2 | Gimnasta estrella

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Las horas con su hermano se pasaron volando mientras paseaban por las calles de Amberes.

La suave luz del atardecer iluminaba la piedra gris de los edificios de estilo barroco de la ciudad y le daba un toque encantador. Massiel intentó absorber todo a su alrededor, las vías peatonales amplias donde las personas paseaban abrigadas y se tomaban fotos frente al arte que decoraba los muros de algunos callejones o el desfile naranja del parque producto de la estación otoñal.

Respirar aire fresco, reírse de las tonterías de Martín y estirar las piernas fue la combinación perfecta para que sus nervios se fueran disipando hasta que la chica llena de confianza salió a flote.

«Me gané mi puesto. Estoy aquí porque soy igual de buena que las demás participantes y no dejaré que nadie me diga lo contrario» Fue lo que empezó a repetirse, cada vez con más seguridad.

—Listo, creo que aquí nos separamos —comentó Martín cuando estuvieron en la entrada del hotel—. ¿Qué harás ahora?

—No lo sé. —Massiel pateó un charco—. Releer algún fanfic, sentarme a ver Billy Elliot por vigésima vez este año...

—Mmmmm, me parece que no harás eso —Martín puso una mano sobre su hombro—. Irás a la reunión con las otras gimnastas y te relajarás.

—Estoy relajada.

—Estás tan tensa que me está empezando a doler el cuello —respondió, llevando su otra mano a lugar mencionado—. No quiero saber cómo estarás cuando empiecen las clasificatorias.

Massiel cruzó los brazos sobre su pecho.

—Estaré bien, que exagerado te pones.

Martín apretó los labios y metió las manos en los bolsillos de los pantalones.

—Cuando tú estás nerviosa, yo me pongo dramático ¿Entiendes? —Se inclinó hacia su hermana, con sus ojos marrones destellando clara preocupación—. Tampoco es que te vaya a obligar, pero... solo digo que no te vendría mal. Y si no quieres ir, siempre puedes cruzar la calle y nos tiramos en mi cama para ver Derry Girls con un tazón de helado.

—Y eso es exactamente lo que no harás porque me quieres en esa fiesta —señaló, dándole un juguetón empujón—. Ya pues, me voy al cuarto y te escribo más tarde.

Martín le revolvió el cabello antes de caminar por la línea de cruce. Massiel se quedó de pie hasta que la silueta de su hermano se perdió en el interior del pequeño motel, se colocó sus audífonos y se adentró al hotel esperando que ese diminuto fragmento de paz no desapareciera tan rápido.

Regresó a su habitación para ordenar su ropa en las cómodas mientras escuchaba un podcast de crímenes, colgó sus leotardos de competencia y repasó por quinta vez el cronograma que les habían entregado junto a sus credenciales.

Al terminar, Massiel caminó hasta el espacio entre las camas y se acostó sobre la mullida alfombra que cubría el suelo.

En su cabeza había tantas emociones, preocupaciones y escenarios que le costaba pensar con claridad.

Iban demasiado rápido, más que de costumbre.

Intentó concentrarse en las pequeñas lámparas led del techo, luego en el armario de madera frente a ella. Cuando nada de eso funcionó, tomó su teléfono para estar dispuesta a contestar el mensaje que Carla le había enviado mientras caminaba por la ciudad.

Pero por alguna razón terminó viendo las historias de las demás a las que no le prestó atención hasta que vio un par de cautivantes ojos azules en la pantalla. Massiel por lo general dejaba pasar las historias sin prestarles mucha atención, pero esa noche sintió un poco de curiosidad.

Bailando con las manos atadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora