Cuando aún eran jóvenes e inexpertos, bajo la sombra de un árbol de cerezos Itadori le dijo:
"Escucha, Megumi. No importa lo peligroso que pueda ser mi trabajo como bombero en un futuro, no moriré. No antes de casarme contigo".
"Hablas como si nos fuéramos a casar mañana. Ni siquiera me lo has pedido, idiota, además, el matrimonio de parejas del mismo sexo no está permitido en Japón".
"No importa, esperaremos hasta que sea posible".
"¿Qué pasa si eso es en veinte años?¿Vivirás hasta entonces?".
"Viviré los años que hagan falta. Lo prometo".
E Itadori lo hizo, no fueron veinte años, fueron menos de diez. Cumplió su promesa. Se casó con Megumi un día de primavera, mientras el Sol brillaba con toda su inmensidad en el cielo y la radiante sonrisa de Megumi era lo único que él podía ver.
Murió dos meses más tarde, dos meses después de ponerle aquel lindo anillo de plata en el dedo anular.
Y fueron felices, realmente lo fueron. Estuvieron juntos toda la preparatoria y lo que vino después de ella.
Megumi no tuvo quejas, estuvo a su lado en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, le acompañó siempre desde el primer día en que se conocieron.
E Itadori tampoco se quejó, aun cuando su cuerpo era completamente abrasado por las llamas y Megumi a kilómetros de allí no lo sabía.
Ahora está ahí, solo, entre gente que camina y que se le acerca, le da el pésame y se va, entre el número infinito de pasos que existen entre su cuerpo y aquel ataúd, que en realidad son cinco, pero Megumi se convence a sí mismo de que acercarse le tomaría una eternidad.
No quiere verle, aunque ciertamente no haya mucho para ver, solo puras cenizas. Cenizas y aquella foto vieja enmarcada en un marco nuevo, quizás hasta acabado de comprar. Aquella foto tomada en la preparatoria, cuando Itadori era más joven, cuando no tenía cicatrices, cuando Megumi decidió que verle feliz era una de las siete maravillas de su mundo, y decidió plasmarlo en una instantánea.
Y es que todo en aquella fea habitación es de Megumi, la foto, los muebles, las tazas de té que van de acá para allá, de mano en mano; el cuerpo, o lo que queda de él, en el ataúd. Es suyo para decidir que hacer con él, si llevarlo a algún paisaje memorable y derramar las cenizas a que el viento se las lleve, o quedárselo para él, resguardado en un lindo jarrón que luego colocará en algún estante y abrazará con dolor alguna que otra noche, pensando en la calidez que le brindaban los brazos de Itadori, imposible de comparar con la fría temperatura de la porcelana.
Porque Itadori era suyo, su esposo. Habían sido solo dos meses y unos pocos días, ni siquiera tuvieron luna de miel, planeaban hacerla más tarde. Nadie esperaba que Itadori fuera atrapado en un enorme edificio en llamas, nadie esperaba que realmente fuera a morir.
Itadori no tenía a la muerte como un tema tabú, la mencionaba de vez en cuando, como quien no le tiene miedo, pero tampoco la espera. Hablaban bastante de ese tema, por los días en que finalmente se decidió a estudiar medicina e Itadori parecía más emocionado que él.
"¿Sabes algo, Megumi? No tengo miedo a morir".
"Nunca lo tuviste".
"Sí, ya sé, pero ahora estoy seguro de que no moriré, no teniendo a un lindo novio médico".
"¿Qué pasa si yo no estoy ahí?".
"Llegarás a tiempo para salvarme".
"¿Seguro? Y si tus heridas son de extrema gravedad".
"Mi corazón se mantendrá latiendo hasta que llegues. Es una promesa, ¿ok? No debes tardarte, Megumi".
Y ojalá Itadori también hubiera cumplido esa promesa, porque para cuando Megumi llegó su corazón ya había cesado de latir.
Megumi nunca le prestó mucha atención a ese tipo de conversaciones, eran solo situaciones hipotéticas, como cuando te preguntan qué es lo primero que harías si llegara el apocalipsis zombie, tú respondes, imaginas la situación, pero no la vives, porque se supone que ese tipo de situaciones no deberían vivirse.
Itadori no debería haber muerto, debería haber vivido al menos hasta los cuarenta, era un chico sano y fuerte, él y Megumi tenían toda una vida por delante, con más planes a futuro que tiempo disponible.
Vivirían juntos y se amarían incondicionalmente hasta que fueran ancianos, morirían en paz, al acostarse a dormir una noche tomados de la mano, no habría fuego ni dolor de por medio. Algo así fue lo que Itadori le prometió.
A Itadori parecía gustarle hacer promesas, a Megumi nunca le molestó.
"Prometo no llegar tarde".
"Te lo prometo, Megumi".
"Sí, sí, lo prometo".
Pero, entonces ¿Cuál era el punto de prometerle tantas cosas y no cumplirlas? Se pregunta Megumi.
Al final solo le quedan promesas vacías y las cenizas de lo que fue el amor de su vida, porque Megumi no tiene nada más en el mundo. Eran él e Itadori contra todos, siempre fue así. ¿Qué iba a ser de él ahora si Itadori ya no estaba ahí? Era como estar incompleto, como un traje hecho a medias, sin utilidad ni propósito.
En medio de aquel funeral, rodeado de rostros conocidos y no tan conocidos Megumi se pregunta que viene después de esto, después de toda la agonía y tristeza que está sintiendo. No le toma mucho descubrir que después no hay nada, hay un vacío, porque Itadori iba a ser su principio y su fin, sin él se queda sin rumbo.
Fueron dos meses, Megumi daría todo porque hubieran sido más, daría todo por que, en vez promesas, hubieran tenido más años, mil años juntos, sin juramentos de por medio.
Nunca necesitó que Itadori le prometiera nada, le bastaba con despertarse a su lado cada día, ver su sonrisa, abrazarle, besarle, le bastaba con tenerlo junto a él. No hacía falta prometer nada, saber que se amaban era suficiente.
Siempre fue suficiente.
Porque si de algo Megumi está seguro, es de que Itadori lo amó.
Como aún lo hace él.
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Mil promesas me hiciste y solo una cumpliste.
FanfictionA Itadori parecía gustarle hacer promesas, a Megumi nunca le molestó. itafushi; angst. » Los personajes no me pertenecen, créditos de ellos a Gege Akutami.