Del embotamiento que tenía en la cabeza, a causa del alcohol ingerido y por más que se había podido creer que era un experto bebiendo, la realidad lo abofeteó de manera molesta y fea.
Se levantó gruñendo y con algunas partes del cuerpo doloridas, de haber dormido mal en una mala postura. Malhumorado vio que había dormido en los montones de heno que había en los establos. Arrugó la nariz cuando se levantó un brazo y se lo acercó, le vino el olor apestoso del vino que había bebido, el sudor que se había impregnado la tela, más el aroma de los caballos.
Iba hecho un perla, pensó con una mueca torcida.
No era que fuera quisquilloso con su imagen, solo que tenía ciertas normas en cuanto a la higiene de uno mismo y que había roto, se dijo mientras salía de allí y buscaba a alguien que le preparase un baño en alguna habitación de la posada.
Le tentó la idea de darle los buenos días a su esposa, con las pintas que traía, así animar el día. Pero incluso estando de ese humor tan retorcido, no le apeteció verla. Al menos de momento, aún estaba resquemado y la resaca no ayudó mucho a que estuviera de mejor ánimo. El posadero no chistó nada sobre su orden, ni siquiera cuando le encargó que le diera otra habitación mientras se bañaba. Ya con el desorden de sus ropas y de su pelo, señales evidentes, le hicieron saber que no durmió junto con su esposa.
¿Y qué le importaba a él lo que pensara sobre su matrimonio? No tenía que dar a nadie ninguna explicación sobre su manera de proceder, ni siquiera a su madre que estaría preguntándose dónde se habría ido su hijo. ¿Le habría llegado la nota que le decía que estaba a punto de casarse? Ella, más que ninguna otra persona, saltaría de alegría si se enterase. Fue ella, que actuó de casamentera con la señorita Green. Lo más seguro era que pensara que la estaba engañando.
Ojalá fuera un engaño.
Sí, lo más seguro que lo pensara teniendo en cuenta que hasta hacía poco era uno de los hombres más reacios al casamiento y ahí estaba, sobreviviendo a su primer día de casado, ¿no estaba tan mal? Salvo que llevaba una resaca de la hostia y apestaba como si hubiera estado en el infierno.
Ah, sin añadir que su adorada esposa se había sentido asqueada por haber sido tocada por él y no por su príncipe azul.
Todo era maravilloso.
El primer pensamiento que le vino a la mente de Elle no fue dirigido hacia Edward, sino dónde estaba Myers al notar su ausencia en la cama y en la habitación. El fuego de la chimenea se había apagado y las cortinas estaban corridas, dejando paso a la luz de la mañana que era grisácea. Se sentó sobre el colchón y no evitó que al hacerlo, sintiera cierto adormecimiento en los músculos, recordándole que anoche no había hecho precisamente el vago.
No evitó hacer una mueca al levantarse y sentir que había algo pegajoso entre sus muslos. Sus mejillas se colorearon y, con un paño y el agua de la jofaina se limpió, no sin sentir cierta turbación al hacerlo.
Ya no era virgen.
Intentó no pensar mucho en ello, porque si lo hacía, le vendría más de un recuerdo y no creía que estuviera dispuesta a enfrentarse a ello. Desechó el paño y se puso la camisola. Lamentó no haber sido previsora y no haber echado más de una muda limpia. Se las tenía que apañar hasta que llegara a Londres, a su nueva casa.
Con Myers.
Se le sacó la garganta y respiró varias veces. La vuelta a Londres no iba a ser tan fácil como pensó en un principio, en el inicio de su plan. Sentía que cada paso que daba, era un paso incierto, donde no sabía cómo iba a acabar o a qué atenerse. Eso era porque estaba casada con Myers. Precisamente ese hecho significaba que no iba a ser un camino de rosas.
Llamó con la campanilla, nerviosa porque no aparecía su marido aún. ¿No tenían que irse en esa misma mañana? No era que le fuera a preocupar, pero el no saber dónde estaba, le creaba cierta intranquilidad inesperada.
¿Si se había ido sin ella?
¡No! No podía ser tan... granuja en haberla dejado tirada allí, en la mano de Dios. Sus pensamientos inquietos fueron interrumpidos por la señora Blance que con su sonrisa parecía que el día fuera menos sombrío.
- Buenos días, señora, ¿ha dormido bien?
- Sí, todo ha estado bien. Me sabe mal haberla molestado, ¿pero me podría ayudar a vestirme?
- Claro, eso no se pregunta, mujer. Ahora mismo le arreglo.
Fue muy amable de que la ayudara y la peinase, aun estaba insegura y no sabía cómo sacar el tema de su marido.
- Perdone, otra vez. No me acostumbro a...
- Estar pendiente de mi... marido y no lo he visto esta mañana.
La señora la miró de hito a hito, haciéndola ruborizar.
- ¿Sabía decirme si se ha ido de la posada? – lo soltó a bocajarro.
- ¿¡Cómo puede irse, dejando a su esposa aquí!? Sería una auténtica desfachatez – las mejillas llegaron a un punto que le ardieron -. No, no se preocupe; no se ha ido. Está en una de las habitaciones de aquí; había pedido un baño.
Su información le causó cierto alivio que no se lo creyó lo que había oído.
- Gracias – había terminado de vestirla y de arreglarle el pelo.
La mujer del posadero le restó importancia y se marchó, dejándola sola.
Elle se mordió el labio, quizás, debería disculparse. Si no hubiera porque había mencionado a Edward, él no se habría puesto así. Más insegura que nunca, salió de la habitación y fue a buscarle.
Lo fue buscando y agudizando el oído por si escuchaba un ruido como el leve chapoteo, cuando creyó que había acertado, se juró que iba a desmayarse a identificar otros sonidos diferentes al chapoteo.
Otra vez, no, por favor, suplicó naciendo dentro de ella el temor y la repugnancia. Mas otro sentimiento se le añadió, sorprendiéndola e impulsándola a que abriera la puerta con rabia.
Su vista no la engañó, causándole que se pusiera roja y roja de la cólera.
Ahí estaba su recién estrenado marido disfrutando del baño...
- Ah, querida, no la esperaba – dijo con una sonrisa torcida en sus labios, sin ningún atisbo de remordimiento -. ¿Por qué no se une con nosotros?
No estaba solo precisamente.
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No soy como él (Volumen I)
Ficción históricaEs un borrador que le iré dando forma conforme vaya escribiéndola. Nadie espera que el primer amor sea el que traiciona y rompa en mil pedazos su corazón. ¿Podrá sanar de las heridas, de la desconfianza y del dolor?