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―Perdón, pero me cayó un paciente a último momento y se me hizo tarde

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―Perdón, pero me cayó un paciente a último momento y se me hizo tarde. ―Levanté una mano disculpándome, en tanto que con la otra sostenía un pack de seis Corona.

Aunque por lo que vi, o mejor dicho a quién vi cuando levanté la vista, hubiera sido mejor traer un tequila así me olvidaba de todo.

―Candela...―Su nombre salió de mi boca en un suspiro ahogado. Como si no hubiera sido suficiente tortura haber pensado en ella las últimas horas, ahora compartiríamos una cena que resultaría abrumadoramente eterna.

Ella estaba doblando servilletas detrás de la mesa del comedor y cuando me vio quedó momificada.

Bueno, somos dos.

―Hola, ¡tanto tiempo!¿No? ―Sonrió, quitando la presión de sentirme como un tarado. Avancé en su dirección como si nada sucediera cuando en realidad, me sucedía de todo. Nos dimos un beso en la mejilla y me arrepentí, como tantas otras veces, de no haber sido su primer hombre.

Lo cierto es que no deseaba un polvo rápido en un baño; yo quería tomarme todo el tiempo del mundo con ella. Quería conocer cada cicatriz que el deporte le había causado, cada tramo de piel dorada por el sol y las marcas blancas de la bikini que usaba cuando iba al club con mi hermana. Quería tocarle el pelo y dedicarle mis mejores estrofas de amor.

Diez años después de la última vez que la vi, todavía no había podido borrar de mi mente cómo se sintieron mis dedos clavados en su culo redondo, la mezcla de nuestros sabores cuando nos besamos, el ron de los daiquiris y el Gancia, uno de mis preferidos. Tampoco sus gemiditos en torno a mi boca y su insistencia porque entráramos a unos de los cubículos del baño de mujeres.

Un segundo de cordura me alejó de cometer una imprudencia, no solo porque estaba de novio y aunque Guadalupe no había ido esa noche seguía debiéndole mis respetos, sino porque Candela era virgen y yo no tenía preservativos a mano.

No por curioso, pero yo sabía que ella no tomaba anticonceptivos orales por un rechazo hacia el estrógeno; la pared entre mi habitación y la de mi hermana era de papel pintado.

Quedé cerca sosteniéndome con el respaldo de la silla y sintiendo un cosquilleo en mi estómago.

―Esteban, ¿podés venir a ayudarme? ―El grito de mi hermana rompió mi burbuja. ¿La mataba por eso o no?

Decidí que no, no iba a hacer nada por avanzar con Candela. Pedí disculpas a la invitada de honor y fui al socorro de mi hermana menor, quien sostenía una humeante fuente de vidrio.

―Mmm, mi preferida...―Le dije agarrando dos trapos y llevándola a la mesa. Marisol me siguió por detrás con un vino y una botella de soda, mezcla que mi papá consideraba "un pecado" y a ella le encantaba.

Marisol se ubicó en la cabecera, en tanto que Candela y yo nos enfrentamos.

Durante unos minutos, todo giró en torno a la delicia que estábamos comiendo. La lasaña de verdura y carne era una de las especialidades de mi hermana y siempre la elogiaba.

"En lo profundo de mi alma" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora