas se deslizaron por su rostro ligeras como un río - Ella no podía prometerte estar siempre pero permanecerá contigo para toda la eternidad —llevé mi mano a su pómulo y sequé sus lágrimas con mi pulgar - Pasara lo que pasara y suceda lo que suceda, nadie podrá robarte eso —me regaló una sonrisa y rodeó su colgante con sus manos - Ese collar no es lo único que conservas de ella —aquello me daba coraje. Envolví su rostro con mis manos - Echar de menos a tu madre no es más que la expresión del gran amor que le tienes y eso no cambiará, aunque ahora no esté. Extrañarla no es nada malo.

Su mirada fija se anuló y retomó su visión a la infinidad del mar, ahora embravecida, y avanzó por la arena.

Me limité a verla alejarse, necesitaba espacio.

Se agachó y desató los cordones de sus zapatillas hasta descalzarse.

Permaneció unos instantes apreciando la fresca arena, hundía los dedos de sus pies removiéndolos en ella con los ojos cerrados.

Unos pasos hacia el color marino y el agua la cubrió hasta las rodillas, a ras de su vestido turquesa.

Sus huellas habían marcado despacio una senda, dejando su rastro hasta al mar.

Una señal, me despejaba el camino.

Esperé fuera hasta que la vi llorar.

No podía verla así.

Pisé mis zapatos para deshacerme de ellos y fui con Dani, borrando esa senda tras mi paso.

Llegué a ella y la rodee entre mis brazos.

Danielle desgarrada, me devolvió el abrazo, y el mar agitado se calmó como si fuera obra de un truco de magia.

@KiraBodeguero

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