Era una noche de esas con cielos apaciguados,
la ventana iluminaba mi escritorio abollado.
Arrastré suave la silla, intentando sonar bajo,
y solté con poca fuerza docenas de folios blancos.
Pobre de mí, me dije, no existe fuerza ni ardid,
podrían pasar semanas sin que lograse escribir.Y en esos lamentos me hallaba, aún bastante turbada,
cuando la tela que cuelga, vistiendo así mi ventana,
se transformó en una sombra y se lanzó hacia mi cara.Cayeron al suelo los folios y luego se transformaron
en una bandada de cuervos que dominaron el cuarto.
Y de entre todas las aves, aún un rostro yo vi.
¿Acaso podía ser? ¿Era Poe el que estaba allí?Las cejas negras, los ojos negros, el cabello negro.
Me agarró del brazo, caí del espanto.
Mas cuando lo vi de cerca,
algo en mí produjo un cambio.He aquí lo que dijo, que me incineren si miento.
Las palabras del poeta y del señor del cuervo negro.
Busca donde no hay nadie, me dijo muy serio, donde las sombras no llegan,
donde no alcanzan los vientos,
donde la pena se remueve, donde se cuece lo cierto.
Busca donde el vacío se torna un poco más lleno.Atónita estaba, sin mucho que decir,
intenté sonar profunda, mas no le pude mentir.
Los cuervos se amontonaron, comenzaron a rodearme.
Y entre todo aquel enjambre casi pensé en desmayarme.Unas alas me cegaron y sentí un leve pinchazo,
luego otro, y luego otro y muchos más picotazos.
¿¡Qué pasa!? ¿¡Qué sucede!? Intenté gritar en tanto,
mientras los cuervos con odio me continuaban picando.Busca donde no hay nadie, dijo entonces el poeta.
Su cara se desvanecía entre un millar de alas negras.
Busca aún más profundo, donde la piel no hace mella,
donde los músculos guardan y luego los huesos celan.Con gran espanto observé, incapaz de controlarlo,
como la piel de mi pecho se iba abriendo en dos pedazos.
Un cuervo negro, muy negro, aún más negro que el amo,
sacó de adentro, muy dentro, un corazón palpitando.Busca donde no hay nadie, dijo, órgano en mano,
donde solo tú dominas, donde no existe adversario.
Si llegan de allí las palabras, si abres el pecho al tanto,
saltarán como corderos las estrofas de los labios.Y como sombra que llega para esfumarse temprano,
con mi corazón en un puño, se fue el poeta del cuarto.
Quedó solo la cortina, ni un solo cuervo volando.
Y aún la luz de la luna por la ventana brillando.Corrí rápido a la mesa, en la mano un folio blanco.
Escribí hasta que la noche perdió mucho de su espanto.
Y cuando hube terminado, y contemplé el resultado,
comprendí profundamente lo que el poeta había contado.Nunca salí del camino o ignoré el consejo sano.
Y aún extraigo de adentro cada palabra que trazo.
Mas en las noches tranquilas, cuando miro las cortinas,
me llevo la mano al pecho en un impulso inconsciente,
solo para comprobar que mi corazón sigue latiente.
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El señor del cuervo negro
PoetryY ahora un poco de POEsía... (Poema creado para el reto 23 de Retos poéticos del perfil de Poesía en Español) •Destacada de Poesía en Español