Capítulo 4 (primera parte)

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1820, Londres:

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1820, Londres:

          Con un suspiro exasperado el Duque de Sutherland se paró de aquella cama donde yacía aquella mujer. Ya todo esto no lo llenaba, no le satisfacía como antes y menos ahora que tenía un gran problema que resolver. Una semana se había pasado y aquel retiro como lo solía llamar no fue otra cosa que dolor de cabeza. Se vistió listo como para salir con destino a Londres ya no podía esconderse de sus deberes.         
Durante una semana estuvo metido en asuntos más placenteros, una semana lleno de diversión y lujuria que solo se podía permitir lejos de toda la hipocresía Londinense y rodeados de buenos amigos que jamás comentarían ningún detalle; Lo que sucedía en Kent, quedaba en Kent. Al inicio estuvo muy entretenido ya que llegó Andrew Lancaster, duque de Leington con su buen amigo Harry Mackenzie Duque de Riverdan un hombre de las tierras altas, bastante peculiar pero entendía el esquema y la reputación que se jugaba si es que hablaba una palabra, además no dudaría en retarle a un duelo si exponía nuestros secretos, por su bien y la del duque de Leington debía de guardar silencio.          
Por muy raro que parezca el Marqués de Ailsa no estuvo presente en nuestra fiesta pero no faltaban las burlas que hacía George Hawkins Conde de Coventry con respecto a la situación de Ailsa tras volver de América, algo que nos enteraríamos en pocos días en la fiesta que estaba organizando su madre. A medida que los días avanzaban y llegaban las francesas frescas como solían decir, llego la carta que lo podría de pésimo humor al Duque de Sutherland.          
No era de esos hombres como Ailsa que temían casarse o como Coventry que no se veía en un futuro con hijos, era más bien como Leington que temían a una vida infeliz a lado de una mujer sosa como la estaba llevando hace años. Si se casaba por interés, cosa que era normal para la época, al menos quería que sea con una mujer que por lo menos tenga algún tema de conversación y que no le aburriera con preguntas sobre el clima.         
Se sentía frustrado con la vida que llevaba, los negocios del ferrocarril iban bien, los de las navieras y las importaciones de telas y especies de la India iban de viento en popa, en ese aspecto no se podía quejar, pero todo era muy vacío, hasta podría decirse que sin sentido. No quería seguir las órdenes de su queridísima Madre pero sabía que tenía un deber que cumplir, debería de engendrar un heredero cuanto antes.         
Recordó como estrujo aquella carta que había enviado su madre convirtiendo en una bola antes de tirarlo al fuego deseando que todo eso sea un chiste de mal gusto. No pudo siquiera mencionar a sus amigos sobre el contenido de la misma simplemente se dedicó a descargar su frustración en las actividades libidinosas que ofrecían aquellas mujeres intentando que aquello lo llene pero no lo lograba del todo. Ya tenía los días contados y la fiesta que estaba ofreciendo su madre sería el comienzo de la cuenta regresiva. 7 días, Siete benditos días desde la fiesta que organizará la Duquesa viuda.          
En algún momento estallaría esta noticia, pero no quería que sea pronto. Necesitaba tomar cartas en el asunto antes de que sea demasiado tarde. Debía de alejar sus pensamientos en aquello y se obligó a volver a la realidad. Cuando bajo por las escaleras se encontró con su buen amigo el conde de Coventry quien no necesito palabras para entender el estado de ánimo del duque. Simplemente decidió que lo acompañaría hasta Londres dando por finalizada la semana en Kent.         
Salieron sin dar muchas explicaciones, al día siguiente sus amigos volverían a casa y con ellos todos sus equipajes que en estos momentos no lo necesitaban, ya que quería resolver cuanto antes sus problemas.         
El Duque de Sutherland estaba completamente calado por el frio, si bien ya estaban a primeros días de Febrero, pero la brisa fría calaba hasta los huesos mientras cabalgaban sin descanso hacia Londres.  No podía parar de pensar en la última carta recibida, realmente la Duquesa viuda estaba totalmente loca. Como se le puede ocurrir a esa mujer querer comprometerlo con semejante fémina. La hija del Conde de York es esbelta pero con un carácter de mil demonios, además, estaba cansado de las mujeres de la alta sociedad con todo ese parloteo insignificante y para nada inteligente.          Intento no pensar tanto en lo que se le avecinaba cuando de pronto un destello de luz iluminó en la lejanía. Se miraron ambos amigos mientras frenaban bruscamente sintiendo de pronto una brisa diferente. -     Debemos de darnos prisa. – fue lo único que pudo decir el Duque, a sabiendas que se encontraban solos, sin nadie que pueda resguardar su seguridad, -     Sabía que esto sería una mala idea de salir de Kent solos. – dijo Coventry          
Ambos tomaron nuevamente las riendas y galoparon a máxima velocidad que permitía sus bestias sementales. Prestando atención al camino, ya que no quería caer del caballo por falta de atención, necesitaba llegar pronto a casa.         
Poco a poco iban acercándonos por los oscuros caminos a las afueras de Londres, cuando el Duque de Sutherland y el conde Coventry fueron detenidos abruptamente en su descarriada carrera cuyo único fin era llegar cuanto antes a sus propiedades.

Atrapadas en otro sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora